lunes, 7 de diciembre de 2015

NOSTALGIAS / Texto corto por José Ignacio Restrepo


DICIEMBRE LENTO


A veces, solo queda confundirse entre la pena y ese favor carnal que tiene forma de sábana mojada. Confundido, estado mental cercano a la pregunta inquieta que pisa suelo formal y no trae mas que silencio, ni una fraterna querella, y menos el comienzo de una nueva disputa...Empieza la semana, el olor a pólvora llega desde hemisferios lejanos, lugares relegados al comercio de lo humano, al dolor investido de ausencias, al estrago de no tener quién pregunte cómo acabar con ésto, cómo convertir el grito de dolor en alegría....bastaría que muchos lo quisiéramos a igual tiempo y rehiciéramos dentro de nosotros la palabra gigante...Humanidad...

Mientras las luces titilan, encaramados adioses gritan dolores mutuos que se cuelgan de los dinteles y rincones del cielo raso, como manchas de orín aventajado que solo viera hoy cuando sé que han existido desde siempre. No soy distinto de los otros. Optamos por renacernos en los recuerdos, esos color ocre u oliva pálido, les ponemos música de Shubert o de Lizt, y ambientamos además todo éso con el sonido inconforme de goznes que chirrean, un adiós repetido, el daño en el laptop de una tecla, la tilde, que no dejará que escribamos un minuto más sin vigilar durante un ratito estos fantasmas, que nos llaman a placer, a gritos...

Ya no hay sombreros frigios anunciando partidas inconclusas, ni avisos de papel con nombre propio celebrando durante días esas tibias llegadas suspendidas en ventanas abiertas a medias. Hay, eso sí, rasgos largos, rojos, de sangre en las aceras, hechos en el clamor incólume de la pugna que no pareciera de  dos sino de una multitud de hombres dolientes. Y estos días de diciembre sabemos  que ha habido ayer disputas cortas, y duelos, y muerte sin regreso...

Éramos tan observadores y ahora solamente legislamos de afuera para adentro. En tanto agotamos las ansias sin nombre de que pase todo ésto mientras tomamos un café de recuerdos y abolidos estatutos, nos confesamos muchas veces en el día y quisiéramos - estoy cierto de éso - un amigo noble con quien releer viejas cartas, uno que ande sin temor el mismo rumbo de nuestros pensamientos, que tome el mismo licor que nuestra boca y lo libe con prudencia. Que además traiga escrita vivamente su poesía entre el alma, tanta, que pueda en nuestra compañía tirarla para arriba y verla vivirse a placer...

Volver...

Hay un tango que mide lo que ha perdido de amor el mundo, hecho de acariciados ecos, colgados de un universo paralelo cuya entrada pocos conocen, que pide sentimientos a cada persona que lo escucha independiente del momento y del sitio en que éso ocurra. Igual que esa mirada con la que cualquiera nombra lo que ama o esos libros que esperan abiertos a que regrese su dueño...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
• Copyright ©

martes, 24 de noviembre de 2015

DIARIOS DE CURACIONES / Un relato corto

EL DOCTOR SIN ALAS
por José Ignacio Restrepo


A veces solo aterrizaban mientras hacía su caminata matutina, caían justo a sus pies con la absoluta necesidad de ser salvadas, con todo ese plástico enredado en sus alas quebrando sus magnificas plumas, dueñas herederas de estos cielos de mares grises. Y entonces él podía salvarlas, desenredar ese fatal producto humano con mucho cuidado, hasta lograr devolverles su don que parecía haber terminado allí. 

Se sentía en esos momentos como un ser ubicuo, uno de esos especímenes hermosos, perfectos, que ya no ignoran porqué están aquí. Veía lágrimas en esos ojos sin habla mientras graznaban, y sentía las suyas rodar irremediablemente por su rostro, pidiendo perdón por este mundo loco y sus insensibles habitantes que han poblado el paraíso con basura.

Sin embargo, son muchas las jornadas en que solo recupera cadáveres, cuerpos desgajados que acaso se rindieron en esa playa tras noches de larga brega. Los levanta con respeto, los pone en su bolsa y luego los lleva hasta una colina que hace de cementerio. Allí los entierra, dejando en cada montículo una marca en sánscrito y la fecha de arribo a ese lugar. El cerro está lleno, tal parece que hubieran averiguado que él existe y llegaran allí buscando este último gesto de resarcimiento, hecho por un simple escritor que también llegó aquí buscando algo de calor.

Un mundo que humilla, un lugar descabellado que ofende lo que debiera respetar. Gran pesar que crece. El alma llena se levanta a buscar algo de alimento y lo encuentra cuando escucha esos dolorosos graznidos que parecen urgirlo para que llegue en su ayuda. Toma la bolsa que tiene preparados las tenazas y el linimento, unas gasas y esparadrapo por si el ave trae alguna herida expuesta, y su infaltable gorra de salvador que es de color blanco con una crucesita roja tejida en un lado. Luego corre hasta la playa y alcanza al animal para lanzar su red invisible, pues en la brega por zafarse puede hacerse más daño aun. Cuando ya está quieto comienza su trabajo para liberarlo de esas trampas mezquinas.

Al rato ve sueltas las alas de pelícanos, gaviotas, martines pescadores, picotijeras, somormujos que han caído allí mientras llegaron de vacaciones. Ha debido sentarse a estudiar sobre el asunto para poder brindar mejores servicios a estos hermanos alados, que conocen lugares nunca por él visitados y a los que desde niño ha respetado y amado.

Ahora escribe de nuevo, pero el tema ha cambiado. Sus personajes ya no están adoloridos sino que tienen dotes y brindan favores, se parecen a los pájaros que salva, acaso porque ha descubierto que con cada uno que devuelve vivo al cielo del mar una parte de él despierta nuevamente.

Partes muertas y revividas adentro suyo que se levantan en vuelo, mientras mira las lágrimas de gratitud brotando, en aquellos confiados cuerpos emplumados que se quedan quietos para que él pueda cortar el plástico enredado que les impide volar...cómo me llamarán, ya deben haberme puesto nombre, doctor sin alas o algo...deben saber que estoy para servirles, si no no llegarían tantos...

