miércoles, 27 de mayo de 2015

PINTADAS PAREDES, DEL BALCÓN A LA COCINA / Un cuento de José Ignacio Restrepo

UN MUNDO PARA TRES
por José Ignacio Restrepo

Realmente no sabía quien era Margarita...
Apareció una tarde con Delma y parecían amigas de mucho tiempo, de la época en que mi compañera se la pasaba de juerga en juerga, como decía ella, comportándose muy a gusto y sin vergüenza como cualquier hombre desalmado de mitad de los Setenta. Después de que se fue Delma, Margarita continuó viniendo, unas veces me ayudaba con el aseo del apartamento, o con la hechura de los alimentos, insistiendo en que Delma le había pedido el favor de cuidarme, porque yo no era capaz de mirar qué pasaba afuera de mi, por estar apagando fuegos en mi fuero interno y narrando luego qué se quemó y qué logró permanecer ileso. 
Un veinte de mayo Margarita llenó de flores la casa, y el olor entre dulce y sacramental parecía tener color incluso, poblando cada lugar de mi pequeño apartamento. Por algunos días dejó las flores allí y luego fue recogiendo sus restos, en la medida que se hacía notorio que habían perdido su belleza de aromados ornamentos. Al tiempo, pude observar como pintaba algunas escenas hermosas y al terminar colgaba esos lienzos de la pared, donde no había hasta el momento nada, tan solo la pintura pelada.
Yo había logrado poner dos libros en las librerías y la iba pasando con lo que me dejaban. A veces alguien en la calle me saludaba por mi nombre, cosa agradable, pues antes de eso también me porté como canalla. Margarita me ayudaba con la casa, me servía comida caliente, entraba sin saludar, y salía sin despedirse, lo que acrecentaba la sensación de que se la pasaba escondida, pintando o haciendo viandas, o limpiando vidrios y muebles. Poniendo sus detalles sencillos o elaborados, como si fueran cartas de esperanza.
Por eso no fue tan raro que una noche, simplemente, me la encontrara enredada entre mis brazos, al estilo de los muros y las enredaderas, que se topan y se agarran de una manera sincera, como si sus vidas dependieran de eso, contruyendo luego un pacto silencioso y fuerte a pesar de sus pulsos...Y me volví a dormir, degustando ese anís larvado en el paladar despintado de fumar, mirándola en su sueño tranquilo; sabiendo que me había convencido de que la convenciera, pues entre el patrocinio de cuadros, comidas y flores, algo le debía pagar que no fueran miradas silenciosas al verla pasar...
Margarita, que hermosa aparición...
Gracias Delma, no vayas a devolverte ahora...sino tendré que buscar palabras que no sé, y cantarles una canción sobre un mundo para tres.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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sábado, 23 de mayo de 2015

