viernes, 21 de octubre de 2016

HASTA QUEDAR A LA PAR / Cuento corto de José Ignacio Restrepo


EL COBRO
por 
José Ignacio Restrepo


Era la partida, se acababa de nuevo la estación; lo sabía por ese cambio abrupto de la brisa que perdía su calor trinitario y se convertía en frío viento. Ahora mismo bajaba desde las colinas como un cazador nigromante entrando sin pedir permiso en la cocina y enfriando toda la casa. Llegan los días sin nombre, los días de ordenar recuerdos frente a la chimenea, voces solitarias que nos dicen nombres de playas y que recitan canciones sobre viajes y sobre epopeyas de mar con milagros de espuma, que ningún practicante de surf podría contar sin haberlas vivido. Me asomo un poco y veo las hojas secas y rojizas danzar. Son la promesa cumplida de que ha llegado el frío y que reinará por tres meses o más...

Me levanto del viejo catre y este suena como dándome las gracias por finalmente dejar al mimbre estirarse. Pongo el agua en el mechero para hacerme una taza de café y luego vacío el cenicero, que está lleno con las colillas de tres días seguidos. Recuerdo que he deseado dejar de fumar y que cada cigarrillo que termino lleva uncida esa pregunta, por el cuándo será que tendré el brío suficiente para abandonar a este amigo, como a tantos otros que he dejado antes a la vera del camino.

Me sirvo el café que está hirviendo y promete con su aroma alimentar cuerpo y espíritu. Pienso en lo que me falta por hacer. Correr la tela del techo no será lo más difícil pero reparar las hojas de pino y luego sellarlas me va a tomar el resto del día. Mi esperanza es que no lleguen pronto las lluvias infelices que en otros lugares están causando tanta tristeza y destrucción.

Cambio climático le dicen. Yo creo que somos unos malditos depredadores, y hacemos tan mal uso de lo que nos fue otorgado que ahora de todas partes llega la queja. Como en esas haciendas mal administradas donde el más pequeño de los sirvientes termina cobrándose con justa razón, los pecados del amo y la falta de afecto con los que le han servido bien. 

Toma las herramientas mientras continua con sus cavilaciones. Al salir al techo por el cielo raso de la cocina, ve las negras nubes que empiezan a acampar al oeste e involuntariamente se persigna para pedir tiempo, pues el trabajo debe quedar listo hoy mismo. Hoy empieza el invierno, hoy llegan Eloísa y la niña, y la casa debe estar completamente reparada pues de eso depende que ellas se sientan bien, y no volver a quedar como un vago, otra vez como el canalla de la película que promete pero no cumple.

Las gotas de sudor bajan por su espalda y mojan camisa y pantalón. Él tiene fe en que antes del anochecer podrá terminar ésto, colocar otra vez las tejas y arreglar todo aquí abajo. Hay un gran desorden producto del trabajo.

Un relámpago avisa que no lejos la tormenta ya ha comenzado, y sin dudarlo esta vez, piensa que el cielo tiene cosas que decir, mucha tierra moviéndose, muchos troncos partidos...demasiados pájaros espantados buscando una luz en el cielo mientras huyen del agua...dónde vendrán ellas, a qué hora habrán comenzado esta jornada...

El motor de una moto se escucha a lo lejos, por el camino que lleva de la casa a la ensenada. Termina de barrer y se pone la camisa para recibir a quien sea. Sin embargo adivina quien es desde acá por el color del vehículo. No entiende a qué vendrá Ramón. Puede que venga a pedirle un favor, algún dinero o una herramienta.

Ramón apaga su motocicleta, la asegura y después se apea. Se quita el casco protector y luego se pasa un pañuelo color mora por el rostro. Se dijera que tiene un rictus de fatiga superior al que podría causar el viaje. Habrá sufrido una caída.

- Hola Ramón, qué te trae por la casa, hace tiempo que no venías...

El joven lo miró. Tenía mugre en los ojos, y lagrimeaban. Parecía no querer hablar, pero la pregunta era perentoria y exigía una respuesta, así fuera simple o corta de su parte.

- No son buenas noticias, Raúl, lo siento mucho.

Tuvo la conciencia infame de que la vida le estaba cobrando todas las deudas contraídas de una sola vez, y que ahora nunca estaría a paz y salvo. Su alma comenzó a resquebrajarse, mientras oraba a Dios para que le dejara la niña, pero Ramón cumplió con darle la mala nueva por completo. Un derrumbe las había tapado ayer antes de llegar al pueblo. Ambas murieron casi sin darse cuenta.

Dos días después de la visita de Ramón, la almádana aún resonaba en el lugar. La casa que había sido remozada para recibirlas estaba ahora sin techo, con los muros en el suelo destruidos y todo el lugar tenía un aire de guerra. Raúl se marchaba...y no quería dejar atrás nada que recordara su triste pena.

A dónde iría luego, por dios. En su interior solo quedaba fuego...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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