Crueles tiempos de guerra...Algo pierde el hombre cuando deja de mirar las estrellas, cuando no ve que hay hermanos en el cielo y en la tierra. Mundo de almas perdidas que en este cruel destierro ignoran que llegaron desde arriba...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
Copyright ©

miércoles, 28 de octubre de 2015

SONATA PARA UN VUELO GRIS.../ por José Ignacio Restrepo



No sé cuántas cornisas conocen de frente y de lado mis secretos deseos de volar y darme contra el suelo. 

Son muchas, algunas ya no existen pero conservan ese halo de inquietud en sus pisos pulidos con concreto armado donde ni por asomo hay un aviso que esplique a dónde se ha ido el decoro de dejar quietas las cosas que ya para bien han sido terminadas. 

Frisos que sintieron mis pasos son ahora arreglos de cal y color sobre fachadas altas de multifamiliares. 

Es una vergüenza que tus recuerdos de cobarde suicida deban sufrir tantas demoliciones, tantas sucesivas remodelaciones, inspiraciones a la contra y a la reversa, que solo logran intimidar algo del futuro de mis vitales capiteles. 

Demoler, una y otra vez las mismas cuestiones...Se debe ser conocido para entrar en los grandes edificios públicos, hay todo un afán desaforado por impedir que nosotros, dueños de nada, hagamos uso del sutil derecho de apagar cuando queramos esta bombilla de incierta luz.

Con ello quieren decirnos que lo nuestro no lo es, que la vida que pasa por ser nuestra mayor posesión se sostiene sobre una autonomía falsa, es un reino imposible de ser liberado, se abate bajo una suma de condiciones necesarias de revisarse a cada rato, por gente que sí te posee, que sí posee autonomía y que tiene el poder de restar aquí y allá de esa vida que tú crees tan tuya.

En todo caso, con mi segueta poética que corta cadenas como si fuera un soplete guardada por partes en mis bolsillos, voy recorriendo estas calles con nombres de próceres asesinos y mártires que nunca supieron dónde quedaría maltrecha su histórica seña de obsecuencia, porque no sé en qué momento decida qué friso, qué alta muralla sin defecto se convierta en ese lugar amado donde éste que me mora decida, de manera intempestiva, entregar a la muerte buscona su carta de triunfo.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO • Copyright ©

sábado, 17 de octubre de 2015

SOSTENIENDO SEGUNDOS VIVO...

EL ROSTRO BELLO DE MI MADRE
por José Ignacio Restrepo



Y a la sombra de espera, desnudos están estos serenos pasillos, cuya absurda morbidez deriva de su lóbrega soledad...Un mundo pálido, estallando en rosas y sangre que queremos no sea tanta. Gotas que caen sobre nuestros rostros mientras lacramos en silencio estas letras minúsculas, amparados como vamos porque aún dure esta paz falsa que conmueve las calles de la voz y las veredas celestes del alto cielo nuestro. No hay fecha de cierre para esta ceremonia de dolientes, amigo. 

El orín que muestran las barandas puede hablar mejor que nosotros sobre la lepra vencida de las horas, y también el silencioso espíritu que ensombrecido siente que todo ésto le atañe. Lujo será postergar al presente para venir tras opacas luces cotidianas y ver los dolorosos cabestrillos, mundo que me toca colgando del azar que antes fue beligerante y digno como niño esperado en quien todos queríamos confiar. Alados ojos aguardan también a rebujadas alegrías, que rompan ventanas y tengan luego sus hermosas crías que nacen volando como águilas. 

Todas las edades convergen ante la pasión del calor que llama, pues la esperanza viene cálida en cada pan que busca nuestra boca, y la pobre iniciada fragilidad dice cosas bellas de oír cuando entra tomada de la mano de la fuerza, como un sueño sin tiempo despertado, o una misión rayada en el borde del mapa. Ese que soy, habla hoy desde las palabras y convoca la virtud del bien hacer tras la corola intacta de algún bien decir. 

Repisas donde nada pongo, madera a la que el tiempo llena de poros. Los días de mis metas han cedido la verja para que ella proteja segundos sin remedio, gracioso tiempo flojo acuñado para malgastarse. Y mi nombre probo esperando la virtud que pase seguramente engalanada con el bello rostro de mi madre.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright © 
(La pintura es del pintor palestino Ismael Shammout)


martes, 13 de octubre de 2015

OJALÁ PASE EL PROYECTO / Un cuento breve de José Ignacio Restrepo

TEO...EN LA TARDE VUELVO


Un cielo morado y el radio que comienza a resonar con las noticias de otro lunes negado. Primero las cobijas se abren y después siguen las notas de la ducha, que acompañan el canto desmadrado de Manuel, este amigo tantas veces fiel, este amigo de alegrías y tristezas, y otras tantas veces apenas un compañero obligado. Va hasta la ventana y retira con delicadas maneras la cortina raída. Ha comenzado a llover suavemente de esa manera que a veces dura horas invariablemente. Recuerda que Manuel ha vendido el coche hace dos meses y recuerda también, que se ha dejado olvidada su sombrilla, que él piensa tiene carácter de paraguas. Y al verlo salir del baño con el cabello mojado y la barba cubierta de espuma, quisiera poder cubrirlo con algo mejor que un paraguas o el coche de antaño, una suerte de mampara hecha de amor, para que no le pase ni agua de lluvia, ni frío y así pueda llegar a donde quiera, con el traje intacto y la mirada feliz que Manuel siempre le dedica al empezar el día.

Lo ve comiendo el desayuno a toda prisa, y murmurar el orden de sus tareas, que incluye una moción ante sus patrones de un nuevo proyecto de inversión que al parecer no tiene aún todas las garantías para llevarse a cabo. Manuel repite, por segunda vez y luego alza los brazos en señal de victoria. Eso quiere decir que el proyecto pasará, no les quepa ninguna duda sobre ello. 

