jueves, 29 de mayo de 2014

ERA UNA NIÑA SU ESTRELLA ...


LA  LLEGADA


Lleva ya cuatro horas divisando la colina. Desde la amplia ventana, que es casi un balcón, con sus cuernos colgados en el porche, y las florecidas azucenas, puede ver toda la cuadra, hacia el sur, y la curva sobre poblada de esta montaña de Dios. Es parda, con trozos de verde siena, o del tono de agua de pozo, o ese prendido que luce como la yema del pino joven, todos vienen en los lápices de colores Prismacolor, de la caja que hace años le dio Samuel de regalo de navidad, y que ya se le acabaron hace tiempo. Aquí viven un millón iguales a ella, enhebrados diariamente en la sucia y permanente pobreza, de no tener mas que lo del día, un poco de algo, lo que sea, para llevarse a la boca. Y un fiel camastro, o un jergón, donde dormir la angustia de ser pobres.

Quiere ver cuando llegue, ver de primera su rostro, esa forma suya de disminuir la distancia dando pasos que parecen bambolearse, tan lentos que parece se fuera a detener en el siguiente instante. No sabe como está, su mamá no la llevó nunca a la cárcel, y éso solamente aumenta el deseo de mirarlo, de comprobar que el tiempo, aunque se haya ido para ellos no ha pasado. Samuel le ha dicho que no espere demasiado, que todos los hombres cambian cuando son tratados como perros. Pero ella solo le miraba decir, sin creerle ni una palabra, pues su padre está hecho de hierro, tiene amor en cada músculo soldado a la entraña. Y el universo le respeta, porque sabe de qué está hecha su alma, dulce, clemente y persuasiva como el aire mismo, como el aroma nocturno del jazmín, que puebla de tanto en tanto, esta montaña.

Cuando se lo llevaron, acusado de rebelión, vino a vivir con ellas su tío Samuel, gemelo de su padre. Nunca ha podido comprender como dos seres iguales, en apariencia, pueden ser tan diferentes en su interior, a pesar de estos casi seis años de convivencia. Con cada palabra, con cada acción de su tío Samuel, se hacía más patente la ausencia de su padre, más crecía el amor, y el recuerdo de todo lo vivido se fortalecía dentro de ella. Aún sabiendo que era un sueño el que regresara con vida, o por lo menos intacto por dentro.

Está cayendo la tarde. No debe demorar en aparecer por el asfalto sucio, y quebrado de la calle. Su padre, que no tiene mas que dolores sobre sí, hedores multiplicados por el mal hacer de todos los que le rodean, de todo el mundo, que parece estar destruyéndose a pedazos. Su padre, Carmelo, se llama casi como ella, y por ese simple detalle es casi piel de sus carencias, pergamino firmado con sus silencios tristes. Ocho años casi desde que lo vio entrar a la cárcel, y vio las rejas cerrarse al pasar, y su espalda dolida decaer, privándola de ver el bamboleo amado, ese baile sin prisa de sus pasos, que ella tanto ha amado, y que es también su manera de andar el mundo...de tanto ir con él, de tanto interpretarlo para poder luego sin él seguir viviendo.

De repente lo ve. El sol decaído está bordeando la montaña, y le coloca un ribete dorado a todo el límite cansado de su cuerpo. Trae un sombrero de caña tejida, y una mochila de arpillera, como las que usan los militares, apoyada en la espalda y sujeta con su mano derecha, la de pintar paredes y cuadros, la que cogerle la larga cabellera para decirle con la mirada lo bella que ella es. Avanza, ya está a solo cien metros de la casa, y ella no quiere perderse una sola de sus legítimas pisadas, por ese piso polvoriento asido a la arcilla del mundo. Se baja de la ventana, cree que él no la ha visto, pero goza con sentir el sueño esperado de su aliento, en sus mejillas de niña hecha mujer, con su cabello al viento, como a él le gusta...Corre, abre la puerta, allí está su padre, vivo, completo...con la mirada que ella reconoce, plena, paciente , enhebrada a la vida en indulgencias...

-......Carmen...Hija...cuánto tiempo!!!

JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
• Copyright ©

domingo, 25 de mayo de 2014

EL DON MÁS LA OPORTUNIDAD, SE LLAMA SUERTE

ERA SIETE, DEL MES SIETE
por 
José Ignacio Restrepo


La carta se cayó, dejando ver la trampa preparada. Ancízar no alcanzó ni a musitar yo no fui, cuando seis manos cerradas cortaron el aire de forma frenética, buscando su rostro y su liviano plexo, y luego lo tomaron como a saco de boxeo que se muda sin cuidado de gimnasio. Después de hacer diana sobre él tantas veces, ya no sabía si al final iba salir con vida de ese juego de cartas, que en mala hora pensó podría ganar. La verdad era que ese siete de picas no era de las suyas, y con seguridad el truco había sido preparado para excluirlo del juego y así repartir entre los tres que le acompañaban los casi dos mil dólares que había colocado en el pote de la apuesta…Lo había pensado al comenzar, pero uno casi nunca respeta aquello que le brota desde bien adentro, esa voz quejumbrosa y femenina que le advierte que lo que se dispone a hacer es una absoluta y total estupidez. Completar de último un grupo exiguo de tres jugadores, entre los cuales solo a uno distinguía vagamente, equivalía a llegar de último a la vida de tres amigos, que solamente esperarán un cuarto de hora como máximo, para tumbarlo de la silla y quedarse con lo suyo. Justo eso ocurrió, precisamente éso.

