martes, 16 de septiembre de 2014

TIENE SIEMPRE LA VIDA, FANTASÍA / Un cuento, de José Ignacio Restrepo


EL RECUPERADOR DE TARJETAS
por José Ignacio Restrepo



Un curioso devaneo del viento, que se había despertado de un sueño anormal, a las dos y algo de la tarde, levantó unos papeles del suelo y una grácil rosada cartulina, decidió levantarse con ellos. Pero fue en vano, su esfuerzo apenas la hizo construir un giro delicado que la dejó en distinto lugar, como a un metro. Era otro mensaje cifrado, otra abrazadera oxidada que ya no agarra los extremos, ni impide el goteo de noche, ni alaba el silencio de una vela mientras el fuego a ninguna oración atiende. Otro mensaje sin emisor y destinatario, simplemente una tarjeta de representación tirada por su dueño u olvidada, que libre de toda obligación ha terminado de patitas en la calle.

Con índice y pulgar la levanté. Una muestra de respeto pues hace tiempo me dedico a esto, un oficio ciertamente mercenario, y de ignoto origen, por ello mismo con nimia jerarquía en las categorías de labores, y en todo caso, en trabajos y anales no nombrado, ni en las fiestas aducido como noble, pero qué importa…En tiempos querellados por tan infame cantidad de gente suelta, sin un norte o faena bien definidas, sin encargo, por responsabilidad directa de la clara economía, cuando premios se dan a emprendedores y se pacta con la plebe el incómodo rol de independiente, por modelo poniendo la aventura, y dignando a los que ya no ofrecen un poco de lo antes obtenido, para algo devolver a los que en cuna de oro no han nacido…No tendré que explicar que me hallo con todas las horas del día para mí, y además que no tengo ahorro alguno que me permita ocuparme del placer, por tantos quehaceres a prueba he sostenido, y el del día de hoy aún se mantiene, hoy haré de recuperador, es una emocionante ocupación, solo tomo la tarjeta que aún no se ha dado por perdida, y salgo a investigar, porqué quedó tirada en una vega de la calle, o en una mesita de mármol aparente de un cafetín sin nombre, esperando al dependiente para que la tire sin más a la basura, eso es, por exceso de tiempo para mi he descubierto una veta inesperada, un zaguán de vidrio centenario, un macondiano afán en el que encuentro el secreto sentido de la vida mejor del que lo encuentra usted…Ya lo verá, no pretendo confundir su horario, ni enaltecer lo propio demeritando aquello que no entiendo, cual es vender el tiempo a algo que no llene los sentidos, ni devuelva placer por esforzado cansancio, apellido de las tareas que corrompen el físico y llevan justas almas al hartazgo.

Saco la lupa del bolso de universitario perdido en carrera del gusto reprobada, y el directorio que está junto al teléfono público de este lugarcito que vende tan buen tinto, declina de su sitio hasta mi mesa, por arte del necesario maleficio, y aunque se me mira con reparo, mi sonrisa que tiene todavía la completa dentadura a su servicio, hace de mediadora intransigente, consiguiéndome el permiso para usarlo. Con la mora prevista, hallo rápidamente al propietario de la breve pero usada herramienta, y confirmo que la firma aun actuante, tiene cuenta en la barra de abogados, y me llevo dirección escrita, como si fuera mohicano de último con cuchillo feroz y apocalíptico, recién estrenado.

Cancelo el tinto. Tengo en la mano el almuerzo prometido, alguien perdió la tarjeta y estará en este momento en territorio incierto y anodino, por no bien recordar ni el nombre del buró al que pertenece ni tampoco el que tiene el abogado. Seguro éste tampoco tiene claro que ese nuevo cliente que no llama, ha perdido el carné de referencia y por eso no se asienta ese negocio. Ahí veo mi almuerzo, aunque aún sin cubiertos y sin clara dirección del restaurante donde sirven las viandas, que ya casi saboreo pues las once pasadas ya han pasado…Que no lleguen espasmos a mi cuerpo antes de yo vencer interrogantes que me paguen el todo pero también cancelen bien las partes.        