Por milagro ha parado de llover. Se vuelve para mostrarle ese detalle favorable a punta de consonantes cerradas y una que otra vocal, más dos pasadas de sus pulidas uñas contra el tejido de la cortina, lo cual produce un sonido que él distingue y conoce. Uno que hace que se asome y mire, para darse cuenta que ha escampado, que no va a mojarse de acá hasta el trabajo, que un bus asesino no va a mojar su traje al pasar de cualquier modo sobre un charco de la calle. Es como un premio antes de comenzar a competir por el proyecto. Manuel le acaricia la cabeza como si todo esto se debiera a alguna de sus invocaciones, y él acepta, alegre, pese a saber que se aproximan las peores horas de la semana, las iniciales del día lunes, el día donde explota en la casa este inmundo sabor a soledad y todo parece convertirse en una especie de funeral asignado que no ha solicitado de manera apropiada su concurso natural como habitante de este lugar.

Lejos de la controversia, él y Manuel son dueños de este sitio, pero él pasa más tiempo aquí, cuida que todo esté bien, que no entren ladrones ni otros seres indeseables. Y lo más importante, espera cada día a que llegue para darle cariño de hijo, de padre, de amigo. En fin, su papel en este sitio no se debe a una necesidad ni a una obligación. Tiene a la convivencia por meta y a la compañía respetuosa por condición, cosas que se dan hace tres años de manera mutua, con algunos baches. Por éso cuando Manuel se va a agachar para alcanzarlo y darle esas últimas caricias antes de marcharse, él, Teo, salta hasta el brazo de la silla de la sala para quedar a la altura del gesto, y así poder mirarlo a los ojos mientras él le promete que llegará tan pronto pueda, y le pide perdón por tener que cerrar todas las ventanas. Abre y cierra los ojos tantas veces como puede para expresarle que lo dispensa y que comprende bien el objeto de la medida. Se contorsiona contra su mano, que en el dorso es peluda y suave, para decirle claramente que él va a esperarlo, que no le duele dormirse frente a la ventana viendo como pasa la vida afuera sin él, porque sabe que cuando llegue Manuel traerá buenas noticias, que va a contarle que el proyecto pasó, que fue aprobado, y que van a poder trasladarse de este piso frío a la casa grande que le mostró en la revista, donde podrá también ir a vivir con ellos una gatica sin techo que ojalá hoy, en algunas horas, se acerque a visitarlo...Aunque estén separados por el vidrio lavado, que ahora mismo escurre las últimas goteras de luvia de este lunes de tedio....

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright ©

sábado, 12 de septiembre de 2015

COMO AVALANCHA DE VERANO: UN SUEÑO EN OTRO / Un cuento de José Ignacio Restrepo

LAS MALAS PELÍCULAS
SIEMPRE TIENEN UN BUEN FINAL
por
José Ignacio Restrepo




I

Me miró atentamente desde la mesa que ocupaba, a unos diez metros en diagonal a la mía. El espejo a mi lado derecho devolvía su imagen casi completa: largas piernas, pálidas y sin vello, talle y cadera muy torneados y un rostro enigmático entre oriental y latino. Sin duda era una mujer pretendida.

Augusto frecuentemente mencionaba que el destino me deparaba una mujer como esa a la que mi tozuda apatía le tendría sin cuidado, pues bajo su mágico influjo yo iba a caer preso convirtiéndose mi vida en un delicioso infierno. Yo nunca hice pronósticos sobre la vida de Augusto ni tampoco sobre su muerte que lo sorprendió en una sencilla excursión en bote por las tranquilas aguas de Miami, un tonto día que andábamos de juerga. Que fuera tan descabezado nunca me hizo pensar que se iba a quebrar el cráneo contra el borde de la quilla de aquel barco, aunque unos días atrás me hubiera confesado que se quería morir en el Caribe. Semejante deseo para su infortunio no se cumplió como él quería, pero sí demasiado pronto. Desde su penosa muerte había pasado ya un año largo.

Devaneando en aquellos recuerdos no observé quien se acercaba y me vi sorprendido por la voz grave y seca de una mujer. Era ella, la joven de rostro misterioso que unos minutos antes observara tan detalladamente en el espejo.

-          Usted es León Barrera...

Levanté mí cabeza y observé frente a mí los pechos perfectos de la mujer que hablaba...

-     ... famoso jugador de polo, escritor de una novela mejor vendida, soltero de treinta y tres años, nacido en Puerto Rico, y residente en cualquier parte del mundo gracias a su incalculable fortuna...

-         ¡Vaya! Qué interesante lo que dicen de uno las revistas de farándula barata...

-      León Barrera, se equivoca si piensa que trato de intimar con usted. Me llamo Alicia Noguera. Recuerde mi nombre y mi rostro, porque yo voy a matarlo.

La mujer me miró por un momento más. Sentí la frialdad del peligro en mi rostro y lo supuse pálido, casi lívido. Estuve seguro de que interpretó erradamente mi silencio, acaso como muestra de bestial arrogancia. Ella no podía saber que al escuchar su apellido en mi interior una avalancha de ingratos recuerdos se había desprendido desde la oscuridad de mi memoria y en aquel momento me estaba sepultando en un reconocido abismo de dolor y tragedia, ahora como antes irreparable.

La inmensa avalancha comenzó a formarse durante el verano del 94 en un bello sitio de Baja California. Había muchísimos turistas, entre ellos mi viejo amigo Augusto Carvalho y yo, León Barrera. Disfrutábamos de unas largas vacaciones en el Pacífico soleado, tras haber tenido un golpe de suerte en el mercado de Valores de Los Ángeles. Una tarde Augusto regresó al hotel con una chica hermosísima, que dijo llamarse Belén Noguera. Era muy simpática y agradable, y se convirtió en amiga de ambos casi de inmediato; al cabo de unos ocho días, cuando el mar se puso algo recio para nuestro gusto, ella nos invitó a su casa, que quedaba en la bellísima Cartagena de Indias. Bastó una tarde para llegar y en menos de quince horas nosotros tres hacíamos sombra en las playas de otro océano.

Su familia estaba de viaje en Barquisimeto con unos parientes. Toda la casa estaba a disposición de nosotros, sus invitados. Belén, a pesar de ser muy joven, era una magnífica anfitriona. Además había nacido un afecto especial entre ella y yo, y como estas cosas eran corrientes para Augusto, por ser mi amigo, supe que aunque la chica también le gustaba, él lo entendería sin problema.  Como pensé, él no se preocupó.

