domingo, 25 de mayo de 2014

EL DON MÁS LA OPORTUNIDAD, SE LLAMA SUERTE

ERA SIETE, DEL MES SIETE
por 
José Ignacio Restrepo


La carta se cayó, dejando ver la trampa preparada. Ancízar no alcanzó ni a musitar yo no fui, cuando seis manos cerradas cortaron el aire de forma frenética, buscando su rostro y su liviano plexo, y luego lo tomaron como a saco de boxeo que se muda sin cuidado de gimnasio. Después de hacer diana sobre él tantas veces, ya no sabía si al final iba salir con vida de ese juego de cartas, que en mala hora pensó podría ganar. La verdad era que ese siete de picas no era de las suyas, y con seguridad el truco había sido preparado para excluirlo del juego y así repartir entre los tres que le acompañaban los casi dos mil dólares que había colocado en el pote de la apuesta…Lo había pensado al comenzar, pero uno casi nunca respeta aquello que le brota desde bien adentro, esa voz quejumbrosa y femenina que le advierte que lo que se dispone a hacer es una absoluta y total estupidez. Completar de último un grupo exiguo de tres jugadores, entre los cuales solo a uno distinguía vagamente, equivalía a llegar de último a la vida de tres amigos, que solamente esperarán un cuarto de hora como máximo, para tumbarlo de la silla y quedarse con lo suyo. Justo eso ocurrió, precisamente éso.

Ancízar se recorrió el rostro con las yemas de los dedos, de una sola mano, mientras con la otra se apalancaba sobre el suelo, para ponerse nuevamente en pie. Debía alejarse de allí, no era un sitio para hacer de ciudadano insistente pone quejas. Miró para ambos lados, en repetidas ocasiones. Su sentido de supervivencia estaba tan agudo y maltratado, que cualquier sombra le hacía dar un respingo. No tenía ni para tomar un taxi, pero de algún modo tendría que negociar su regreso al apartamento. En el cajón de la cómoda tenía para pagar, tenía incluso con que ir a otro sitio para tratar de recuperarse. El solo pensamiento causó un agudo padecimiento en sus costillas, que parecían haber recibido más castigo que ningún otro sitio de su cuerpo. 

Salió a la avenida. Al tercer intento, un taxista lo recogió, y sin mirarlo alevosamente por el sitio donde estaba o la hora, le preguntó para dónde iba. Él contestó que lo llevara a Pelayo y Otálora, y el conductor puso segunda, y aceleró. Parecía querer que le rindiera la nocturna, y apenas era la una pasada. Casi al llegar, Ancízar le explicó como quien no quiere la cosa, que debía aguardarlo un poco, pues le habían robado, y para cancelar el servicio tenía que subir a su piso y sacar el importe de la cómoda. El taxista movió la cabeza, y le dijo que no demorara. Al salir del auto, se apresuró, felicitándose por haber dado con un profesional, aunque mostrara ese ceño partido de prematuro cascarrabias. Era algo para sumar.

Bajó del taxi. Subió las escalera de dos en dos, y la cabeza le dolió. No hacía ni una hora que había hecho de pera nueva de gimnasio, para unos nuevos amigos, que resultaron ser unos insidiosos e indolentes. Al verlo regresar, el hombre encendió la máquina. Ancízar le entregó un billete grande, sabiendo que el importe era la mitad y un poco. En un arranque imprevisto e incluso inmotivado, le dijo que se quedara con el cambio. El conductor sonrío, y le contestó que su política era no aceptar propinas. Arrancó, dejándole el reembolso completo en la mano derecha, la de tirar los dados y ganar. Supo ahí mismo, que con ese dinero empezaría su apuesta al día siguiente.

Ancízar entró a su alcoba, y se recostó en la silla, sin ganas de dormir. Sentía el peso de los golpes recibidos, sobre todo en su pecho y en el rostro. Con dificultad se reincorporó. Encendió la luz del vestíbulo, y miró con cuidado en el espejo el daño recibido. Un pequeño corte en el superciliar derecho, raspaduras en ambos pómulos y en la oreja izquierda, sobre la que había caído tras recibir el puntapié, de uno que pensó era un jugador conocido. Se quitó la camisa y observó su plexo, donde ya empezaban a surgir los moretones. Fue a la cocina, y colocó todo el hielo que pudo en uno de los guantes de lavar, luego lo anudó y lo puso contra la zona adolorida, pasándolo de un lugar a otro, un momento aquí, otro allá. Se pasó el rato previo al alba, colocándose hielo en donde sentía dolor, hasta que el mismo sueño obró como calmante y lo venció sin resistencia de su parte. 

