lunes, 19 de septiembre de 2016

TIENE MOCOS EL NIÑO EN LA CARA BARBADA / Un cuento de José Ignacio Restrepo


TIENE GRACIA
por
José Ignacio Restrepo


Mira hacia el pasillo. A la derecha no hay nadie y a la izquierda solo hay cuadros colgados, casi como si estuvieran vigilando que nadie toque nada, que nadie ponga las manos ensuciando con sudores de la calle todo lo que está guardado en este santo recinto, poblado por siglos con lo mejor del arte y la belleza.

Ella piensa de repente que no debió venir, que de esta soledad anquilosada, de este sitio insidiosamente silencioso no podrá salir con sus fichas mejor acomodadas, con un horizonte mejor que la deje recuperar tanto tiempo perdido, ya visible en su cara en la que ahora acicala el maquillaje. Y es verdad. Sin embargo, aunque no sea el sitio, ni la hora, ha tomado una decisión y eso nada tiene que ver con el sucio sopor, que vulgarmente surge a la hora de la siesta. Es esa cara de él, sin afeitar casi siempre, que parece algo vulgar, taimadamente hermosa, masculinamente pura al peor estilo, de algún modo violenta, vivaz por lo llena de gestos...misteriosa, por dejar que se presuma lo que no dice pues pocas veces explica a los demás qué es aquello que piensa. Es esa cara...

Piensa o se hable a si misma sobre Leopoldo, que no es Leo sino Cáncer, y posee todos esos contradictorios atributos que son llanamente dañinos como la sal de mesa. Tiene la palabra presta para medir lo que los otros hacen y por éso aquellos que nacieron en una familia muy reglada, con las normas pegadas a la frente y el castigo prometido para sus actos auto indulgentes, parecen verse atraídos a el de una manera automática, y no pueden abstenerse de hacer parte de lo suyo, como satélites de su fuerte figura.

Yo soy una de esas personas. También su secretaria y Bertha, que le hace el aseo a su casa. Compartimos esa rara condición de sentirnos inhibidas ante su sola presencia. Mucho más cuando las exaltaciones de su ánimo producen en el entorno esa certidumbre de tormenta. Pienso incluso que apuramos mal el agua solamente con sentir el timbre de la puerta, pensando que anuncia siempre su llegada inesperada, como si un riesgo oculto emergiera con solo tenerlo poblando el pensamiento.

Ah! Este maldito museo parece lleno de voces fantasmales, y se nutren de las mías, que son ociosas desde la época del colegio y no logran callarse, ni marchitarse. Por éso parecen cosas vivas, más fuertes que yo y dotadas de mejores ideales. Sin embargo, nada de lo que digan podrá cambiar lo que he venido a hacer pues la causa y el efecto han nacido y deben morir en el mismo sitio. Hoy. Aquí.

Mira la brillante herramienta que duerme en su bolso. Ni siquiera ante el profuso silencio elabora nuevamente lo que ha venido a hacer pues no precisa de una justificación inesperada para cambiar el sentido del instante que se avecina, ahora, en la siguiente hora. Cierra el bolso y ve los moretones de su pierna.  Sabe que a cada movimiento alguien en un cuarto la observa sin pausa ni miramiento...y esa es parte de su pobre estrategia en caso de que algo no salga bien.

Tiene gracia, se dice en voz baja...Tener que hacer una cosa de éstas ante los ojos más famosos de la historia, que sin embargo no pueden verla, ni entenderla, ni intentar contrariarla. Seguramente, ella no buscaría impedir nada de nada. Tiene gracia, si.

Leopoldo aparece por el pasillo con su paso decidido y su cara recia sin mostrar ninguna pena por llegar a la cita con más de media hora de retraso. No tiene idea que viene a pagar todas las malas salidas, las palabras turbulentas, los golpes en medio del amor...los empujones que la hacían caer como si fuera ella la que se pusiera zancadilla. Ignora que en su tarjeta se ha terminado el espacio de los descargos y una voz inaudible grita en el oído de su amor, es todo, dale de su misma medicina...

No hace nada cuando ve que ella saca del bolso una brillante pistola pues le parece una idiotez que ella pueda siquiera imaginar en dispararle. Ella no sabe disparar. Está seguro de éso. Cuando el primer tiro entra por su pómulo derecho su cara se contrae un poco, pero no lo suficiente como para pensar que algo malo pasa.

Y menos al llegar los guardias, Valeria se ha sentado nuevamente donde hace un rato aguardaba...y mira tranquilamente aquella pintura famosa, esos ojos extraños, que parecen mirarla sin poder ver nada de su propio cuadro...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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2 comentarios:

  1. Ahhhh...qué cara cuesta a veces la calma !
    Atrapante relato. Como la famosa y enigmática sonrisa del cuadro.
    Cariños. Fabiana.

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    1. Carísima...si. Suele ser esa estrábica tristeza que mira el pasado inalcanzable, una pequeña suerte de mesada que no te compra nada, como una hermana sin rostro, muda y ciega, del que paga el pecado de otro con el propio. Te dejo mi ceñido abrazo querida Fabi...

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