El verano en la costa Atlántica colombiana era más extendido y cálido que el de California, por esos días. Sin embargo el mar estaba picado y la leva era considerable. Las autoridades habían advertido sobre los riesgos de navegar o inclusive surfear en semejantes condiciones. A pesar de esto, la chica y yo salimos aquel día temprano, pues habíamos planeado un picnic marino, con sesión de buceo e interludio romántico. Habíamos sido muy cuidadosos y privados en nuestros asuntos desde que llegamos. Augusto solamente había visitado Cartagena una vez, estando muchacho, así que decidió pasear por la ciudad amurallada y tomar algunas fotografías, en lo cual se la pasó casi todo el día. Al regresar él, nosotros no habíamos vuelto, lo que lo estimuló, según su narración posterior, a preparar algo de comer como una sorpresa para cuando regresáramos.

Pero no regresamos. Aquella noche, la leva se convirtió en vendaval y luego, con el paso de las horas, un tremendo huracán azotó las playas de la Guajira hasta Morrosquillo, que persistió por casi dos días. Mi bote, nunca apareció. Fui recogido por un pequeño pesquero, que me avistó tres días después del naufragio, pero a Belén infortunadamente, nunca la encontramos, pereció. Su cadáver no fue hallado, y el que yo corriera con los gastos de sus servicios fúnebres, realmente no me ayudó en nada. Mis sentimientos de culpabilidad, que estaban por demás justificados, hicieron mella en mi naturaleza normalmente jovial y abierta.

Esperamos a los parientes de Belén, que al parecer solo eran una hermana y su madre, pero no llegaron, y a los veinte días retornamos a Norteamérica. Más de seis meses estuve buscando a aquellas personas, primero por teléfono y luego personalmente, pero cuando volví a la casa de Cartagena, la habían colocado en venta y no hubo quien me diera razón de los dueños. Fui investigado por la muerte de la chica, pero como la decisión de navegar fue compartida por ambos, la responsabilidad de lo ocurrido no podía cobijarme solo a mí. Me exoneraron, pero ya nada sería igual de ahí en adelante.

Augusto Carvalho me asistió durante la aguda depresión en que caí, a raíz de ese acontecimiento. Cuando la prensa ya me había olvidado por completo, todavía solía deambular por cualquier playa de la costa oeste emborrachándome, impedido emocionalmente para continuar viviendo, preso del infortunado recuerdo de aquel día, víctima de una circunstancia en la que fui el desgraciado protagonista. Cinco años después, el malhadado hecho constituía el motivo de mi soledad, y un insano convencimiento me hacía pensar que era dañino para la gente, lo que determinaba que yo alejara de mí a todas las mujeres que me demostraban algún interés. Un siquiatra amigo me aseguró que mis temores desaparecerían en presencia de una emoción realmente intensa, que alterara mí presente dando al pasado su justa dimensión.

Sin saberlo, la avalancha de recuerdos no solo me causaba dolor. Podía sin duda acarrearme la muerte.
******

Tres días después del incidente en el café, la vida de León Barrera había recuperado buena parte de las tumultuosas características que tuviera cinco años atrás, cuando involuntariamente se viera envuelto en la muerte de una chica que él poco conocía. Había llamado a todos los hoteles de la ciudad intentando localizar a Alicia Noguera, sin conseguirlo. Varias veces contestó el teléfono, sin que nadie hablara en la línea, y al transitar por la calle se sentía constantemente vigilado. Estos detalles, más el resurgimiento del dolor y la culpa, lo tenían al borde de un colapso. Su médico le formuló unos calmantes que él no tomó, prefiriendo alternar su nerviosa lucidez con noches enteras de embriaguez profunda. Su aspecto era desastroso, ni la sombra del hombre que siete de cada diez mujeres interrogadas por un magazín de distribución continental, unos tres meses atrás, eligieran como el soltero más codiciado.
******

Me desperté de un pesado sueño con la boca pastosa y el aliento ahíto a licor, creyendo haber sentido que golpeaban la puerta. No soñaba. Abrí tan rápido como me lo permitieron mis piernas. Era ella. Miró mi rostro sin afeitar, y el pantalón ajado tras una noche de inquieto sueño. Su gesto adusto no hizo más que acentuarse.  Sin embargo, su imagen a la luz del día superaba el breve recuerdo que tenía de ella: Vestía un traje de noche, absolutamente irreal para esa hora, abierto por el lado izquierdo desde el tobillo hasta su espléndido muslo, y el profundo escote dejaba visible buena parte de sus atractivos. Su cabello suelto, unos ojos que lo traspasaban todo y sobre los labios algo de carmín, completaban una indumentaria que sería la ideal para coprotagonizar cualquier película con Bogart. Como la última vez, ella habló primero.

-          Las malas películas siempre terminan bien...

Me distancié de la puerta, asombrado por la coincidencia de su saludo con mi pensamiento. Ella la cerró con un preciso empujón de su pie derecho.

-          Señorita Noguera... Déjeme decirle...

-       Usted señor Barrera, no tiene nada que decir. Ni tampoco nada que hacer, pues ya hizo más que suficiente. ¿O es que perdió la memoria?

Con un movimiento estudiado, extrajo de su bolso una pequeña pistola con silenciador, y la apuntó hacia mi pecho.

-         ¡Por favor, déjeme explicarle! Usted solamente conoce una parte de toda la historia...

-      No señor, yo conozco toda la historia, y le voy a escribir el final en    este instante...

Había estado retrocediendo desde que le abriera la puerta y ahora la pared enfriaba absurdamente mi espalda desnuda. No comprendía como el asombro podía causar un dolor tan intenso, y porqué escuchaba el eco sordo de una detonación, que parecía provenir de la otra habitación.

Mientras caía, sin lograr apoyar las manos para protegerme el rostro del impacto contra el suelo, pensé que nada de esto me podía estar ocurriendo realmente.


Como si aquella voz casi inaudible fuese más una variedad de invocación para un genio mágico, que una línea angustiosa en el guión de un personaje en medio de un pesado sueño, Gonzalo Cepeda, contador bancario de cincuenta y dos años, nacido en Miami pero de padres cubanos, con cuatro hijos, de los cuales el menor ya era un adolescente, con muchas cuentas por pagar y un salario por fortuna, se despertó. Comenzó a abrir lentamente los ojos para iniciar un involuntario reconocimiento del lado izquierdo de su cama, donde aun dormía su mujer, y luego hacia arriba, con el objeto de observar del mismo modo que el día que lo instaló, es decir, sin absoluta satisfacción, el techo de pino de su alcoba, del que pendía, encendido permanentemente, un ventilador marca Golden Stallion.