Ancízar se recorrió el rostro con las yemas de los dedos, de una sola mano, mientras con la otra se apalancaba sobre el suelo, para ponerse nuevamente en pie. Debía alejarse de allí, no era un sitio para hacer de ciudadano insistente pone quejas. Miró para ambos lados, en repetidas ocasiones. Su sentido de supervivencia estaba tan agudo y maltratado, que cualquier sombra le hacía dar un respingo. No tenía ni para tomar un taxi, pero de algún modo tendría que negociar su regreso al apartamento. En el cajón de la cómoda tenía para pagar, tenía incluso con que ir a otro sitio para tratar de recuperarse. El solo pensamiento causó un agudo padecimiento en sus costillas, que parecían haber recibido más castigo que ningún otro sitio de su cuerpo. 

Salió a la avenida. Al tercer intento, un taxista lo recogió, y sin mirarlo alevosamente por el sitio donde estaba o la hora, le preguntó para dónde iba. Él contestó que lo llevara a Pelayo y Otálora, y el conductor puso segunda, y aceleró. Parecía querer que le rindiera la nocturna, y apenas era la una pasada. Casi al llegar, Ancízar le explicó como quien no quiere la cosa, que debía aguardarlo un poco, pues le habían robado, y para cancelar el servicio tenía que subir a su piso y sacar el importe de la cómoda. El taxista movió la cabeza, y le dijo que no demorara. Al salir del auto, se apresuró, felicitándose por haber dado con un profesional, aunque mostrara ese ceño partido de prematuro cascarrabias. Era algo para sumar.

Bajó del taxi. Subió las escalera de dos en dos, y la cabeza le dolió. No hacía ni una hora que había hecho de pera nueva de gimnasio, para unos nuevos amigos, que resultaron ser unos insidiosos e indolentes. Al verlo regresar, el hombre encendió la máquina. Ancízar le entregó un billete grande, sabiendo que el importe era la mitad y un poco. En un arranque imprevisto e incluso inmotivado, le dijo que se quedara con el cambio. El conductor sonrío, y le contestó que su política era no aceptar propinas. Arrancó, dejándole el reembolso completo en la mano derecha, la de tirar los dados y ganar. Supo ahí mismo, que con ese dinero empezaría su apuesta al día siguiente.

Ancízar entró a su alcoba, y se recostó en la silla, sin ganas de dormir. Sentía el peso de los golpes recibidos, sobre todo en su pecho y en el rostro. Con dificultad se reincorporó. Encendió la luz del vestíbulo, y miró con cuidado en el espejo el daño recibido. Un pequeño corte en el superciliar derecho, raspaduras en ambos pómulos y en la oreja izquierda, sobre la que había caído tras recibir el puntapié, de uno que pensó era un jugador conocido. Se quitó la camisa y observó su plexo, donde ya empezaban a surgir los moretones. Fue a la cocina, y colocó todo el hielo que pudo en uno de los guantes de lavar, luego lo anudó y lo puso contra la zona adolorida, pasándolo de un lugar a otro, un momento aquí, otro allá. Se pasó el rato previo al alba, colocándose hielo en donde sentía dolor, hasta que el mismo sueño obró como calmante y lo venció sin resistencia de su parte. 

OooooooO

Raquel se sirvió otra copa, y observó el último trago que aún esperaba por su boca, en la botella. Contra su naturaleza metódica y ordenada, había rasgado la etiqueta desde hacía un buen rato, y ahora parecía como si se estuviera tomando el remanente de alguna reunión de amigos, o de un encuentro social planeado para finiquitar algún negocio. Era mentira. Se había tomado ya casi, 950 cc de un Bordeaux francés, algo joven para su gusto, pero perfecto para emborracharse. Y, no lo había logrado, tal era su determinación por permanecer lo suficientemente consciente, y no olvidar que había perdido el dinero que le habían encomendado, correspondiente a las pensiones de doce empleados de una fábrica de jabón, en la cual hacía de abogada y asesora de finanzas. Bueno. Quizá hoy era su último día en libertad. Cuando el revisor advirtiera el faltante y lo comunicara a la Gerencia, no tardarían en buscarla para que explicara el asunto. Casi seis años de esfuerzos laborales tirados a la basura, todo por su ambición de llegar a una mejor parte antes que todos, sin un plan, guiada únicamente por su deplorable intuición. Como si esa mierda tuviera algo de método. Iba a dar con sus huesos, y con su culo bien formado por horas y horas de gimnasio, al suelo frío de la cárcel. A partir de mañana, como en el tema de Alberto Cortez (que había sido su favorito cuando terminaba la prepa) tendría el estatus que se merecía, con un enterizo anaranjado, una sola dirección postal, y algunos años para dirimir esta distancia entre lo buscado, lo esperado y lo logrado. Como la maldita botella de vino, que hace horas pensó que no acabaría y ahí estaba, vacía como su martirizada alma de niña buena, solo era un maldito bagazo de las monjas del Liceo de la Buena Esperanza.

Desde el sofá de su pequeña sala, que no había visto una reunión social desde aquella lejana fecha del año pasado cuando inaugurara el piso, observó el living de paredes mandarina bajo la extraña luz color agua, y luego la puerta entrecerrada del cuarto de baño, donde el sonido de abrir y cerrar de un frasco de pastillas le hacía caricias en el oído para que fuera hasta allí, y le rescatara de su soledad inmensa, envuelto como estaba en el aroma farmacéutico de "solamente yo puedo curar tus aflicciones". Había comenzado a tomar pastillas para dormir desde hacía unos meses, por la tensión espantosa de su día de trabajo, que no disminuía de manera natural, cuando se iba a la cama. Por el contrario, aumentaba, dejándola medio postrada en una espera alucinada, cuando era ya necesario, urgente, que su cuerpo y su mente reposaran. Todo tenía su origen en ese maldito hábito, que había adquirido en las pasadas vacaciones, en las islas. En la noche sin fin con olor a playa y aromas de comidas exuberantes, y sin que nadie la vigilara, surgió irrevocablemente un absoluto enamoramiento que nunca antes había sentido. Se entregó a la pasión del juego, y se convirtió desde entonces en una compulsiva visitante de cuanto garito descubriera. Llevaba casi un año jugando sin parar.