OooooooO

Raquel se sirvió otra copa, y observó el último trago que aún esperaba por su boca, en la botella. Contra su naturaleza metódica y ordenada, había rasgado la etiqueta desde hacía un buen rato, y ahora parecía como si se estuviera tomando el remanente de alguna reunión de amigos, o de un encuentro social planeado para finiquitar algún negocio. Era mentira. Se había tomado ya casi, 950 cc de un Bordeaux francés, algo joven para su gusto, pero perfecto para emborracharse. Y, no lo había logrado, tal era su determinación por permanecer lo suficientemente consciente, y no olvidar que había perdido el dinero que le habían encomendado, correspondiente a las pensiones de doce empleados de una fábrica de jabón, en la cual hacía de abogada y asesora de finanzas. Bueno. Quizá hoy era su último día en libertad. Cuando el revisor advirtiera el faltante y lo comunicara a la Gerencia, no tardarían en buscarla para que explicara el asunto. Casi seis años de esfuerzos laborales tirados a la basura, todo por su ambición de llegar a una mejor parte antes que todos, sin un plan, guiada únicamente por su deplorable intuición. Como si esa mierda tuviera algo de método. Iba a dar con sus huesos, y con su culo bien formado por horas y horas de gimnasio, al suelo frío de la cárcel. A partir de mañana, como en el tema de Alberto Cortez (que había sido su favorito cuando terminaba la prepa) tendría el estatus que se merecía, con un enterizo anaranjado, una sola dirección postal, y algunos años para dirimir esta distancia entre lo buscado, lo esperado y lo logrado. Como la maldita botella de vino, que hace horas pensó que no acabaría y ahí estaba, vacía como su martirizada alma de niña buena, solo era un maldito bagazo de las monjas del Liceo de la Buena Esperanza.

Desde el sofá de su pequeña sala, que no había visto una reunión social desde aquella lejana fecha del año pasado cuando inaugurara el piso, observó el living de paredes mandarina bajo la extraña luz color agua, y luego la puerta entrecerrada del cuarto de baño, donde el sonido de abrir y cerrar de un frasco de pastillas le hacía caricias en el oído para que fuera hasta allí, y le rescatara de su soledad inmensa, envuelto como estaba en el aroma farmacéutico de "solamente yo puedo curar tus aflicciones". Había comenzado a tomar pastillas para dormir desde hacía unos meses, por la tensión espantosa de su día de trabajo, que no disminuía de manera natural, cuando se iba a la cama. Por el contrario, aumentaba, dejándola medio postrada en una espera alucinada, cuando era ya necesario, urgente, que su cuerpo y su mente reposaran. Todo tenía su origen en ese maldito hábito, que había adquirido en las pasadas vacaciones, en las islas. En la noche sin fin con olor a playa y aromas de comidas exuberantes, y sin que nadie la vigilara, surgió irrevocablemente un absoluto enamoramiento que nunca antes había sentido. Se entregó a la pasión del juego, y se convirtió desde entonces en una compulsiva visitante de cuanto garito descubriera. Llevaba casi un año jugando sin parar.

El frasco de pastillas le murmuraba desde el cuarto de baño, pero estaba tan frenética que ni siquiera seis o siete píldoras le harían el efecto deseado. Más allá, lo sabía, corría el riesgo de producirse una lesión, o simplemente quedar en su cama dormida, de una vez por todas. Y de eso no se trataba. Su desespero no era tanto como para olvidarse de su propia vida. Por lo menos, no aun. Se rió ante la vana idea de terminar con todo. Caviló idioteces sobre el concepto de la muerte, la imaginó como una dama solitaria que se sienta al lado de cualquiera, solamente con el deseo nunca satisfecho de ver algo diferente en sus ojos, y ante el misterio de advertirlos tan vacíos decide causarle algún dolor en el pecho, agudo, sin matarlo de un golpe, solo para ver cómo reacciona, de qué tamaño es su miedo. Luego pensó en la suerte y la imaginó muy parecida a la primera imagen, una dama solitaria que busca a quien beneficiar, para brindarle un motivo de alegría, y ver cómo cambia la cara del jugador ante este suceso de fortuna. La imaginó, mejor, como un investigador haciendo continuamente pruebas de acierto-error, dando una ojeada a quien juega y gana, para completar un estudio gigantesco del que nadie ha tenido antes noticia, pero que actualmente se ejecuta.