II

Dos de la tarde... En la vía rápida el verano de Miami esta hecho de la tensión imperiosa de las pistas de fórmula uno, pero también de calor inclemente y de un ruido ensordecedor, los cuales se sienten a pesar de llevar las ventanillas cerradas. La angustia por la alta temperatura, que no logra mitigar el aire acondicionado de los vehículos, dibuja áridos relieves sobre los rostros de quienes conducen y viajan, lo cual los hace ver incongruentes con el geométrico paisaje de colores vivos, asfalto perfecto y edificios de concreto bellamente construidos, en medio de los cuales a esta hora se deslizan los autos.

No tener que regresar al banco es, sin embargo, un gran motivo de alegría, y aunque sea un gozo pequeño, es tangible como la cabrilla de su coche, un Peugeot Cabriollet de hace ya trece años. El insidioso climaterio en la vida de Gonzalo Cepeda es, por momentos, mucho más difícil de asumir de lo que él pensaba, pero en lo que respecta a esta tarde no habrá decisiones perentorias sobre los dineros o los bienes de otras personas, ni habrá reuniones de cuya intrascendencia solo él parezca percatarse, ni tampoco batallas estúpidas en forma de torpes discusiones por la posesión de la verdad, o por probar el criterio acertado en el sacrosanto tema de las finanzas y la economía. La Economía, la única maldita cosa importante en la existencia cotidiana del   maldito banco.

  ******

El coche deja el denso tráfico y toma una vía alterna, para salir del centro. Un kilómetro más adelante, al observar un mall recién inaugurado, el maduro contador decide comprar algunas cosas, vagar un poco por el lugar y quizás, si el calor no disminuye, tomarse un par de cervezas.

Había elegido la última parte de su plan para llevar a cabo de primera. El amargo sabor de la cerveza fría lo distrae un poco de la observación de aquel lugar, cuyo ambiente era moderno y completamente artificial. La combinación entre la luz y algunos espejos bien dispuestos, daban al bar una amplitud superior a la que realmente tenía.

De improviso, en el espejo situado a su derecha una forma femenina que estaba envuelta en la penumbra, se despereza y luego se inclina: La hermosa mujer queda expuesta a la luz, mientras se inclina solo un momento para recoger algo del suelo, un encendedor plateado con el que luego, al sentarse nuevamente a la sombra, enciende un largo cigarrillo. Su rostro es iluminado por la llama, y mientras la observo con inusual atención, casi puedo sentir la alta temperatura de la flama sobre el mío, pero sé que es el calor, la tarde de asueto, el sitio que no conozco. Todo esto tiene el mal sabor de los sueños pesados.

-         ¿Puedo sentarme con usted?

Su voz ronca y segura concordaba por completo con su imagen. No había advertido en que momento ella vino hacia él. No más de treinta y cinco años, ni menos de veinticinco, sin duda latina, y aventurera. Casi tres décadas entendiéndose con personas y dinero, lo habían obligado a estudiar bien a la gente, categorizándola en pocos segundos por su aspecto y ademanes, para descubrir las verdades que ocultaban. Se convirtió en un hábil interpretador del lenguaje corporal, un juez nato, intuitivo, cuyos discernimientos rara vez fallaban.

-         Claro, porqué no. Esta tarde es una de esas en que podrías romper con más de una costumbre...

Hizo una seña y el mesero llegó casi de inmediato.

-   Tráeme otra cerveza y también unos cigarrillos... – y volviéndose   hacia ella apenas un poco, - ¿Quieres otro trago?

Ella simplemente asintió. Tenía en su rostro algo soterrado, encubierto por las líneas angulosas más hermosas que había visto, y eso era un motivo para observarla como no lo había hecho con nadie en mucho tiempo. Quizás era la necesidad imperiosa de decir algo, ese afán ingobernable de revelar tu intimidad o una parte de ella a alguien que es desconocido íntegramente, y cuya reacción ante nuestra conducta no podemos suponer.

El mesero veloz llegó con los tragos. Extraje un cigarrillo y le ofrecí otro a ella, el cual encendió con su propia candela. La bella mujer inhaló de inmediato y con vehemencia, la primera bocanada...

-         Estoy rompiendo el hábito de no fumar, que he sostenido por más de once años... Parece una tarde adecuada para dejar prácticas infelices. Oiga, jovencita, ¿rompió algo hoy o apenas está tomando impulso?

La mujer me miró, apreciando el bufo tono de mi charla, acaso convencida de que yo no pretendía lo que cualquier otro buscaría en ella...

-         Hace menos de una hora asesiné a un hombre...

Recibí la frase como un fuerte bastonazo en medio de la frente, y espontáneamente evoqué el sueño del amanecer, que en dos segundos emergió ya completamente nítido desde mi subconsciente.

-         ... y una sencilla muestra de parafina ahora mismo demostraría que le estoy diciendo la verdad. ¿O es que no tengo cara de poder hacerlo?

Sin saber que decir, el contador con una tarde libre soltó lo primero que se le vino a la boca:


-         Quizás él aun está vivo...

La expresión en el rostro de ella empezó poco a poco a congelarse, y se sostuvo así durante un largo instante, mientras el humo del tabaco rebeldemente huía en diversas direcciones. La observé ceremonialmente, igual que hago cada rato con el director de transacciones internacionales, invadido además de un dulzor extraño que tenía mucho que ver con la coincidencia del momento con la aventura que soñé en la madrugada.

-     No puede estar con vida. Le disparé dos veces, al pecho... Se lo merecía, era mil veces más malo que yo.

Vertí un poco de mi cerveza sobre la colilla de su cigarrillo, que humeaba tercamente dentro del cenicero. Cuando ella levantó la vista, supe que era consciente de estar a muchas millas del camino adecuado, y comprendí que estaba a punto de comprometerme de algún modo.