El frasco de pastillas le murmuraba desde el cuarto de baño, pero estaba tan frenética que ni siquiera seis o siete píldoras le harían el efecto deseado. Más allá, lo sabía, corría el riesgo de producirse una lesión, o simplemente quedar en su cama dormida, de una vez por todas. Y de eso no se trataba. Su desespero no era tanto como para olvidarse de su propia vida. Por lo menos, no aun. Se rió ante la vana idea de terminar con todo. Caviló idioteces sobre el concepto de la muerte, la imaginó como una dama solitaria que se sienta al lado de cualquiera, solamente con el deseo nunca satisfecho de ver algo diferente en sus ojos, y ante el misterio de advertirlos tan vacíos decide causarle algún dolor en el pecho, agudo, sin matarlo de un golpe, solo para ver cómo reacciona, de qué tamaño es su miedo. Luego pensó en la suerte y la imaginó muy parecida a la primera imagen, una dama solitaria que busca a quien beneficiar, para brindarle un motivo de alegría, y ver cómo cambia la cara del jugador ante este suceso de fortuna. La imaginó, mejor, como un investigador haciendo continuamente pruebas de acierto-error, dando una ojeada a quien juega y gana, para completar un estudio gigantesco del que nadie ha tenido antes noticia, pero que actualmente se ejecuta.

Raquel decidió abruptamente salir a probar esta noche, a pesar de estar casi borracha. Ya otras veces se había quedado sin dormir, buscando en un acto desesperado recuperar de su presente escabroso y con negro pronóstico, un aliciente que la alejara de la voz fructuosa de su frasco de pastillas, que le decía que al final el sería el único ganador. Cada noche ese murmullo la intoxicaba, pues le repetía que sus pastillas estaban aguardando a que ella tomara la última decisión de destaparlo, mandándose su interior de una buena y postrera vez. Bajó, y con solo  sentir el aire que entraba por las celosías al garaje, recuperó buena parte de su sobrio talante. Entró al auto, calentó el motor durante medio minuto y luego partió rauda con dirección al downtown.

OooooooO

Árcade estaba lleno. Parecía simplemente que hubieran empezado las fiestas de fin de año, cuando apenas era mitad de Septiembre. Todos los juegos estaban funcionando a full, y el ambiente se sentía esplendoroso. La suerte daba su pasada por todos los lugares, y se escuchaban gritos de triunfo cada tanto, avisando a todos los que habían decidido venir en mitad de semana, que serían muchos los ganadores en esta cita, y que este templo no tenía día o noche restringido para prestar sus servicios. Como todos los casinos de la ciudad, funcionaba 365 jornadas al año, las 24 horas.

Ancízar llevaba ya un buen rato jugando a la ruleta. Había comprado fichas con el dinero sobrante del servicio de taxi, que lo había transportado hasta su casa dos noches atrás. Quien sabe donde estarían esos sujetos que le habían robado su dinero, como si fuera un párvulo que no sabe donde diablos está parado. Ya había duplicado la apuesta en dos ocasiones, volviendo a perder, pero ahora estaba seguro de que ganaría. Claro que esa seguridad la había sentido muchas veces, sin que al final hubiera una ganancia representativa. 

Ancízar la vio con atención cuando ya llevaba un rato sentada frente a él. Estaba apostándole a los mismos números que él elegía, con la cara un poco abotagada debido al licor que seguramente más temprano había ingerido. Era hermosa, pero tenía algo en su semblante que reñía con su belleza. Parecía cargar con un secreto, un suplicio que la quemaba de manera callada y personal, como a él también tantas veces le había ocurrido. La miraba sin que ella lo advirtiera, mientras continuaba con metódicos movimientos apostando contra la casa, como todo un profesional, con esa seguridad de los que saben que han venido a ganar, y sin embargo no se ufanan de nada. Repentinamente ella levantó sus bellos ojos, casi amarillos de lo pardos que eran, y le brindó una sonrisa de reconocimiento que él aceptó como un regalo. Supo que la haría durar en el fondo de su cerebro preparado para pasar en vela la noche entera. Realmente, el gesto de la mujer le había recorrido la espalda, desde ese sur poblado de ensortijados vellos hasta el alto septentrión que mostraba el camino para llegar a su melena resabiada, algo larga para el gusto de su mamá, pero que llamaba la atención de toda clase de mujeres, cuando caminaba por la calle. 

El croupier colocó la bolita y la hizo girar con fuerza sobre la rueda acostada. Ancízar colocó diez fichas de diez mil cada una, lo que de ganar significaría un verdadero avance en sus fondos de juego, que habían comenzado con lo devuelto por el taxista. Miró a la hermosa mujer, a la que le había regresado el color al rostro merced a dos rondas ganadoras, por cuenta de su pulso y de apostar con él. Era el destino. Gracias a el,  la bolita que daba vueltas frenéticas frente a los ojos de los que allí jugaban, podía traerles a ellos la victoria. Ella alzaba su ceja derecha, en un gesto masculino pero muy atractivo. Él la miró, justo antes de que ella enfocara sus ojos sobre él, pardas lumbreras, nerviosas, que lo interrogaban sobre el motivo de estar allí, de ganar sin ningún esfuerzo y por la maldita intención que lo hacía mirarla sin ningún respeto. Ancízar sentía un gran respeto por las mujeres, sobre todo por las más bellas, con las que le era posible engendrar de manera automática licenciosos platonismos.

Y cuando estaba más concentrada, buscando realizar su sexto juego atada de la suerte del misterioso hombre con la cara golpeada, nuevamente su mirada coincidió con la de él. Y mientras la bolita blanca daba vueltas para determinar si quebraban la casa, ella constató que aquel hombre que le estaba regalando su suerte era serenamente atractivo. Quería que él supiera que le estaba completamente agradecida, primero por llegar allí a tan irregular hora, y segundo, por hacerlo el mismo día en que ella merced a sus delicadas circunstancias, elegía venir a gastar sus últimos cartuchos.