SIN FRENO DE MANO / Cuento de José Ignacio Restrepo



LAS HORAS DE AMANDA
por José Ignacio Restrepo


9 y 40 p.m.
El tráfico ha comenzado a disminuir en esta fatal Buenos Aires, de marzo de 2015, hoy martes con gárua a bordo. Mira la calle. El brillo enaltece al asfalto solía decir su padre, los guijarros  pegados allí, presos, provienen de playas, de aljibes resecos, de minas a cielo abierto, y tras viajes sin nombre han llegado aquí, a gastarse apretadamente, mancornados, sin posibilidad de escapar...
Raudamente sale del centro y llega al barrio de clase media en donde vive, con su marido y su perro. Cuando entra siente el aroma del guiso de ayer, y sabe de inmediato que Gabriel no cocinó, que se conformó con repetir el plato sin decirle nada; podría haberle avisado y hubiera comido algo afuera. El beso. La palmada en los hombros como felicitación por el deber cumplido. El guiño, que significa si querés te doy un polvo, un masaje en los pies, una vuelta de boca, tú dime...Lo mira sonriendo, tal vez las tres, en el camino miramos a ver si nos queda ganas de hacer algo, por qué no nos reímos, apagá la tele...¿te cuento secretos míos? ¡Qué vas a querer comprar secretos a peso, que te pueden desbaratar la vida por completo!
Ni frío ni caliente, se ha comido el guiso. Mientras cepilla sus dientes siente en la espalda la presencia ansiosa de su esposo, que ha elegido darle un masaje con su miembro. Está segura que no aguantará diez embites completos sobre su pubis cansado, y que regará todo su pegote sin ningún cuidado, obigándola a cambiar completa la ropa de cama...
Dicho y hecho, mal contadas veintrés subidas con bajada, suavecitas, con ritmo, luego algunos murmullos y se derrama...Le dice, dejá...pero ella no puede. Mientras él va al baño, viste el colchón y piensa en este día, este largo día de trabajo.
8 y 23 a.m
Terminada la junta con un equipo de tres, se ha conseguido la meta y puedo decir que está salvada la mañana. Horacio le invita a un café, pero la charla se extiende, y terminan almorzando juntos. Lasaña y un Rioja. Algo mareados para regresar conduciendo, pero bien como para tomar decisiones, se esconden del trabajo y del sol en un pequeño motel. Nunca ha estado con Horacio, aunque lo conoce hace mucho tiempo, acaso ocho años. Es atractivo a sus 45, juega tenis en un club. Está casado, está aburrido...está un poco ebrio. Se demora muchísimo rato para tenerlo duro, y luego, en un instante de incómoda alegría, deja todo su sémen en una de sus mejillas...por poco le baña los ojos, pero ha creído que se venía y la fe esclarece lo que la razón esconde. Como decía su padre.
Fue bueno estar juntos, porque al terminar ya estaba fresco, relajado como un pibe sin colegio, y pudieron volver a la oficina con diferencia de minutos. No se trataba de darle tema a nadie.
4 y 07 p.m.
Renato entra sonriente, se le acerca al oído y le dice muy bajo, sé lo tuyo con Horacio, y no me interesa...pero creo que al jefe no le hará mucha gracia saber, en qué te ocupas cuando sales en horas de trabajo.
Y le dice, qué quieres, y él le responde, mucho más bajo que antes, pues lo mismo que le diste a Horacio...Se rie, mira la ventana, ya pronto acaba la jornada...Le alza la ceja a Renato, y él le pone el seguro a la puerta, baja la persiana y entra después de ella al cuarto de baño.
11 y 14 p.m.
Cuando Gabriel ya ha empezado a roncar, Amanda decide saltarse la síntesis que hace a menudo, como una suerte de reflexión o programa en su batalla por saber qué hay, quién es, para dónde va esta balsa...Es muy fatigante tener que incluír a tantos hombres en el repaso de una sola jornada...Con los tres no logra componer uno solo, tres en un día..ni siquiera pudo juntar eso que llaman un buen polvo.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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jueves, 21 de mayo de 2015

QUINCE AÑOS SIN TABACO / Crónica de José Ignacio Restrepo

HOY CUMPLO QUINCE AÑOS
por José Ignacio Restrepo

Pensaba en esos años que el maldito hábito me acompañaría hasta el sepulcro. Y lo veía tan lejos que me alegraba, serían muchos paquetes para mi solo, muchos momentos entre el humo azulado, millones de cigarrillos perfectos, cilíndricos, puro aroma de tabaco desde la mañana hasta la noche...compañero callado de toda la jornada.
Pero se atravesó la muerte de Lalita, mi querida tía. Vi crecerle el cáncer, lo vi romper su preciosa espalda, sacarle un omoplato afuera, ajusticiar su cara bella de penas, como si fueran culpas por pagar, ella que fue solo bondad. Y se vino de frente la vergüenza, el saber que no tenía oficio entregarle mi vitalidad al vicio. Ya se partía la noche en dos o tres por esa tos imparable, sonora, larga. O en la mañana, al salir de casa, ese estertor rompiénsose en mi pecho, cuando el bus se alejaba lentamente, y parecía tan rápido. Mis pulmones tosían alterados diciéndome perdiste el juicio, ¿cómo me traes de obsequio este cochino alquitrán, que se adhiere a todo por aquí, privándome del aire?
Mi tía se murió igual a como hizo su vida, calladamente, pese a la bruma inmunda del dolor que encharcaba sus ojos y alcanzaba para hacer arder los nuestros. El sábado después de su entierro, me endilgué a solas frente al espejo de mi alcoba, ese que me miraba antes de salir de casa para ver como iba vestido, que tal combinaba todo. En mitad de una tos que no paraba la rabia me llenó, porque precisamente dándole la espalda era que fumaba; y me tuvo allí como quince minutos, madreando el papel del deseo que tapaba los ojos a la razón, ciega hace rato ante el maldito gozo de la succión y el humo, que desde los trece me traía preso sin cadena. Todo con el cuento pendejo de que había logrado emanciparme, y hasta el modo de morir había elegido...
Maldito cuento pendejo...
Eso fue en el año 2000, precisamente. Quince años tiene mi querida tía de muerta. Y el vicio que enterré, por la pura rabia de cargarlo, por toser de noche, por llevarlo atado hasta en mi ropa limpia, en las encías y los cubiertos, y en el aire de la casa que olía a tabaco...ni unas rosas, ni lirios, ni el viento al que invitaba cuando abría la ventana...Nada podía limpiar la escencia quemada de mis cigarrillos...

Ahora recuerdo ese primer beso, muchos besos después, sobre tu boca, cuando me dijiste amor, amor, ya no lo siento...Sabes a crema de dientes, mi vida...te quiero...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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