-       Mi nombre es Carmen Quintero, y aunque lo parezca, no estoy mal de la cabeza... Hoy es un día difícil, solamente, y no sé si termine bien.

Escuché entonces la historia por completo, comenzando en el principio y obviando, al final, la información que ya conocía: Un compromiso con el padre, pactado tres años antes, estableció que Carmen iría a Miami a trabajar como vendedora. El mal salario y otras difíciles circunstancias la obligaron a tomar una plaza como camarera, en un bar nocturno. De mal en peor, Carmen pierde ambos empleos, pero el hombre que se comprometió con su padre le consigue un rol de top-less dancer en un night club de mala reputación. Después vinieron las calles. Su padre sufre un síncope y muere unos días más tarde, cuando abruptamente se entera de la verdadera vida de su hija en Miami. A los seis meses, Carmen se entera, y con rabia y tristeza inaguantables descarga toda su ira sobre Damián Cortés, aquel hombre que le sembrara grandes ilusiones y del que había recibido oscuridad y desesperanza. En este instante, me pregunté cuantas Carmen Quintero como ésta, andaban por las calles, preparándose poco a poco para descargar sus emociones sobre alguien, a quien han hecho responsable de todo lo bueno o lo malo que les ha pasado, corrientemente hombres, que en nada se parecen a lo que imaginaron durante tanto tiempo en sus enamoradas ilusiones.


Había transcurrido la mitad de mi tarde libre conversando amigablemente, con una joven y bella asesina mejicana, que impávidamente me había narrado las razones que la obligaron a verse envuelta en semejantes circunstancias, es decir, disparar y matar a un fulano con la más absoluta determinación. A las cinco y treinta me hallaba algo aturdido por las tres cervezas y dos gins, que ya me había guardado entre el buche, en tanto la chica seguía más o menos fresca, eso sí, los dos estábamos consternados y emotivos por lo transparente del encuentro. Carmen atendía cada palabra que salía por mi boca, pues comprendía que por grave que fuera su situación yo me encontraba dispuesto a ayudarla. En un soporífero paréntesis, durante el cual dejamos de hablar y nos miramos más de la cuenta, la bella chica, que hacía media hora o más se había sentado a mi lado derecho, demostró que realmente se hallaba algo aturdida, al acercarse a mi cara y buscar mi boca con desespero, como si la vida fuera a terminársele. Yo la besé, estaba bien mareado, y me pareció un momento inmejorable para romper el hábito de besar solamente a mi esposa, cuando ella se dejaba.

Lo que siguió, fue tan mecánico e impensado como los movimientos de los que han bailado juntos mucho tiempo. Al retirarme un poco terminé poniéndome de pie, mientras tomaba mi saco y le decía que deberíamos comprobar si Damián seguía con vida. 

En menos de lo que se dice “entonces”, nos hallábamos en el lugar del siniestro y sin más dilación que la obvia de observar quien había en las inmediaciones, subimos hasta el quinto piso. El cadáver de Damián Cortés no estaba allí. De la alegría al asombro, Carmen buscaba alguna explicación para todo lo que había ocurrido, y la encontró en una nota pequeña, que estaba bajo el teléfono del recibidor. Decía: “De no haberte dado una pistola con salvas, que no llegaste nunca a utilizar, en este instante sería un cadáver... Perdóname, darling.” La firma de Damián parecía más el garabato de un párvulo, quizás porque volaba más que corría al dejar la misiva. Es posible que sospechara que Carmen iba a regresar a ayudarlo, y bajo ninguna condición quería arriesgarse a un nuevo encuentro.

Sentí más que pensé, que aquella hermosa chica habría terminado suicidándose, acaso esa misma noche, de no haber mediado el destino en mi tarde libre con el suyo y su gran berrinche. En todo caso, los dos habíamos llevado todo hasta el límite, ese punto de la siguiente realidad que no podemos conocer de antemano.


III

Con un profundo suspiro, que ante la luz pretendía alejar del todo aquel último embrujo del sueño, Juliana Meli comenzó a olvidar trozos completos de su aventura onírica, y por fin abrió los ojos. Al otro lado de su cama contempló a su esposo, su héroe desde hacía tanto tiempo, durmiendo aun plácidamente pues el banco ya no abría los sábados. Pensó que estaba algo más delgado que seis meses atrás, y que ya se acercaba el momento de su jubilación, cuando ambos decidirían muchas cosas de las que dependía su futuro.

Era muy probable que Gonzalo estuviera soñando con la estratagema financiera que finalmente los hiciera ricos...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
• Copyright ©

martes, 8 de septiembre de 2015

AGUA QUE MIRA EL CIELO / Un cuento breve de José Ignacio Restrepo

YAHIR Y LA OLA NEGRA
por José Ignacio Restrepo

Lo miré reciamente, como miro a las olas cuando llegan a tumbarme, con esa fuerza oblicua y el rostro de iracundas asesinas que no podrás medir o conocer sobre su dulce piel y destino, esas olas oscuras unas veces lentas, perfectas, como damas jóvenes en medio del vals de sus quince años, y otras veces imprevistas como envión de ladrón que está dispuesto a matarte para tomar lo que es tuyo. Él también me miraba, a hurtadillas, seguro haciendo sus propias preguntas sobre quién era yo, de dónde venía. Y si podía ganarle. Bueno, el Torneo proveía esa información a cualquiera en su página web. Yo hacía tiempo le seguía el rastro. Su nombre era Yahir. Era un chico judío de diez y siete años, un poco más alto que yo, con cicatrices en las piernas y pecas en la cara por haber recibido más sol del conveniente. Venía en el circuito desde los diez años y era muy bueno montando olas. Solo por su origen yo lo sentía como alguien indeseable, alguien con quien quisiera pelarme los nudillos a puñetazos. Pero tenía la responsabilidad de competir, y romperle la cabeza de raras trenzas sueltas con el borde de la tabla  significaría el fin de mi carrera deportiva. 