Y lo hicieron, ¡quebraron la casa! La bolita cayó en el siete. Justo en el lugar donde él había colocado su apuesta, y donde ella había puesto la suya, a continuación. 

-  Hoy es siete de julio, del mes siete, y llevo siete rondas ganando. No podría ser otro número. Creo que ya debo parar, hay un buen cerro de fichas, para ir a cambiar…

El morro de fichas era absolutamente gigantesco.

-   No sé cómo lo ha hecho…- inquirió Raquel, - pero acaba usted de salvar mi vida…Y debo agradecérselo…Yo también me detengo…

El croupier alcanzó las fichas para que cada uno pudiera tomarlas. Como eran muchas tomó dos bolsas, grabadas con la marca de la casa, y lleno cada una con el premio correspondiente. A continuación se las pasó, aceptando una ficha de cien puntos, de parte de cada uno de los ganadores.

Raquel y Ancízar caminaron por el pasillo levemente inclinado, mirando al fondo el sector iluminado donde en varios idiomas decía  Caja…

-  Yo también ayer estaba quebrado, casi me matan para robarme en un garito extraño…

-  Gracias a Dios, no fue mayor cosa y pudiste venir…

Rieron a carcajadas, pues aquel era un comentario completamente egoísta y al mismo tiempo, absolutamente humano y espiritual…Raquel le narró la seguidilla de errores que la habían llevado a aquel sitio y él pudo entonces medir el tamaño de su suerte…Ancízar rió, mientras hacía en voz alta la reflexión de que solamente entre personas extrañas, podían suceder estas cosas, en donde el milagro del encuentro y la congruencia de las casualidades terminaban por unir los pasos, de los que solo hace unas horas caminaban solitarios, produciendo una línea de destierro voluntario de porvenir insospechado pero seguramente nada halagüeño.

Raquel estaba completamente sobria por la alegría, y la luz de un alba despuntante iluminaba su hermoso rostro. Tenía el dinero suficiente para reponer los fondos que había malversado, gracias al milagroso encuentro con este jugador ganador, que lo tomaba todo como si nada especial estuviera ocurriendo. 

Ancízar le pasó la mano por el cabello, y se quedó así durante un instante bello. Había salvado a esta mujer de un destino atroz, que no llegó a anudarse alrededor de su cuello, y que sin embargo los puso cerca, uno al otro. Eran como dos amigos que aún no se conocen, que rompieron la extrañeza que los separaba y produjeron el milagro.

Como el del alba, rota por los rayos protectores de un sol de verano, que cierran una larga noche de pavor y duda, en el juego de los astros donde nada empieza y nada termina…

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright ©



miércoles, 21 de mayo de 2014

UNA HISTORIA SIN PAR

EL SUEÑO DE MI MADRE


No podía creerlo. Estaba bailando ese vals que no completó cuando tuvo su fiesta de quinceañera, con ese guapo joven bien vestido, que la miraba sin hablar dueño con ella de un raro éxtasis compartido. No era para menos, más de un centenar de personas los estaban mirando. Todo era parte de un milagro, fraguado por su madre, que la había hecho parte de su sueño: bailaría sobre el suelo un día, y lo haría en mitad del éxito y las risas.

Mi madre no podía vernos, pero estaba presente, y a pesar de su temprana desaparición lo llenaba todo. Mientras los dos íbamos de un lado para el otro a lo largo y ancho del salón, sacando de nuestros pies toda la galería de pasos que sabíamos, los incrédulos conversos que habían llenado el recinto de Nike con la esperanza de pasar una gran tarde, y ver como se acababa de hundir la compañía, nos miraban babeantes. Todos querían ser parte del final, de la última foto, acaso aparecer en la postrera portada de un tabloide, en cuyo interior con todos los detalles, se narrara como desaparecía una de las mayores empresas del mundo. Nike llevaba más de seis años socavada por una quiebra, y solo el espíritu invencible de unos cuantos, mantenía las cosas en su sitio, en un ambiente enrarecido por la desconfianza de proveedores y bajas consecuentes de las acciones en las bolsas del mundo.

El relampagueo continuo de las cámaras, nos convencía por momentos de que ya algunos sabían que se había producido el milagro. Para mí en particular no era secreto, pues yo estaba segura que al divulgar esta buena nueva, íbamos a recuperar nuestro lugar entre los grandes. Poseíamos el invento más importante para la industria del entretenimiento, en los últimos veinte  años. Una revolución, sin parangón en el pasado.

Todo había comenzado al encontrar las notas de mi madre, unos días después de su muerte. Debo decir aquí que mi madre fue una gran matemática, como ella misma lo decía, siempre torciendo la boca con esa extraña sonrisa de ella, que no se tomaba nada de nada muy en serio, haciendo tanto del éxito como del fracaso, mitades complementarias de un mismo movimiento. Había muerto de un síncope cardíaco cuando tomaba una ducha, luego de llegar de una reunión de amigos, todos ellos socios de “una gran  empresa” sin nacer aún, y que solo ella tenía como algo cierto y grande para el futuro. Ella era una luchadora indomable, y se había retirado de Lowcraft tras  diez años, para comenzar de ceros la real aventura de su vida. Con el dinero obtenido por la liquidación más los ahorros guardados, iba a lograr concretar el sueño de casi todos los científicos: inventar algo tan hermoso y útil, que todos quieran tener, que sea barato, accesible para el público, y que gracias a ello puedas colocar tu nombre en la memoria de todos, que sabrán que fuiste una persona que utilizó el conocimiento para crear beneficios para todos. Tenía entre manos algo que revolucionaría el mercado, y aún no se lo había contado ni siquiera a sus amigos. Era una sorpresa que ella quería tener lista, y de la cual sería la única dueña, antes de pasar de la mesa de diseño a la línea de prueba.

