miércoles, 28 de octubre de 2015

SONATA PARA UN VUELO GRIS.../ por José Ignacio Restrepo



No sé cuántas cornisas conocen de frente y de lado mis secretos deseos de volar y darme contra el suelo. 

Son muchas, algunas ya no existen pero conservan ese halo de inquietud en sus pisos pulidos con concreto armado donde ni por asomo hay un aviso que esplique a dónde se ha ido el decoro de dejar quietas las cosas que ya para bien han sido terminadas. 

Frisos que sintieron mis pasos son ahora arreglos de cal y color sobre fachadas altas de multifamiliares. 

Es una vergüenza que tus recuerdos de cobarde suicida deban sufrir tantas demoliciones, tantas sucesivas remodelaciones, inspiraciones a la contra y a la reversa, que solo logran intimidar algo del futuro de mis vitales capiteles. 

Demoler, una y otra vez las mismas cuestiones...Se debe ser conocido para entrar en los grandes edificios públicos, hay todo un afán desaforado por impedir que nosotros, dueños de nada, hagamos uso del sutil derecho de apagar cuando queramos esta bombilla de incierta luz.

Con ello quieren decirnos que lo nuestro no lo es, que la vida que pasa por ser nuestra mayor posesión se sostiene sobre una autonomía falsa, es un reino imposible de ser liberado, se abate bajo una suma de condiciones necesarias de revisarse a cada rato, por gente que sí te posee, que sí posee autonomía y que tiene el poder de restar aquí y allá de esa vida que tú crees tan tuya.

En todo caso, con mi segueta poética que corta cadenas como si fuera un soplete guardada por partes en mis bolsillos, voy recorriendo estas calles con nombres de próceres asesinos y mártires que nunca supieron dónde quedaría maltrecha su histórica seña de obsecuencia, porque no sé en qué momento decida qué friso, qué alta muralla sin defecto se convierta en ese lugar amado donde éste que me mora decida, de manera intempestiva, entregar a la muerte buscona su carta de triunfo.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO • Copyright ©

sábado, 17 de octubre de 2015

SOSTENIENDO SEGUNDOS VIVO...

EL ROSTRO BELLO DE MI MADRE
por José Ignacio Restrepo



Y a la sombra de espera, desnudos están estos serenos pasillos, cuya absurda morbidez deriva de su lóbrega soledad...Un mundo pálido, estallando en rosas y sangre que queremos no sea tanta. Gotas que caen sobre nuestros rostros mientras lacramos en silencio estas letras minúsculas, amparados como vamos porque aún dure esta paz falsa que conmueve las calles de la voz y las veredas celestes del alto cielo nuestro. No hay fecha de cierre para esta ceremonia de dolientes, amigo. 

El orín que muestran las barandas puede hablar mejor que nosotros sobre la lepra vencida de las horas, y también el silencioso espíritu que ensombrecido siente que todo ésto le atañe. Lujo será postergar al presente para venir tras opacas luces cotidianas y ver los dolorosos cabestrillos, mundo que me toca colgando del azar que antes fue beligerante y digno como niño esperado en quien todos queríamos confiar. Alados ojos aguardan también a rebujadas alegrías, que rompan ventanas y tengan luego sus hermosas crías que nacen volando como águilas. 

Todas las edades convergen ante la pasión del calor que llama, pues la esperanza viene cálida en cada pan que busca nuestra boca, y la pobre iniciada fragilidad dice cosas bellas de oír cuando entra tomada de la mano de la fuerza, como un sueño sin tiempo despertado, o una misión rayada en el borde del mapa. Ese que soy, habla hoy desde las palabras y convoca la virtud del bien hacer tras la corola intacta de algún bien decir. 

Repisas donde nada pongo, madera a la que el tiempo llena de poros. Los días de mis metas han cedido la verja para que ella proteja segundos sin remedio, gracioso tiempo flojo acuñado para malgastarse. Y mi nombre probo esperando la virtud que pase seguramente engalanada con el bello rostro de mi madre.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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(La pintura es del pintor palestino Ismael Shammout)


martes, 13 de octubre de 2015

OJALÁ PASE EL PROYECTO / Un cuento breve de José Ignacio Restrepo

TEO...EN LA TARDE VUELVO


Un cielo morado y el radio que comienza a resonar con las noticias de otro lunes negado. Primero las cobijas se abren y después siguen las notas de la ducha, que acompañan el canto desmadrado de Manuel, este amigo tantas veces fiel, este amigo de alegrías y tristezas, y otras tantas veces apenas un compañero obligado. Va hasta la ventana y retira con delicadas maneras la cortina raída. Ha comenzado a llover suavemente de esa manera que a veces dura horas invariablemente. Recuerda que Manuel ha vendido el coche hace dos meses y recuerda también, que se ha dejado olvidada su sombrilla, que él piensa tiene carácter de paraguas. Y al verlo salir del baño con el cabello mojado y la barba cubierta de espuma, quisiera poder cubrirlo con algo mejor que un paraguas o el coche de antaño, una suerte de mampara hecha de amor, para que no le pase ni agua de lluvia, ni frío y así pueda llegar a donde quiera, con el traje intacto y la mirada feliz que Manuel siempre le dedica al empezar el día.

Lo ve comiendo el desayuno a toda prisa, y murmurar el orden de sus tareas, que incluye una moción ante sus patrones de un nuevo proyecto de inversión que al parecer no tiene aún todas las garantías para llevarse a cabo. Manuel repite, por segunda vez y luego alza los brazos en señal de victoria. Eso quiere decir que el proyecto pasará, no les quepa ninguna duda sobre ello. 

Por milagro ha parado de llover. Se vuelve para mostrarle ese detalle favorable a punta de consonantes cerradas y una que otra vocal, más dos pasadas de sus pulidas uñas contra el tejido de la cortina, lo cual produce un sonido que él distingue y conoce. Uno que hace que se asome y mire, para darse cuenta que ha escampado, que no va a mojarse de acá hasta el trabajo, que un bus asesino no va a mojar su traje al pasar de cualquier modo sobre un charco de la calle. Es como un premio antes de comenzar a competir por el proyecto. Manuel le acaricia la cabeza como si todo esto se debiera a alguna de sus invocaciones, y él acepta, alegre, pese a saber que se aproximan las peores horas de la semana, las iniciales del día lunes, el día donde explota en la casa este inmundo sabor a soledad y todo parece convertirse en una especie de funeral asignado que no ha solicitado de manera apropiada su concurso natural como habitante de este lugar.

Lejos de la controversia, él y Manuel son dueños de este sitio, pero él pasa más tiempo aquí, cuida que todo esté bien, que no entren ladrones ni otros seres indeseables. Y lo más importante, espera cada día a que llegue para darle cariño de hijo, de padre, de amigo. En fin, su papel en este sitio no se debe a una necesidad ni a una obligación. Tiene a la convivencia por meta y a la compañía respetuosa por condición, cosas que se dan hace tres años de manera mutua, con algunos baches. Por éso cuando Manuel se va a agachar para alcanzarlo y darle esas últimas caricias antes de marcharse, él, Teo, salta hasta el brazo de la silla de la sala para quedar a la altura del gesto, y así poder mirarlo a los ojos mientras él le promete que llegará tan pronto pueda, y le pide perdón por tener que cerrar todas las ventanas. Abre y cierra los ojos tantas veces como puede para expresarle que lo dispensa y que comprende bien el objeto de la medida. Se contorsiona contra su mano, que en el dorso es peluda y suave, para decirle claramente que él va a esperarlo, que no le duele dormirse frente a la ventana viendo como pasa la vida afuera sin él, porque sabe que cuando llegue Manuel traerá buenas noticias, que va a contarle que el proyecto pasó, que fue aprobado, y que van a poder trasladarse de este piso frío a la casa grande que le mostró en la revista, donde podrá también ir a vivir con ellos una gatica sin techo que ojalá hoy, en algunas horas, se acerque a visitarlo...Aunque estén separados por el vidrio lavado, que ahora mismo escurre las últimas goteras de luvia de este lunes de tedio....

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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