Justo ahora salía del mar con la piel abrillantada. Caminó la playa hasta llegar al porche y mientras subía los peldaños para entrar el joven observador pudo ver que aún traía algo de espuma prendida de los pies, y que tenía casi todas las uñas rotas, moradas y llenas de arena mugrosa. Le pasó por el lado sin determinarlo y colocó la tabla al lado de la nevera. Extrajo una soda de manzana y se tiró al extremo opuesto del camastro a bebérsela, mientras miraba las olas que ya no montaría porque eran casi las cinco y media, y el mar había comenzado a picarse de una manera escalofriante hasta para ellos que eran todos individuos extraños, enamorados de las olas y la libertad, y que no van a la escuela ni al servicio los domingos pues no tienen padres que los obliguen sino padres siempre están preguntándose qué será de ellos.

En dos días comenzará el Campeonato Mundial de Surf y ambos deberán enfrentarse en la categoría Junior. Y aunque pueda entender que cada país está en su derecho de enviar representantes, sería mejor si individuos como éste no fueran por ahí pavoneándose libremente con sus trencitas infelices volándole por la cara como si nada. Su país llevaba más de cuatro generaciones causando conflictos y él parecía no haberse enterado aún. Estaba en este lugar libre como una gaviota, poniendo esa cara de felicidad por no tener más misión que ésta, cuando había millones de personas pobres e infelices gracias a gente como él, tan parecidos a los gringos y sus agencias de mierda. Precisamente por culpa de su país. O era un maldito hipócrita o un perfecto bastardo, tan igual a sus hermanos de raza que de rato en rato y por pura diversión disparaban sobre inocentes a los que habían robado su tierra.

- Es la décima soda que me tomo hoy. Dicen que da cáncer del páncreas, pero solo después del medio siglo de vida. Esa es la época en que pienso retirarme. Y cuando dejé de entrar al mar estaré listo para meterme bajo tierra. Sin esas olas y su movimiento virtuoso la vida no es más que una muerte disfrazada.

Había escuchado bien cada palabra que dijo pero seguí callado como si no lo hubiera escuchado, y a él pareció no importarle. Con un gesto profesional tiró el envase vacío que se metió limpiamente en el cubo de desperdicios. Luego tomó su tabla y se fue para las duchas.

Se me habían acabado algunos utensilios de aseo, así que decidí ir hasta el pueblo para comprarlos. Tomé la bicicleta del asistente y pedaleé durante cinco minutos hasta llegar al almacén donde los administradores del torneo tenían una cuenta para nosotros. Pero al salir del pequeño comercio me di cuenta que el neumático trasero había pinchado y como no sabía donde arreglarlo y ya estaba anocheciendo empecé a caminar para llegar cuanto antes al refugio. En mis pensamientos retomé el tema de Yahir que era realmente mi propio tema. Todo empezaba en mis orígenes pues mi familia había emigrado a Italia y yo solo tenía un año cuando mi padre había obtenido un trabajo mejor en un hotel con vista al Adriático. Pese a mejorar nuestro nivel de vida no olvido a mi padre cuando se hacía en la ventana a orar con su cara en dirección a Siria pedía por toda su familia, por los vivos y por los muertos como suele hacerse. Eran tiempos de relativa paz, no como ahora cuando las explosiones de la guerra civil retumban aunque no las oigamos. Yahir debe ser heredero de alguien acomodado, parece uno de esos benditos que no van a ir a la guerra aunque ésta asolara a todo el mundo. Será su porte arrogante o su belleza a prueba de raspones. O algo que veo porque también lo llevo yo. Debo ser un mal sujeto para gastar el tiempo hablando a solas de alguien.

Tan ensimismado iba que no vio esa raíz sobresalida que parecía un cuchillo, esperándolo para cortarle la carne. Y entonces sucedió. El filoso trozo de madera lo cortó el zapato deportivo y con una pieza adventicia aún más pulida le entró por el tobillo partiéndole el tendón en dos partes. Cuando se miró desde el suelo brotaba mucha sangre de su pie y no pudo contener las lágrimas...¡Qué maldito deseo de hacer todo por si mismo para poder ser notado por lo bueno y así hacer que se vean los demás, los que no se le parecen, los que acaso no son tan buenos como él, tan inteligentes, de méritos sencillos y cuidados modales!...Qué mal habida artimaña que lo acompaña desde siempre, que hace que califique el alto de sus montañas para hacer ver lo plano de los ajenos llanos. Brotaba la sangre y el dolor se le iba de las manos. No podría competir, eso era seguro. Ya no podría demostrar como saltaba un ángel sobre el agua, cómo podía leer en esos azules intranquilos toda su vida futura y pasada...ya no. Esa pierna estaba mala, se le estaba yendo la sangre por ahí...Y la noche ya cerraba como un perfecto broche.

Con una de las bolsas plásticas hizo un torniquete primitivo y al tratar de ponerse en pie el dolor lo tumbó de nuevo sobre el terreno irregular. Hacía mucho tiempo que no sollozaba pero esta vez él mismo se perdonó. Estaba solo, no le había comentado a nadie para donde iba, y su misión de  competir y conquistar una presea era ya cosa del pasado. Las lágrimas rodaban por su rostro lleno de tierra y el dolor comenzó de veras a resentirlo.

De repente creyó vislumbrar una luz que venía por el camino, oteándolo de lado a lado. Tal vez alguien lo había echado en falta y había salido a buscarlo. Luego vio otras luces que dividían el oscuro bosque y no le quedó duda. Seguro era el muchacho dueño de la bici que la había extrañado, y como él era el único que faltaba...Si, éso debía ser. Pero, llegaban. Trató de erguirse, le daba pena que lo vieran así, él que montaba olas más grandes que una casa...Sin embargo el llanto lo venció y verse rescatado era algo superior a su orgullo.

- Hey...David...¿Qué te pasó? qué haces por aquí amigo...ven, déjame verte...

Era él, Yahir. De veinte que pudieron buscarlo y encontrarlo precisamente él llegó a mirar su vergüenza, su pena de caer sin que hubiera enemigo, para luego contar cómo se descolgaban las lágrimas de su cara, ese pequeño fortín. Lo cargó como si fuera una pluma, un libro de poemas, una liebre herida. Lo llevó hasta la casa sin hacerle preguntas, se portó como un maldito boy scout, como un amigo sin tacha. Este muchacho judío fue el que le echó en falta y salió a buscarlo preocupado por lo que le pudiera pasar.