Cuando ella regresó de la casa de su mejor amiga, y la encontró casi azul bajo la ducha, su madre llevaba casi dos horas exánime, como se lo dijo el médico forense de la policía. Mi madre y yo, éramos una familia de ésas que no tienen un hombre para que traiga el dinero y salve al resto de las vicisitudes. Mi padre nos había dejado hacía más de diez años, y no sabíamos dónde estaría ni lo que estaba haciendo. Ni siquiera si estaría vivo. Bueno, éso me dijo ella. Por eso solamente estábamos en esa sala pequeña, el hijo del propietario de la sala de velación y yo, sentados mirando el ataúd donde descansaba el cadáver de mi madre, que ayer mismo era una mujer sana de 44 años. Ahora estaba a solo horas, de ser llevada al horno de cremación, para convertirse en un fino polvillo dentro de una urna pequeña de mármol blanco, como alguna vez me dijera que era su deseo al cesar la vida. Mi madre se murió un día antes de yo cumplir dieciocho años, por lo tanto nadie tenía potestad sobre mí o nuestros escasos bienes, y ya era mi deber ordenar sus cosas y tratar de salir del percance, sin quedar también atrapada en ese vórtice.

Encontré las notas de “Aire” en uno de sus cuadernos, y luego unos planos, donde explicaba en pormenores en qué consistía, para que serviría hacerlo y a quienes debía contactar sí le pasaba algo a ella. Pero para mí estaba claro, que no iba a buscar a nadie, acaso solo a mi padre. Bueno, no estaba segura. Pasé unas dos semanas estudiando las notas de mi madre, hasta que llegué a convencerme de poder desarrollar su proyecto yo sola, como si fuera algo iniciado por mí misma.

Hoy es el día de su nacimiento, el momento de presentación al público. Entre mi madre y yo hemos salvado a Nike, quien llegó a un acuerdo con nosotros solamente para fabricarlo. El producto que se llama Aire, en español, va a revolucionar la forma de bailar, de caminar, de todo. Ni en sus mejores sueños, supo mi madre que todo al final se concretaría como hoy lo ocurre. Les contaré de ese otro milagro, que logramos Aire y yo, y que estoy segura mi madre produjo desde el cielo.

*  *  *

El día del trasteo empezó agitado, como era de esperarse. Debía trasladarme a un apartaestudio, un lugar más pequeño y que le permitiera a los ahorros de mamá, extenderse lo máximo, mientras yo encontraba la manera de sostener su sueño, que era yo. Mi plan era convertir las horas vocacionales en la universidad, en un empleo formal, de manera que pudiera continuar con todo lo que hacía. Todo es un recuerdo ahora, increíble hasta para mí.

Cuando me disponía a bajar una caja de recuerdos fotográficos, una fotografía se deslizó de detrás de un marco, que tenía una instantánea de mi madre. Era una foto muy reciente de mi padre, posando al lado de ella, ambos sonriendo, lo que daba a entender que todavía eran pareja. Al fondo se veía la fachada de Lowcraft, y yo pensé simplemente que allí debían conocerlo. Un día después de establecerme en mi sencillo apartamento del centro, ya había comenzado a seguirle la pista, esa que mi madre se había encargado de borrar, con la esperanza de que yo nunca pudiera hallarle de nuevo. En los días siguientes, mi vida comenzaría a dar un vuelco de 360 grados, y nada de lo que pasaba hacía prever lo que estaba por sucederme.

Llegué ese martes lluvioso a Lowcraft, y de inmediato busqué quien contestara a mis preguntas. Mi padre había emigrado de la compañía, hacía 8 años, aliándose de inmediato con Nike, que comenzaba a expandir su reino, con productos novedosos, en los cuales él participaba sobre todo en el diseño de materiales. Su destreza para moverse, de la cual solo averigüé al interrogar un poco al pasado, ya era algo mítico, y en ese nuevo entorno adquirió ribetes de fábula. Pero, la industria entera sufrió graves percances a raíz de la crisis europea, y los murmullos sobre forzadas fusiones eran como malos mensajeros, que impedían el normal desarrollo de la empresa. Una grave contracción de los activos, y la venta de todo un bloque de factorías en Medio Oriente, causó deterioros importantes para comienzos del año 2000.

Cuando encontré a papá, mantenía un pequeño negocio de juguetes de hule, cerca de los muelles de San Francisco, y más parecía un ex presidiario, que un famoso y galardonado hombre de mundo.

-  Hola, Gerard…
-  Perdón, no estoy comprando, ni vendiendo nada…

Le miré desde muy adentro, como sé que lo hubiera hecho mi madre, y una ternura inconclusa traída de mil años atrás, me gobernó por completo, haciendo que saltaran mis lágrimas…

-  Cómo estás…papá…

Fue levantándose de su silla medio rota, tan lentamente que parecía creciendo ante mis ojos, como si fuera una raro ser del circo. Debió apoyarse, para no trastabillar, y vi que me miraba de hito en hito, mientras el dolor hacia presa de todo su ser…

-  Lucía…por Dios… ¡Pero, si ya eres toda una mujer!

Se salió como pudo de atrás de ese armatoste, y cayó sobre mí, en un abrazo atacado y confundido, que parecía querer dejar con vida, aquello que apenas había alcanzado a nacer. Luego fueron horas, que gastamos en averiguar con qué contaba cada uno, y que nos tenía en frente. Él no sabía que yo había agarrado medio cielo, y yo no iba a decirle nada que pudiera alterar un nuevo comienzo, natural y sencillo, sin ningún pronóstico.

Al cabo de un año, mi padre y yo habíamos logrado levantar una unidad familiar, restaurada, con nuevos propósitos, y un gran sueño, el de mi madre, llenando todo el horizonte en perspectiva. Un horizonte limpio, lleno de Aire.