Y al llegar con mis pasos, al lugar deletreado en el pequeño pedazo de blanca cartulina, puedo ver que sí hago del hallazgo un buen encuentro podría bien mi almuerzo convertirse en un poco más, acaso también halle del postre bien asida, alguna otra sencillez atada, un buen helado de dos copas o mi clásica cena de otros tiempos, ya parcamente olvidada, que constaba de la entrada, o sea sopa de arvejas y arracacha con pancito migado, el seco clásico con carnita a la plancha, dos o tres luengas tajadas de dominico, el alimento de seba de turpiales y otras aves raras, y unas papas caladas en juguito de mango o tomate de árbol, junto al infaltable arroz pintado con el feliz azafrán, que parece en este punto y hora de la historia no ofrecer otra labor sino esa sola.

Ya me estaban sonando las morrongas tripitas y el estómago se contrajo, mostrando sin culpa alguna que interpretaba bien el hambre en mi cerebro, cuando caí en cuenta de que era por mi culpa pues la marcha de las horas en mi caso, tenía su dilema: casi siempre iba atrasado en dos o tres pedazos de hora, nunca adelantado, pues había decidido que si no estaba ocupado en su quehacer reciclador, buscando los denarios subsistentes, debía ahorrar energías, todas las que más pudiera, durmiendo en donde le cogiera el breve sueño, la siesta o el profundo que allega la noche. Y por ello, ahora que pensaba era el  mediodía realmente el reloj decía la dos, por tanto su vientre tenía razones para llorar, recogerse, arrinconarse, y todas las otras acciones que pudieran demostrarle que era hora de almorzar en esta parte del hemisferio, y no había un motivo somero que pudiera disculpar olvido tal.

-   Tranquilo, tranquilo, ya pronto nos vamos a sentar…

Por dos veces como mago o demiurgo que ha encontrado a quien hablar, y que nadie más ve, se dirigió en voz alta a su dilema, esperando que con verbal sutil placebo sin hacerlo en voz alta ni tampoco notorio, el recato de su vientre retornara y no más le mandara esos sordos berridos, para obligarle a comer, sin él antes disponer de las viandas necesarias, el cuchillo, tenedor y la cuchara, el jugo, la comida, postre y leche, sobre mesa y mantel, como Dios manda…

-   Perdón, señor… ¿Espera usted a alguien?

El de tono cortés venía enfundado en disfraz de general, con dorada charretera y medallas de mentiras, le sonreía desde el portón de aquel buró, donde a tres pisos e incontables oficinas, debía hallarse el gerente y sus secuaces, esperando por él para recibir de vuelta su tarjeta y con ella valiosa información, disonantes cuestiones aplazadas, en peligro diez vidas o hasta más porque alguien optó por descuidarse, dejar de estar atento a sus asuntos y festejar que un detalle por perdido que se halle, puede hacer un hoyuelo en la bolsa de viaje, y por ahí sale el aire, y después sale todo…

-   Sí, señor…No, no, no. Realmente un alguien, alguien que sepa que yo llego y me aguarde para zanjar algún asunto, no es este el caso. Pero, tengo algo que hacer en el interior del edificio. ¿Usted podría indicarme si estos caballeros aún se dicen ocupantes de esta oficina, ésta que luce acá en esta insignificante cartulina?

El portero tomó la tarjeta que mi mano mansamente le extendía y la ojeó, por acaso un vil minuto, para dejarse caer sonrisa en rostro con el siguiente informe, a saber…

-  Si joven. Los señores Valcárcel son miembros de la rueda citadina de abogados, y tienen su despacho en este inmueble, piso ocho, placa 814. Si se trata de un negocio que ellos lleven, debe hacer una cita…

Me di cuenta que entrar allí no sería posible si antes bien no fraguaba un cierto encuentro, pactando un necesario trabajito con alguno que me hiciera merecedor de una asamblea con él en piso octavo…

El placebo que había promulgado en voz alta y con todo mi carácter, para por un tiempo convencer a mi pancita, de que su  almuerzo no se demoraba, llegaba al final de su certero efecto y mis tripas empezaron a llorar, pues la imagen de comida se alejaba, unos metros al sur de aquella calle, corriendo y le perdí de vista. Mientras, el resto de mi cuerpo con estómago a bordo, sin atender la orden perentoria de mi oscuro cerebro, por virtud del hambre insostenible simplemente y sin dudarlo, allí frente al portero se desmayaba….    

Me desperté. Quizás eran las cuatro, un poco más, pero los rostros que tenía frente a mi estaban tan oscuros, tan bien puestos, con esa dignidad de lo prosaico que no admite repulsa y por saberse así, sólo pensamos, acaso yo esté muerto y todavía no me han avisado.

