viernes, 24 de julio de 2015

JUMP... / Un cuento de José Ignacio Restrepo





SI UN ESPÍRITU BURLÓN...

por José Ignacio Restrepo





Y ocurrió de la peor manera, justo de la forma en que no hubiera sospechado que le sucedería, regresando del baño del estadio con las manos ocupadas y la visión extraviada en el campo verde donde veintitrés profesionales del fútbol trataban decentemente de ganarse la vida. Por varios minutos estuvo quieto allí en la boca de la escalera, solo escuchando el vocinglerío imparable de casi treinta y cinco mil personas que hinchaban para uno u otro lado, según se diera el flujo desordenado de la bola nike perseguida como un tesoro por los pies de los atléticos futbolistas.

Buscó una caneca y tiró allí la cerveza y los dos bocadillos de pollo que había comprado para comer a la hora del entretiempo. Luego empezó a bajar lentamente como si entendiera que la fractura interna que sentía iba a terminar pr tragarse todo lo que él era. Pero, ¿qué era él?

Mientras conducía de regreso pensó varias veces porqué se encontraba solo, y qué hacía además rodeándose de gente que no le interesaba, asistiendo a un partido solo para no quedarse en casa muerto del aburrimiento. Quedarse solo significaba pensar por obligación en su vida, en sus sueños perdidos, en sus decisiones erradas, que eran muchas. Estar en la casa lo obligaba a tener frente a él miles de recuerdos de personas que había tenido cerca, que había amado y que ya no estaban, pues en su naturaleza tenía el gen de acercar y luego alejar a las personas queridas...Sin el menor esfuerzo, como destapar una gaseosa en una mañana de sol mientras cruzan diez o quince ciclistas sudando la gota gorda.

Miró el tablero. Rebasaba los cien por hora y se llenó de miedo, aunque realmente no había muchos coches por la vía. La mitad de la ciudad debía estar viendo el partido por la tele, nadie quiere perderse una tontería de esas aunque solo sea para tener después un tema común que platicar...Todo el mundo se halla de este lado de la sin razón colectiva. Y él se había salido, como si al hacerlo solucionara su rollo inmundo, y le fuera posible cerrar este boquete despiadado que le estaba pasando la factura justamente hoy en que solo quería una tarde de asueto barata y significativa...

Claro. Era por éso. Haber metido todas las fotos de los dos en esa caja y haberla tirado después a la calle justo cuando pasaba el camión de la basura, era seguramente un detalle imperdonable; no las tenía en la compu, ni en un DVD como hacía mucha gente, simplemente las había tirado al vertedero, como corroborando su filosofía de que lo vivido hace parte de la nada y ese lugar lleno de grava y arena no tiene porqué ser retenido como un bien o una misión. Solo que allí estaba una parte importante de la vida de su ex, y la basura no parecía ser un sitio donde llevar a comulgar eso ya pasado, aunque solo fueran las imágenes virtuales de los momentos más felices. Se detuvo, pensar eso no lo hacía sentir mejor, pues se acordó que Sonia, su exmujer, había dejado definitivamente este mundo hacía justo un año por un cáncer. Había tirado sus fotos para olvidar esa etapa, y ahora la estaba recordando como un hecho sombrío. Debía llegar a casa, necesitaba desesperadamente un trago.

Cuando la botella ya iba por la mitad tuvo el pensamiento insensato de que no lograría terminar vivo el día. Pensó estúpidamente en que un pecho como el suyo expandido al máximo de su capacidad, podía acumular aire suficiente para unos seis minutos de vida, si llegaba a meter la cabeza en una bolsa y la cerraba con un nudo. Eso si por alguna razón su pistola no funcionaba. Fue hasta la cómoda y miró el arma, como si fuera un tesoro recién heredado al cual aún no se le conocen todos los detalles. De un envión lo cerró, pues tuvo miedo de tocarla. El arma parecía estar mirándolo, brillante y liza como si estuviera nueva y feliz de verlo.

Bajó de nuevo y decidió escuchar a Sinatra, que había sido siempre el cantante favorito de su padre. Por alguna razón el reproductor no quiso funcionar y entonces simplemente colocó una estación, una emisora cultural que hacía tiempo no escuchaba. Había un programa con un médico y los oyentes podían llamar para hacerle preguntas relacionadas con el tema, que era justamente "Porqué motivos las personas deciden suicidarse" Era inaudito. Como uno de esos eccemas que a veces dan en el cuero cabelludo, que no podemos ver ni siquiera con un espejo y que debemos invariablemente rascarnos aunque no nos estén picando en el momento. Al rato ya solo sentimos una rasquiña irrefrenable que deja su rojo martirio entre las uñas y el pensamiento lógico de que es el comienzo de una calvicie que pudo haberse evitado, simplemente con no hundir las uñas por primera vez.

Suena el teléfono y pienso, al fín, como si se tratara de una competencia que no quiero jugar y alguien viniera por el cable a salvarme. Nadie contesta a mi saludo y cuelgo el auricular con fuerza. Pero el aparato repica de nuevo casi inmediatamente. Me demoro unos segundos para contestar pero simplemente nadie responde. Cuelgo para devolver la llamada y así averiguar quién está del otro lado, pero al hacerlo una grabación me responde que ese número lleva ya un tiempo desconectado. Tal como lo sospechaba vuelve a repicar y yo solamente voy hasta el enchufe y desconecto el aparato.

Tomo un trago largo, tan largo que me quema la garganta y la deja así hasta que el líquido aterriza con ternura en el estómago. Abro los ojos y un sin fín de estrellitas llenan el aire de la habitación y se van ordenando hasta que conforman las cinco letras del nombre de mi difunta exesposa, hasta hacerme parpadear ochenta veces como si no supiera que es una fantasía indómita de mi cerebro que ha comenzado a sentir los vapores del alcohol. Me pongo de pie y golpeo la S mayúscula, que estaba más acá de lo que había pensado. Y al tomarme la frente veo que el golpe ha dejado una herida de alguna consideración pues tengo sangre en los dedos. Voy hasta el baño para mirar de qué se trata olvidándome del hecho incontrovertible de que las letras imaginarias no pueden golpearnos y mucho menos hacernos daño. Allí está, la sangre mana de una herrida pequeña pero profunda, la S estaba hecha seguramente de un material pesado y poco poroso. Abro el gabinete para sacar alcohol y gasa y cuando cierro de nuevo veo a mis espaldas a Sonia, vestida con un pullover rojo que en alguna navidad me pidió que le regalara y se lo dí. Tiene el cabello rubio suelto y luce fenomenal. Cuando me estoy preguntando por dónde diablos habrá entrado recuerdo que ella está muerta. Miro otra vez y confirmo que sigue allí. Tomo las cosas con calma y continúo en lo mío pues recuerdo haber leído que ante un espíritu lo mejor es hacer de cuenta que no lo hemos visto. Generalmente se van en unos momentos.

- Eres un verdadero imbécil, ¿cómo se te ocurrió que no sabría lo de las fotos? Tengo entrada libre a tu cochino subconciente y duermo en él mirando todo lo que piensas cada vez que te duermes embriagado.

Me quedé mirándola entre incrédulo y agradecido, por saber que compartía conmigo ese momento absurdo ya imposible de corregir. Me di cuenta que la podía ver y que escuchaba su voz en mi interior. El miedo se fue aposentando en un lugar sin nombre que quedaba entre el esternón y mi clavícula derecha, allí donde había visto salir el hueso roto el día que me fracturé montando en bicicleta. Era increíble, debía estar perdiendo la razón.

- Vine por ti, me siento horriblemente sola en este limbo de espera donde estoy. En el fondo, yo sé que me extrañas tanto o más que yo, lo comprobaste al botar las fotografías de nuestros momentos felices...

Era verdad...Debía irme, si me quedaba allí perdería la razón buscando la manera de hacerla desaparecer...

Lo que siguió no puede describirse. De ese espíritu burlón que pasa días y noches enteras entrando en nuestra realidad solo para ver lo infelices que somos los humanos no existe testimonio, pues se quedó de una sola y gaseosa pieza cuando este insensato viudo se subió a su auto pretendiendo huir como loco de si mismo. Se fue a más de cien y no lo pudo acompañar pues se llenó de malos pensamientos. Preguntó después a alguna otra alma mirona que pasaba por allí y parece que iba gritándole a su Sonia mientras conducía como un endemoniado. Claro, por la ruta 42 perdió el control y cayó por un desfiladero...Lo de él era puro remordimiento, nadie que tenga motivos para vivir tira a la basura las fotos de sus mejores recuerdos...


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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lunes, 13 de julio de 2015

PÉRDIDA Y HALLAZGO / Relato corto de José Ignacio Restrepo

HA MUERTO UN ÁNGEL, NADA PASÓ
por José Ignacio Restrepo

La procesión pasó diez minutos después de que recogieron el perro muerto de la calle Mayor. Era un perro de plaza, al que nunca se le conoció amo alguno y por éso, quizá, no hubo un doliente que alegara por su vida herida mientras gemía moribundo, con las caderas volcadas hacia atrás, la columna partida, el rostro demudado en dolor y ni una lágrima. Solo gémidos de guerra, los últimos. De Obras Públicas fue la diligencia de recogerlo de allí y la posterior carga filosofal fue toda mía.
Ya pasó también la procesión, esa que dice elevar el alma de los espíritus truncos, esa que colma las almas de los que viajan en soledad, esa que provee de verano a quienes viven en inviernos sin fin. El perro ya habrá sido cremado y estará estrenando tumba, valgan los sacrificios que han de hacer algunos seres para recibir justo estipendio a su doloroso paso por esta vida. Delgado el hilo que lo une todo, fino su tono como ordinaria la fe que junta extremos, vida con muerte, precariedad con suficiencia, descreimiento infame con fe de lacayo que sabe cómo creer en todo lo que un ser razonable a fe ahuyenta.
Pasa otro perro y huele la sangre casi seca de su hermano muerto, mira a los lados...¿en que cadena de sentimientos sin palabras, estaré atado yo, que ahora lo veo? Me mira como interrogándome, ¿dónde está? ¿qué hicieron con su cuerpo?...aunque parezca inculto no me paro, solo respondo con mis voces desde adentro, lento, para que me entienda. Recuerdo que son similares a los niños o eso dicen. Pone su cuerpo derecho como en una oblación de un solo ser, luego me mira. Camina los veinte o treinta pasos que me separan de él y se acomoda contra mi pierna como si fuera mío o tuviéramos de antes una relación de poder.
Se echa y luego se duerme. Mi pie le sirve de almohada hasta que lo muevo y entonces simplemente recoloca su cabeza y vuelve a dormir como si nada. Más que a niños se asemejan a ángeles, ustedes dirán que no existen pero si. Hace solo una hora ha muerto uno, casi sin gemir, parecía pedir disculpas por haber cruzado sin mirar y causar esa penosa situación. Viven para que obremos de un modo diferente, más lento acaso, atendiendo a otros alicientes y no dilatemos más la llegada de respuestas cortas para llenar esta inquietud pueril de tener y tener, y retener...Esa es la causa de casi todos los dolores, los callados, los manifiestos, los nuestros y también los de los perros...
Pongo dos billetes sobre la mesa bajo en envase vacío de cerveza. Es suficiente. El calor es un don insoportable necesario para que haya frío. Me pongo de pie y el perro se despereza. Le digo -vamos- y él camina tras de mi, más claro no canta un gallo.
Está bien, hace tiempo no tengo uno...no le pondré nombre. O si. Sombra, como si siempre me hubiera acompañado.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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