*  *  *

Ahora puedo llamarla mi heroína. Mi madre hizo tantas cosas en vida, yo misma soy una de sus mejores creaciones. Cuando veo a los chicos montar en sus zapatos Nike Aire, no me sorprendo de que vayan unos centímetros sobre el suelo…sus piruetas y bellos movimientos, dignos de una renovada plástica y de la inventiva en Neumática de Gerard, solo fueron posibles de idear en una mente despierta y llena de poder, un cerebro que tenía un don del cielo, y el conocimiento necesario para llevarlo a la práctica. Salvamos Nike, madre, tú y yo, y papá…Le dimos Aire, al mundo!

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright ©

martes, 20 de mayo de 2014

A QUE NACES, O TE QUEDAS ATRÁS

NO MÁS EL TÚNEL


Mira por la ventana, sin mover siquiera la cabeza...Llueve fuertemente, y el viento trae menuda y la mete sin clemencia al cuarto...Hoy no abrá entrenamiento, de éso está seguro...Se mueve un poco, como para alejar tanta imagen en su mente...Se mira la rodilla, la vieja, la que lo sacó de todo, y luego aprieta los ojos...Tiene grabado atrás ese momento, cuando intentó moverse, y dar el salto para atrapar sin esfuerzo esa pelota, y se quedó allí...Templado bajo el arco...El lugar que le daba su sustento...Donde se halla aún ese muchacho, que comenzó a tapar siendo aún niño...

Tiene 27...

No más el túnel, el bramido inmenso de la hinchada, el lujo de posar, la copa...No más el abrazo esperanzado de niños y de viejos por igual, cuando termina la fecha y han ganado...Solo esta garúa intermitente en los linderos profundos de su alma...No más alzarse valiente de la cama, cada día de la semana, mirando esos dolores invisibles que viven hace tiempo entre sus piernas, en la cúspide ferrosa de su espalda, en los brazos que ya tuvieron gloria, pero no la pensada, no la deseada...a él le falta dolor y gloria nueva...Pero, no la tendrá. Se quedaron sus sueños vigorosos atados a ese zócalo de grama, a ese pequeño trozo de hierba mal cortada, mentirosa, pues abajo del verde que el veía, el pantano lo aferró y no lo soltó...Cómo diciéndole, Atos de futuros, celoso espadachín de un mil domingos, te tengo prometido otro destino, otro brillo sin hacer todavía para tu causa...una voz inaudible, veterana,  que él no puede entender esta mañana. Que no podrá entender nunca en la vida. Esta lluvia que  luce necesaria, para que guarde cama como enfermo, como hacen los cuerpos abatidos que ya no tienen movimiento pero bregan...Hacen sonrisas sus pensamientos pero grises, o promesas sin dios, a ese que le dijo tendrás todo...que vive dentro suyo todavía...

Se levanta. Tiene ahora su túnel personal, su cancha de tres por cuatro, con ventana. La ducha, no es el sitio compartido, lleno de risas, junto a todos sus compadres, mojando en el chorro sus dolores, no. Es una cascada indispuesta de agua fría, que le repite solo, solo, solo...El fútbol era su iglesia, su paraíso, su lugar de recreo y de avaricia. Quizá por éso todo lo que pasa, no es sano colocar la lumbre entera sobre un solo objeto si ella hace falta, si es necesario también su brillo sobre algo más, y ese algo es lo más importante...Que no es la vida un balón en una cancha, o una tribuna llena y a los gritos, no puede uno rendirse por llegar a la fuerza, si, llegar sin invitación a otro lugar...

Un paso más, se mira la rodilla, esa enemiga, esa enferma, esa asesina. Que ha matado sus sueños, su futuro, el deseo de salir, lograr el triunfo.

Se sienta, y del cajoncito de la cómoda, saca un tubo de crema. Un poco, luego más. Se frota enérgico, sin pausa. Ese es su entrenamiento, va a salir, se viste con camisa y dril planchado. Toma su hoja de vida de dos hojas...Cierra con cuidado la ventana, escampó...que bueno, hoy habrá movimiento...

Da el paso por el túnel, que es inmenso.

viernes, 16 de mayo de 2014

A VECES NOS VAMOS ANTES...

79 CON 13, SUR, LA PUERTA ROJA


Raúl miró el living, a la salida de su alcoba, con su mesita sin retratos y su espejo de pared. Cuando sale hacia la calle, evita mirar la superficie brillante, y también evita el reflejo, pues siempre le ha parecido una puerta hacia otros mundos, donde habitan ésos, sin nombre, que lo ven todo sin que nosotros los veamos a ellos. Y que cuando nos vemos allí emiten un lentísimo mensaje de un sentido superior, diciéndole al que mira, quizá no regreses, amigo, quizá sea la última vez que te miras en este espejo. Era un sentimiento insobornable, y hace tiempo había comenzado a no mirar, aunque aún no acababa de acostumbrarse. Ya eran tantas las pérdidas, que parecía normal esperar una nueva, la suya, al comenzar la mañana, cualquier día. Podía ser hoy, este frío martes, el día de partir a ese sitio que nunca nombra.

Cerró la puerta. Oyó caer fuertemente el pasador, y sin quererlo, reeditó con nostalgia las veces que había hecho lo mismo, exactamente, para cuidar de cualquier ladrón la casa de su esposa y de su hija, que antes lo esperaban en la noche, para compartir un poco con él. Ahora era un ejercicio sin fin, ese de pasar con ellas el tiempo de su vida, aunque ya no estaban. Gastaba el día, la tarde y la noche, en recordarlas. Comenzó a llorar lentamente, de espaldas al mundo, la frente puesta en la puerta de su casa, la casa que habían contruído para vivir la magia de sus vidas.