Tres abogados, a falta de uno solo, estaban bien sentados auscultando la teñidez de mi rostro que por sentido efecto del desmayo se había puesto gris y aun volviendo el aire, el tono natural no regresaba. Los miré con el todo de mis ojos, como comprenderán al estar mi estómago vacío y continuar así por el desmayo, sufrí un retortijón más acentuado que me hizo sentarme sin permiso pedirles y preguntando de una por el baño…Pero fue falsa alarma, bien pude respirar, el vientre ya sereno aunque vacío atenuó la violenta contracción y volví a tomar asiento donde el bulto de mi cuerpo había dejado dibujada, en posición fetal como Dios manda el corporal contorno.

-   Sus señorías, me habrán de perdonar esta osadía de la que no he tenido en modo alguno, el voluntario deseo de cumplirla y ha sido simplemente por lo débil que me hallo trabajando en estas lides, sin meterle comida al torpe cuerpo que no entiende de ayunos extendidos ni de aguas pintadas en gaseosa para hacer las veces de pitanza…Me he llegado a su negocio respetado por señas de una tarjeta que no me pertenece, encontrada en la calle en la que queda ese negocio llamado El aguijón, esta mañana apenas y he venido pronto pues me figuro que no es sólo este ministerio un lugar de vigores bizantinos donde el vil intercambio del dinero por la cuota pueril de un bien buscado que ofrecen ustedes por su lado, consistente en lograr el objetivo de preguntas u objetos de clientes que se hallen entuertos o perdidos. Y más bien supongo merecido, sospechar que son dignos menesteres los que cursan dilectos, por lo cual una tarjeta como esta – y lo dije mostrando de ipso facto la cartulina blanca ya gastada, por el bolsillo mío y por mi mano- que se encuentre tirada en la calzada significa seguro una razón perdida, una persona que busca hasta su nombre o una cuota de vida que en las manos de ustedes ya estuviera, en diligente labor incuestionable ante juez defendiendo esa su parte, y blandiendo razones que el jurado en contraste a lo que digan los herejes, dejen libre al cliente, que andará por las calles suplicando que ni una gota llueva para hallar la tarjeta, y no de cualquier manera presentarse sin respeto ante ustedes, aquejando su falta sin  tener como realmente disculparse…

Los rostros de los abogados me miraban, resueltamente sorprendidos, seguramente comprobando que el vigor no me había abandonado y el pasado desmayo, cuyo estatus de origen era el hambre, en nada pudo alterar mí juicio viejo, explicado con fuerza y prontamente los motivos de hallarme en la oficina. Tanto fue, que usaron el teléfono para pedir comida y tras unos breves minutos, que importantes serían los señores, nos trajeron viandas suculentas, que revelan complacencia inmerecida y fue entonces la mesa de las juntas, la mesa de comidas y los tres me invitaran a sentarme, insistiendo en que algo les ampliara del asunto de marras que traía, reciclando tarjetas extraviadas porque nada sabían de labores como esa, y su mucha importancia sin embargo que ningún andurrial exterioriza…

*  *  *

Pues resumen haciendo, me he quedado trabajando en el bufete. Golden, Lucaks and Geremin, conquistados por mi plática insondable, cuya diestra manera de hacer claros los asuntos más épicos y oscuros, han optado por dejarme entre su nómina, adelanto que acepté sin poner  traba.

No sé bien el nombre de mi cargo, pero ya he hecho faenas importantes como ese corto mensaje audiovisual que explica con decoro y gran decencia el vigor e importancia de la firma, y hoy día lo muestran casi veinte veces, y la tele famoso me está haciendo como nunca mi madre se soñara. En sólo una semana, mi aspecto que era muy desconocido, anodino del todo, aparece más que el presidente, ya veremos que trae esta secuencia.

Por lo pronto, os cuento de mi almuerzo: Es el momento mejor del largo día, lo paso en una mesa que me apartan y el menú me lo cambian, para que sea yo solo el que elija que será lo de hoy. En la cocina los armados guisanderos y sus mozos obedientes toman nota real de mis deseos, como nunca soñara mi estómago, que aceptaba agua pintada y burbujitas por arroz con habas y carne picada cuando yo le mentía sin recato… 

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright ©