EL RECUPERADOR DE TARJETAS
por José Ignacio Restrepo
Un curioso devaneo del viento, que se había despertado de
un sueño anormal, a las dos y algo de la tarde, levantó unos papeles del suelo
y una grácil rosada cartulina, decidió levantarse con ellos. Pero fue en vano,
su esfuerzo apenas la hizo construir un giro delicado que la dejó en distinto
lugar, como a un metro. Era otro mensaje cifrado, otra abrazadera oxidada que
ya no agarra los extremos, ni impide el goteo de noche, ni alaba el silencio de
una vela mientras el fuego a ninguna oración atiende. Otro mensaje sin emisor y
destinatario, simplemente una tarjeta de representación tirada por su dueño u
olvidada, que libre de toda obligación ha terminado de patitas en la calle.
Con índice y pulgar la levanté. Una muestra de respeto
pues hace tiempo me dedico a esto, un oficio ciertamente mercenario, y de
ignoto origen, por ello mismo con nimia jerarquía en las categorías de labores,
y en todo caso, en trabajos y anales no nombrado, ni en las fiestas aducido
como noble, pero qué importa…En tiempos querellados por tan infame cantidad de
gente suelta, sin un norte o faena bien definidas, sin encargo, por
responsabilidad directa de la clara economía, cuando premios se dan a
emprendedores y se pacta con la plebe el incómodo rol de independiente, por
modelo poniendo la aventura, y dignando a los que ya no ofrecen un poco de lo
antes obtenido, para algo devolver a los que en cuna de oro no han nacido…No
tendré que explicar que me hallo con todas las horas del día para mí, y además
que no tengo ahorro alguno que me permita ocuparme del placer, por tantos
quehaceres a prueba he sostenido, y el del día de hoy aún se mantiene, hoy haré
de recuperador, es una emocionante ocupación, solo tomo la tarjeta que aún no
se ha dado por perdida, y salgo a investigar, porqué quedó tirada en una vega
de la calle, o en una mesita de mármol aparente de un cafetín sin nombre,
esperando al dependiente para que la tire sin más a la basura, eso es, por
exceso de tiempo para mi he descubierto una veta inesperada, un zaguán de
vidrio centenario, un macondiano afán en el que encuentro el secreto sentido de
la vida mejor del que lo encuentra usted…Ya lo verá, no pretendo confundir su
horario, ni enaltecer lo propio demeritando aquello que no entiendo, cual es
vender el tiempo a algo que no llene los sentidos, ni devuelva placer por
esforzado cansancio, apellido de las tareas que corrompen el físico y llevan
justas almas al hartazgo.
Saco la lupa del bolso de universitario perdido en
carrera del gusto reprobada, y el directorio que está junto al teléfono público
de este lugarcito que vende tan buen tinto, declina de su sitio hasta mi mesa,
por arte del necesario maleficio, y aunque se me mira con reparo, mi sonrisa
que tiene todavía la completa dentadura a su servicio, hace de mediadora
intransigente, consiguiéndome el permiso para usarlo. Con la mora prevista,
hallo rápidamente al propietario de la breve pero usada herramienta, y confirmo
que la firma aun actuante, tiene cuenta en la barra de abogados, y me llevo
dirección escrita, como si fuera mohicano de último con cuchillo feroz y
apocalíptico, recién estrenado.
Cancelo el tinto. Tengo en la mano el almuerzo prometido,
alguien perdió la tarjeta y estará en este momento en territorio incierto y
anodino, por no bien recordar ni el nombre del buró al que pertenece ni tampoco
el que tiene el abogado. Seguro éste tampoco tiene claro que ese nuevo cliente
que no llama, ha perdido el carné de referencia y por eso no se asienta ese
negocio. Ahí veo mi almuerzo, aunque aún sin cubiertos y sin clara dirección
del restaurante donde sirven las viandas, que ya casi saboreo pues las once
pasadas ya han pasado…Que no lleguen espasmos a mi cuerpo antes de yo vencer
interrogantes que me paguen el todo pero también cancelen bien las partes.
Y al llegar con mis pasos, al lugar deletreado en el
pequeño pedazo de blanca cartulina, puedo ver que sí hago del hallazgo un buen
encuentro podría bien mi almuerzo convertirse en un poco más, acaso también
halle del postre bien asida, alguna otra sencillez atada, un buen helado de dos
copas o mi clásica cena de otros tiempos, ya parcamente olvidada, que constaba
de la entrada, o sea sopa de arvejas y arracacha con pancito migado, el seco
clásico con carnita a la plancha, dos o tres luengas tajadas de dominico, el
alimento de seba de turpiales y otras aves raras, y unas papas caladas en
juguito de mango o tomate de árbol, junto al infaltable arroz pintado con el
feliz azafrán, que parece en este punto y hora de la historia no ofrecer otra
labor sino esa sola.
Ya me estaban sonando las morrongas tripitas y el
estómago se contrajo, mostrando sin culpa alguna que interpretaba bien el
hambre en mi cerebro, cuando caí en cuenta de que era por mi culpa pues la
marcha de las horas en mi caso, tenía su dilema: casi siempre iba atrasado en
dos o tres pedazos de hora, nunca adelantado, pues había decidido que si no
estaba ocupado en su quehacer reciclador, buscando los denarios subsistentes,
debía ahorrar energías, todas las que más pudiera, durmiendo en donde le
cogiera el breve sueño, la siesta o el profundo que allega la noche. Y por ello,
ahora que pensaba era el mediodía
realmente el reloj decía la dos, por tanto su vientre tenía razones para
llorar, recogerse, arrinconarse, y todas las otras acciones que pudieran
demostrarle que era hora de almorzar en esta parte del hemisferio, y no había
un motivo somero que pudiera disculpar olvido tal.
- Tranquilo, tranquilo, ya pronto nos vamos a
sentar…
Por dos veces como mago o demiurgo que ha encontrado a
quien hablar, y que nadie más ve, se dirigió en voz alta a su dilema, esperando
que con verbal sutil placebo sin hacerlo en voz alta ni tampoco notorio, el
recato de su vientre retornara y no más le mandara esos sordos berridos, para
obligarle a comer, sin él antes disponer de las viandas necesarias, el
cuchillo, tenedor y la cuchara, el jugo, la comida, postre y leche, sobre mesa
y mantel, como Dios manda…
- Perdón, señor… ¿Espera usted a alguien?
El de tono cortés venía enfundado en disfraz de general,
con dorada charretera y medallas de mentiras, le sonreía desde el portón de
aquel buró, donde a tres pisos e incontables oficinas, debía hallarse el
gerente y sus secuaces, esperando por él para recibir de vuelta su tarjeta y
con ella valiosa información, disonantes cuestiones aplazadas, en peligro diez
vidas o hasta más porque alguien optó por descuidarse, dejar de estar atento a
sus asuntos y festejar que un detalle por perdido que se halle, puede hacer un
hoyuelo en la bolsa de viaje, y por ahí sale el aire, y después sale todo…
- Sí,
señor…No, no, no. Realmente un alguien, alguien que sepa que yo llego y me
aguarde para zanjar algún asunto, no es este el caso. Pero, tengo algo que
hacer en el interior del edificio. ¿Usted podría indicarme si estos caballeros
aún se dicen ocupantes de esta oficina, ésta que luce acá en esta insignificante
cartulina?
El portero tomó la tarjeta que mi mano mansamente le
extendía y la ojeó, por acaso un vil minuto, para dejarse caer sonrisa en
rostro con el siguiente informe, a saber…
- Si
joven. Los señores Valcárcel son miembros de la rueda citadina de abogados, y
tienen su despacho en este inmueble, piso ocho, placa 814. Si se trata de un
negocio que ellos lleven, debe hacer una cita…
Me di cuenta que entrar allí no sería posible si antes
bien no fraguaba un cierto encuentro, pactando un necesario trabajito con
alguno que me hiciera merecedor de una asamblea con él en piso octavo…
El placebo que había promulgado en voz alta y con todo mi
carácter, para por un tiempo convencer a mi pancita, de que su almuerzo no se demoraba, llegaba al final de
su certero efecto y mis tripas empezaron a llorar, pues la imagen de comida se
alejaba, unos metros al sur de aquella calle, corriendo y le perdí de vista.
Mientras, el resto de mi cuerpo con estómago a bordo, sin atender la orden
perentoria de mi oscuro cerebro, por virtud del hambre insostenible simplemente
y sin dudarlo, allí frente al portero se desmayaba….
Me desperté. Quizás eran las cuatro, un poco más, pero
los rostros que tenía frente a mi estaban tan oscuros, tan bien puestos, con
esa dignidad de lo prosaico que no admite repulsa y por saberse así, sólo
pensamos, acaso yo esté muerto y todavía no me han avisado.
Tres abogados, a falta de uno solo, estaban bien sentados
auscultando la teñidez de mi rostro que por sentido efecto del desmayo se había
puesto gris y aun volviendo el aire, el tono natural no regresaba. Los miré con
el todo de mis ojos, como comprenderán al estar mi estómago vacío y continuar
así por el desmayo, sufrí un retortijón más acentuado que me hizo sentarme sin
permiso pedirles y preguntando de una por el baño…Pero fue falsa alarma, bien
pude respirar, el vientre ya sereno aunque vacío atenuó la violenta contracción
y volví a tomar asiento donde el bulto de mi cuerpo había dejado dibujada, en
posición fetal como Dios manda el corporal contorno.
- Sus señorías, me habrán de perdonar esta
osadía de la que no he tenido en modo alguno, el voluntario deseo de cumplirla
y ha sido simplemente por lo débil que me hallo trabajando en estas lides, sin
meterle comida al torpe cuerpo que no entiende de ayunos extendidos ni de aguas
pintadas en gaseosa para hacer las veces de pitanza…Me he llegado a su negocio
respetado por señas de una tarjeta que no me pertenece, encontrada en la calle en
la que queda ese negocio llamado El aguijón, esta mañana apenas y he venido
pronto pues me figuro que no es sólo este ministerio un lugar de vigores
bizantinos donde el vil intercambio del dinero por la cuota pueril de un bien
buscado que ofrecen ustedes por su lado, consistente en lograr el objetivo de preguntas
u objetos de clientes que se hallen entuertos o perdidos. Y más bien supongo
merecido, sospechar que son dignos menesteres los que cursan dilectos, por lo
cual una tarjeta como esta – y lo dije mostrando de ipso facto la cartulina
blanca ya gastada, por el bolsillo mío y por mi mano- que se encuentre tirada
en la calzada significa seguro una razón perdida, una persona que busca hasta
su nombre o una cuota de vida que en las manos de ustedes ya estuviera, en
diligente labor incuestionable ante juez defendiendo esa su parte, y blandiendo
razones que el jurado en contraste a lo que digan los herejes, dejen libre al
cliente, que andará por las calles suplicando que ni una gota llueva para
hallar la tarjeta, y no de cualquier manera presentarse sin respeto ante
ustedes, aquejando su falta sin tener
como realmente disculparse…
Los rostros de los abogados me miraban, resueltamente
sorprendidos, seguramente comprobando que el vigor no me había abandonado y el
pasado desmayo, cuyo estatus de origen era el hambre, en nada pudo alterar mí
juicio viejo, explicado con fuerza y prontamente los motivos de hallarme en la
oficina. Tanto fue, que usaron el teléfono para pedir comida y tras unos breves
minutos, que importantes serían los señores, nos trajeron viandas suculentas,
que revelan complacencia inmerecida y fue entonces la mesa de las juntas, la
mesa de comidas y los tres me invitaran a sentarme, insistiendo en que algo les
ampliara del asunto de marras que traía, reciclando tarjetas extraviadas porque
nada sabían de labores como esa, y su mucha importancia sin embargo que ningún
andurrial exterioriza…
* * *
Pues resumen haciendo, me he quedado trabajando en el
bufete. Golden, Lucaks and Geremin, conquistados por mi plática insondable,
cuya diestra manera de hacer claros los asuntos más épicos y oscuros, han
optado por dejarme entre su nómina, adelanto que acepté sin poner traba.
No sé bien el nombre de mi cargo, pero ya he hecho faenas
importantes como ese corto mensaje audiovisual que explica con decoro y gran
decencia el vigor e importancia de la firma, y hoy día lo muestran casi veinte
veces, y la tele famoso me está haciendo como nunca mi madre se soñara. En sólo
una semana, mi aspecto que era muy desconocido, anodino del todo, aparece más
que el presidente, ya veremos que trae esta secuencia.
Por lo pronto, os cuento de mi almuerzo: Es el momento
mejor del largo día, lo paso en una mesa que me apartan y el menú me lo
cambian, para que sea yo solo el que elija que será lo de hoy. En la cocina los
armados guisanderos y sus mozos obedientes toman nota real de mis deseos, como
nunca soñara mi estómago, que aceptaba agua pintada y burbujitas por arroz con
habas y carne picada cuando yo le mentía sin recato…
JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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