Entró al coche, contraído como un chico, sin saber cómo empezar este nuevo día, y rompió en llanto como un cadete que recién viera cadáveres de guerra.

Al terminar, sacó el pañuelo y se secó las lágrimas. Se pasó el pañuelo sobre la cara, hasta dejarla seca del todo. Recordó que tenía la misión de seguir vivo. Resonaron las palabras amorosas de su madre días antes de morir, con poco menos de noventa años, “te di todo lo que tengo, lo que soy, para que seas más feliz de lo que fui…y fui muy feliz, hijo mío”. Encendió el coche, debía llegar hasta el almacén y abrir. Ese era su destino, enfrentar a sus clientes, que todavía hoy le miraban sintiendo pena por su pérdida,  como si tuvieran culpa de seguir vivos. Él ya no quería eso, quería continuar, realmente. Pero, esas horas alejado de su casa, debía realmente agradecerlas, pues podía pensar en otros asuntos, aunque fueran pueriles y sin sentido muchas veces, y pertenecientes al universo de  los otros, a sus supuestas necesidades o gustos, que lo ligaban a él, y a su negocio.

Momentáneamente, sencillamente, como todo en la vida.

Tras terminar ese día de labor, tan similar a todos los anteriores, y a los que sobrevendrían, cerró el lugar y se dispuso a regresar a su casa.

A su pesar, contra todo pronóstico, terminó con sus pasos ante la puerta del bar, que lucía como la entrada de una iglesia, donde ir a encontrar calma para su desesperación. Entró y no volvió a salir, hasta que era muy tarde. Tomó un taxi para regresar, pues no había manera de que pudiera conducir.

- 79 con 13, sur, una casa de puerta roja...-

El conductor tenía una cara afable, como de abuelo joven, y recibió la indicación en silencio. Pero solo fue cosa de instantes, pues con tono mesurado y respetuoso comenzó una conversación, tomando un recuerdo suyo, como tema.

- Recuerdo esa casa, si...
- ¿Ah, sí? Yo no recuerdo que usted me haya llevado en el pasado...
- No, señor...No fue a usted. Eran dos bellas mujeres, yo creo que madre e hija. Venían del Mall, habían hecho compras, hablaban de sorprender al hombre de sus vidas, con un regalo, un precioso reloj que le habían comprado para su cumpleaños. Esa magnífica tarea de dar, hace que los espíritus generosos se reproduzcan gracias al ejemplo, pues nos recuerdan que este paso es momentáneo, corto, que solo somos inocentes pasajeros. Lo insigne de vivir, es ese dar. Alcanzar la tibieza y la humildad de regalarse en todo...ese día, con esas dos damitas bellas, recordé lo inefable de ese sentimiento...

Luego se quedó callado, pues me había invitado a charlar, y yo simplemente no accedí. Habíamos llegado. Le pagué, y mientras recibía el importe, me pidió que saludara a las dos bellas damas de su parte, y yo solo pude sonreírle. Fue una mueca extraña realmente, pues estaba al borde de un colapso.

Ya en la calle, miré mi reloj, esa hermosa prenda que hacia solo ocho meses, ellas dos me habían regalado por mi cumpleaños. Eran la una y cinco de la madrugada. Un hora propicia para recordarlas, para verlas copiosamente vivas, llenas de esperanza, alejadas del tránsito peligroso, de los autos cuyos conductores no miran quien cruza la calle.

Y si un taxista común las recordaba, ¿cómo podía yo permitir que el olvido se las tragara? ¿Cómo iba yo a dejar que se hundieran en el gris de mi desesperanza?

Entré a mi casa, crucé el living, sin miedo del espejo...Me miré, compungido y lloroso, como si apenas hoy las hubiera perdido por esa orden inobjetable del destino. Pero, no iba a dolerme más, estaba seguro que ellas me esperarían, donde se hallaran, si llegaba la hora de testar todo lo hecho, y disponer mi pasaje hacia el olvido...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright ©

jueves, 15 de mayo de 2014

AVALANCHA




Respiraba...

Solo veía un resplandor morado a través de sus lentes de protección, y se dio cuenta que tenía rota la frente, acaso solo fuera el superciliar, ojalá. 

Intentó moverse, y la clavícula le haló horriblemente. Gritó, no era su voz, era el quejido impotente de un niño, que no encuentra como salir de un cajón, enmohecido y maloliente, donde tenía guardado un juguete, uno que se le había perdido, y que ahora es parte del olvido. Quizá se ha roto el hombro, tal vez incluso la cadera, o la pelvis. Nunca volverá a esquiar. Aún antes de saber si saldrá de todo ésto con vida, ya se lo promete sin confrontaciones. Debe dar algo a cambio por poder ver todavía la luz, aunque tenga el cuerpo partido en veintitrés pedazos, que ya no casarán por más que los una con cuidado.

Y se queda de repente, pensando en esos ojos color beige, que lo miraban sensiblemente no hace dos horas, desde ese mostrador. Y en ella, su dueña, que tuvo el valor de preguntarle porqué esquiaba, qué se ganaba con subir al cerro para luego descender arriesgando la vida, lo único de veras cierto, propio, que todos tenemos. Él se había reído, y la había invitado a salir en cuanto volviera. Ahora ni siquiera estaba seguro de poder salir y verla de nuevo, para decirle que allí quebrado e indispuesto había pensado en ella, en sus dulces ojos casi amarillos, que eran como una luz insistiendo para que saliera de la nieve, que ahora lo cubre por completo.

No podía moverse, realmente se sentía malherido. Y lo peor era esa conciencia de haber obrado contra la norma, por haber elegido el camino errado, el que nadie sigue. Esa condición suya de sentirse superior, que lo ha acompañado toda su vida, es la que lo tiene allí, alejado de todo y a menos de una hora de que cierre por completo el día. Debe salir, a como de lugar, sino no podrá contar la historia, tener derecho a una segunda oportunidad.

Repta, Agustín, arrástrate, que también éso hace parte del programa. Ayúdate con los codos, éso, hazlo, como si fueras el niño que a veces recuerdas que fuiste, tal vez te esperan cosas mucho más valiosas, y debes probar a la vida, a la sagrada vida que te llena, que eres el elegido para poder vivir el resto. No, el resto no. Queda lo mejor, lo principal, lo que te trajo aquí no vale nada, se ha ido, y tienes que salir...no puedes dejar al pasado lo mejor de ti, no puede quedar en la nieve, enterrada sin más, el ansia de vivir todo lo que te espera en el futuro.

Lloraba, en medio del dolor tras cada esfuerzo, rompiendo con el casco la nieve que le cubría, sin saber cuánta era, de qué tamaño era realmente la avalancha...dónde diablos estaba la luz dueña del resplandor, que veía en sus gafas, cubiertas a medias por su sangre. Con los párpados ya en una costra, y el vigor de salir aún entero, rema Agustín, como un ser de antes del diluvio, que se sabe único, irrepetible, con su pelvis partida entre pedazos, su frente rota, un brazo inmóvil y frío, en un lugar lejano de la montaña sepultado bajo tanta nieve, que nadie podría verlo. Solo los perros, que buscan a los perdidos...

Agustín levanta la cabeza, y ve una sonrisa desconocida...

- Se llama Sócrates, es un pastor belga. Él le ha salvado la vida...

La enfermera de rasgos esquimales le miraba contenta. Sostenia la foto de un hermosísimo perro, con varias medallas en su cuello, por ser héroe de salvamento allí en esa región nevada.

- Dónde está, quiero darle un beso...

Ella ríe, es bella. Como si fuera una orden, el precioso perro pone las patas delanteras a su lado, sobre su cama, y le mira amoroso, con sus grandes ojos color miel, igual que lo hicieran esos otros que alumbraron su soledad, bajo toneladas de nieve blanca.


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright ©

miércoles, 14 de mayo de 2014

PRIMERO FUE TU MAR



Hablas del mar, ese que lo anima todo, todo lo que sabemos y también aquello que ignoramos, casi como si fueras una de las esporas habitadas, por múltiples palabras presentes en los recuerdos compartidos, entre mi piel y tu larga lista de deseos. Mi piel es un tejido laxo, hace años dejado ante el mar antiguo para que el lo lavara, y lo dejara como nuevo, pues es él la única fuerza que podría hacerlo. Cada vez que sus olas pusieran su azul de muchos tonos sobre mi, hasta lograr el blanco sempiterno de la espuma, justa prueba del alcance de su labor genuina. Seguro puedes, hay ya tantas historias en tus ojos, han ido y regresado de anchos mundos, dejándolos distintos, renovados, alguno podrá contar que ya no tiene el nombre y apellido que le fueron regalados una vez, cuando sin culpa recibió su bautizo.
Anda, yo mismo atestiguo que eres capaz de devolver tus bienes, por los males que cualquier relación te haya testado, por ser mujer paciente y llena de alegrías. Bienes que regalabas mientras te restaban todo lo ofrecido, no solo por los malos poderes que te daban, y tú aceptabas, como si fuera alguna magia inhóspita que le restaba a todo a cambio de tu belleza que crecía, sino por el fallo del destino acuoso, menta de sal que habita en tus ojos, y enamora al que los mira, desde siempre. Sí, por ellos te hacías más bella y sencilla, porque siempre has tenido el mar vencido dentro tuyo, para lavar sin trabajo esos cientos de destinos moribundos. Y en ese mar que en azul sala la vida, por ese ir y volver, revuelto, noble, con su mugre vencida hecha corriente y su azul desgastado entre el aceite, cosas que tiene cada hombre añejo, gastos y deudas perdidas, corrompidas, galeras donde vierte sus recuerdos, y reviste sombríos cada día sin futuro, los vencidos axiomas de su tiempo, como atajadas rencillas de si mismo para mover su inercia, con deleite, donde vos haces limpias, sarracenas batallas en silenciosa soledad, cuando ellos te dejan devolverte, en sus recuerdos ya nómadas, escasos, pero vivos aún porque tú quieres.
Doy fe trémula que soy uno de ésos, que en la mañana no salen a la playa para buscar la luz ilesa del sol, y el aire nuevo que ha dejado su aroma en todos los umbrales, en un viento nuevo sin origen sobre mi rostro. Soy el olvido en cada acto aterido que ensayo, la misma muerte innoble para tu noble reincidencia de querer ser aliada y cuerpo nuevo, en la visita sagrada de las olas, viajeras extasiadas de ese mar que cubre sin más pieles mágicas o esquivas.
Y sin embargo anido mi deseo inconfesable, de recobrar contigo lo que fui, si me detengo a mirar las golondrinas con sus vuelos pretéritos y simples. Como estos vagos y furtivos pensamientos, que en algún instante no fecundo, se unen sin remedio al mar que es tuyo, y al horizonte sin mi...

PIEL VIEJA



Desvisto dentro de mi la piel antigua, sin dejar que se corte o se vulnere, la cojo con cuatro dedos por las puntas, igual que hacen temprano las mujeres que lavan y respiran al tender, esas prendas y el bello quehacer, que vistieron ayer o quizá antes...Deploro que el clima noble me abrillante, tantos grises y plomos, y ocres puros, se lavan frente a mi, con sus conjuros, por el hábito de buenos heredado, que prefieren cargar colores puros, el rojo que me late, el amarillo, que escribe cada día hermano sol...y ese azul, tantas noches cohibido, que me trajo de mares tan lejanos, dejándome en tus ojos de él profundos, con mi alma llenándome los míos, como solo regalo...para ir a otro sitio, o devolverme, desatando intervalos fehacientes, en mis letras desnudas por los años.