Raquel decidió abruptamente salir a probar esta noche, a pesar de estar casi borracha. Ya otras veces se había quedado sin dormir, buscando en un acto desesperado recuperar de su presente escabroso y con negro pronóstico, un aliciente que la alejara de la voz fructuosa de su frasco de pastillas, que le decía que al final el sería el único ganador. Cada noche ese murmullo la intoxicaba, pues le repetía que sus pastillas estaban aguardando a que ella tomara la última decisión de destaparlo, mandándose su interior de una buena y postrera vez. Bajó, y con solo  sentir el aire que entraba por las celosías al garaje, recuperó buena parte de su sobrio talante. Entró al auto, calentó el motor durante medio minuto y luego partió rauda con dirección al downtown.

OooooooO

Árcade estaba lleno. Parecía simplemente que hubieran empezado las fiestas de fin de año, cuando apenas era mitad de Septiembre. Todos los juegos estaban funcionando a full, y el ambiente se sentía esplendoroso. La suerte daba su pasada por todos los lugares, y se escuchaban gritos de triunfo cada tanto, avisando a todos los que habían decidido venir en mitad de semana, que serían muchos los ganadores en esta cita, y que este templo no tenía día o noche restringido para prestar sus servicios. Como todos los casinos de la ciudad, funcionaba 365 jornadas al año, las 24 horas.

Ancízar llevaba ya un buen rato jugando a la ruleta. Había comprado fichas con el dinero sobrante del servicio de taxi, que lo había transportado hasta su casa dos noches atrás. Quien sabe donde estarían esos sujetos que le habían robado su dinero, como si fuera un párvulo que no sabe donde diablos está parado. Ya había duplicado la apuesta en dos ocasiones, volviendo a perder, pero ahora estaba seguro de que ganaría. Claro que esa seguridad la había sentido muchas veces, sin que al final hubiera una ganancia representativa. 

Ancízar la vio con atención cuando ya llevaba un rato sentada frente a él. Estaba apostándole a los mismos números que él elegía, con la cara un poco abotagada debido al licor que seguramente más temprano había ingerido. Era hermosa, pero tenía algo en su semblante que reñía con su belleza. Parecía cargar con un secreto, un suplicio que la quemaba de manera callada y personal, como a él también tantas veces le había ocurrido. La miraba sin que ella lo advirtiera, mientras continuaba con metódicos movimientos apostando contra la casa, como todo un profesional, con esa seguridad de los que saben que han venido a ganar, y sin embargo no se ufanan de nada. Repentinamente ella levantó sus bellos ojos, casi amarillos de lo pardos que eran, y le brindó una sonrisa de reconocimiento que él aceptó como un regalo. Supo que la haría durar en el fondo de su cerebro preparado para pasar en vela la noche entera. Realmente, el gesto de la mujer le había recorrido la espalda, desde ese sur poblado de ensortijados vellos hasta el alto septentrión que mostraba el camino para llegar a su melena resabiada, algo larga para el gusto de su mamá, pero que llamaba la atención de toda clase de mujeres, cuando caminaba por la calle. 

El croupier colocó la bolita y la hizo girar con fuerza sobre la rueda acostada. Ancízar colocó diez fichas de diez mil cada una, lo que de ganar significaría un verdadero avance en sus fondos de juego, que habían comenzado con lo devuelto por el taxista. Miró a la hermosa mujer, a la que le había regresado el color al rostro merced a dos rondas ganadoras, por cuenta de su pulso y de apostar con él. Era el destino. Gracias a el,  la bolita que daba vueltas frenéticas frente a los ojos de los que allí jugaban, podía traerles a ellos la victoria. Ella alzaba su ceja derecha, en un gesto masculino pero muy atractivo. Él la miró, justo antes de que ella enfocara sus ojos sobre él, pardas lumbreras, nerviosas, que lo interrogaban sobre el motivo de estar allí, de ganar sin ningún esfuerzo y por la maldita intención que lo hacía mirarla sin ningún respeto. Ancízar sentía un gran respeto por las mujeres, sobre todo por las más bellas, con las que le era posible engendrar de manera automática licenciosos platonismos.

Y cuando estaba más concentrada, buscando realizar su sexto juego atada de la suerte del misterioso hombre con la cara golpeada, nuevamente su mirada coincidió con la de él. Y mientras la bolita blanca daba vueltas para determinar si quebraban la casa, ella constató que aquel hombre que le estaba regalando su suerte era serenamente atractivo. Quería que él supiera que le estaba completamente agradecida, primero por llegar allí a tan irregular hora, y segundo, por hacerlo el mismo día en que ella merced a sus delicadas circunstancias, elegía venir a gastar sus últimos cartuchos.

Y lo hicieron, ¡quebraron la casa! La bolita cayó en el siete. Justo en el lugar donde él había colocado su apuesta, y donde ella había puesto la suya, a continuación. 

-  Hoy es siete de julio, del mes siete, y llevo siete rondas ganando. No podría ser otro número. Creo que ya debo parar, hay un buen cerro de fichas, para ir a cambiar…

El morro de fichas era absolutamente gigantesco.

-   No sé cómo lo ha hecho…- inquirió Raquel, - pero acaba usted de salvar mi vida…Y debo agradecérselo…Yo también me detengo…

El croupier alcanzó las fichas para que cada uno pudiera tomarlas. Como eran muchas tomó dos bolsas, grabadas con la marca de la casa, y lleno cada una con el premio correspondiente. A continuación se las pasó, aceptando una ficha de cien puntos, de parte de cada uno de los ganadores.

Raquel y Ancízar caminaron por el pasillo levemente inclinado, mirando al fondo el sector iluminado donde en varios idiomas decía  Caja…

-  Yo también ayer estaba quebrado, casi me matan para robarme en un garito extraño…

-  Gracias a Dios, no fue mayor cosa y pudiste venir…

Rieron a carcajadas, pues aquel era un comentario completamente egoísta y al mismo tiempo, absolutamente humano y espiritual…Raquel le narró la seguidilla de errores que la habían llevado a aquel sitio y él pudo entonces medir el tamaño de su suerte…Ancízar rió, mientras hacía en voz alta la reflexión de que solamente entre personas extrañas, podían suceder estas cosas, en donde el milagro del encuentro y la congruencia de las casualidades terminaban por unir los pasos, de los que solo hace unas horas caminaban solitarios, produciendo una línea de destierro voluntario de porvenir insospechado pero seguramente nada halagüeño.

Raquel estaba completamente sobria por la alegría, y la luz de un alba despuntante iluminaba su hermoso rostro. Tenía el dinero suficiente para reponer los fondos que había malversado, gracias al milagroso encuentro con este jugador ganador, que lo tomaba todo como si nada especial estuviera ocurriendo. 

Ancízar le pasó la mano por el cabello, y se quedó así durante un instante bello. Había salvado a esta mujer de un destino atroz, que no llegó a anudarse alrededor de su cuello, y que sin embargo los puso cerca, uno al otro. Eran como dos amigos que aún no se conocen, que rompieron la extrañeza que los separaba y produjeron el milagro.

Como el del alba, rota por los rayos protectores de un sol de verano, que cierran una larga noche de pavor y duda, en el juego de los astros donde nada empieza y nada termina…

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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4 comentarios:

  1. la capacidad de trabajo...la preparación académica.....el esfuerzo concatenado del grupo....en una hora determinada...el entrenamiento arduo.....otorgan un porcentaje elevado de probabilidades....de ganar......pero el azar sigue conservando entre sus manos...un porcentaje menor...que puede resultar decisivo ....apabullante...brutal. tus letras transitan con holgura y premeditación....surgen de un intelecto abundante...en recursos....gracias..JI

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    1. Gracias enormes por tus palabras de aliento...Espero vengas seguido, este es mi campo de ejercicios...una nueva entrega cada tercer día...Abrazos Marcos Pitti...

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  2. Excelente narrativa que nos lleva paso a paso pero el autor siempre firme y ganador, me encanto este relato, querido escritor.

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    1. Pues, que bueno ver el eco de tu presencia, querida Loly...Ya sabes que eres bienvenida, por tantas glosas leídas y tantos poemas reídos y llorados, gracias amiga, vuelve pronto...

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