No tengo que narrarles que ese año no gané nada...bueno, si. Me hice amigo para siempre de un muchacho mayor que yo, un hombre del agua, donde no hay fronteras ni pasados fijos. Solo fervor por la vida, por todo lo que late. Ahora tengo una medalla que llevo tatuada entre mi pecho como el mejor latido,  que nace y muere conmigo cada mañana y cada noche, cuando entro al mar y me baño con su agua...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
• Copyright ©

 

miércoles, 26 de agosto de 2015

NO ME DIRÁN QUE NO, A TODOS NOS PASA.../ Un cuento de José Ignacio Restrepo

LLAMADA EQUIVOCADA 
por José Ignacio Restrepo



- Bien lo dices, compañera de tercio, somos unos cuando hallamos el signo grabado en la piedra y otros cuando nos recibe el silencio de esas norias rotas, cascadas por vendimias antiguas. Esos sitios se han vuelto lugar de cita para las generaciones nuevas. Los jóvenes tienen esa mirada y una diligencia propia que se nota cuando se dirigen a los ojos de quien ama el camino, pero ante todo los horizontes...debo despedirme...almuerzo y trabajo...fue un placer amiga...-

Se quedó allí la charla no empezada. Era una mujer joven todavía, creo, que había marcado para pedir un domicilio y se equivocó de número. Luego empezamos a charlar sobre esos destinos exonerados de culpa. Los llamados errores, que son uno de mis temas....demanda casi siempre una glosa perpétua donde asignar colores a la vida...el momento más corto y definitivo para ser y no ser al mismo tiempo...Sí, son citas que no fueron convenidas pero que casi siempre abren puertas a escenarios insospechados y de inesperada belleza.

El teléfono timbró nuevamente.

- Aló...-
- Soy yo de nuevo...olvidé decirle que su voz me parece conocida y éso debe significar forzosamente que usted y yo nos conocemos...-

Pensé por un instante qué tipo de escenario, a cuál belleza inesperada podía llevarme este pasillo. Qué puerta sin aldabón se abría ante mi y quién llamaba desde la penumbra con su rostro cubierto por un albornoz verdeazul que el viento alcanzaba a mover tan solo un poco.

- Seguramente le habré firmado algún libro. Soy escritor...
- Ah...¿y está ahora mismo en algún nuevo proyecto?-
- Pues no. Pero uno nunca sabe cuando empieza un nuevo trabajo. Dicen por ahí que el escritor no es más que un contador de historias, que enlaza el presente con sus probabilidades...todo el tiempo estamos abriendo y cerrando puertas, a cada jornada...-

El silencio al otro lado dejaba ver que la interlocutora errante estaba valorando la respuesta...

- Me llamo Sondra...mi madre me puso el nombre de la actriz favorita de Clint Eastwood, que a la postre se convirtió en su esposa...-
- Sondra Locke, si. Una rubia de actuaciones parecidas en todas las cintas en que trabajó. Ideal para él, que era plano y a mi modo de ver un magnífico actor de westerns...-
- ¿Y en las otras?...lo hacía bien como policía, ¿no cree?-
- Él siempre parecía actuando un misma historia. Escritas para que él no tuviera que hacer grandes esfuerzos, apegado a una misma dramaturgia. El caballero macho que eventualmente va a salvar al débil y a acabar con la maldad que lo circunda...o algo así.-
- Mi madre siempre fue una de esas damas que quiere ser salvada por un tipo así.-
- ¿Y usted, Sondra?

El silencio se hizo dolorosamente tangible y luego repentinamente la llamada se cortó. Me quedé esperando un buen rato pero ella no volvió a marcar. Luego, como si cumpliera un encargo, busqué entre mis archivos alguna historia empezada y retomando el curso del argumento, escribí hasta darle un justo término. A las 8 y 30 de la noche, mientras comía unas sobras del día anterior el teléfono revivió como por encanto y su timbre me recordó que las mejores cosas no son necesariamente las que planeamos, sino aquellas que suceden simplemente.

- Aló...
- Me preguntó por qué usted no elabora ese saludo como toda la gente, haciendo ese tono de pequeña interrogación que es en todo caso una muestra de interés por lo que va a ocurrir, por la persona que está del otro lado...Es una muestra de orgullo, ¿no es así?
- Son dos preguntas Sondra...-
- Usted es un engreído sinvergüenza...-

La risa vibró en el aparato y llenó los espacios del apartamento e incluso se devolvió en un eco simpático. Ella parecía creer en lo que decía y lo único que sabía de él era que escribía...

- Es así, ¿cierto?-
- Probablemente. Pero en todo caso, no pasa de ser una de las miles de características de los seres humanos. No soy mejor o peor que algunas personas humildes, y en cambio mi orgullo me ha ayudado a conseguir cosas que habrían sido solo sueños si careciera de esa fuerza. Te ayuda a pararte cuando no hay quien te estimule. A dejar de llorar cuando lo que querías ya se ha ido.
- Si, es verdad. La vida no suele respetar a quien espera respuestas sentado en la berma llorando como crío...pero a veces son los orgullosos los que hacen llorar a la demás gente, eso no lo puede negar...-
- Realmente sé muy poco de estadísticas...-
- Pero tiene una bellísima risa, la risa de quien ha construído un castillo y aguarda a que alguna vez alguien la oiga y venga a rescatarlo a él...

Fue hace nueve años. Ella buscó la forma de venir en mi rescate. No se lo hice fácil...fue de empellón en empellón, acatando esa señales de "siga y pare" que todos solemos dejar en el suelo, solo para confirmar si está ocurriendo algo bueno de verdad...Ahora solo hablamos por el teléfono cuando es absolutamente necesario. Procuramos más bien hablar mirándonos de cerca.

Pero lo que más hacemos es vernos en silencio. Es la mejor manera de comunicar toda esa fiebre interna que el otro ha ayudado a despertar, pues solo con quien es responsable de nuestra mayor belleza podemos llegar a entender que no existen errores. Solo llamadas perdidas, alguien que busca algo que comer en la noche y marca el número de quien tiene en su casa todo el alimento que necesita...

 JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright ©



viernes, 21 de agosto de 2015

RUTINAS DE VUELO / de José Ignacio Restrepo

 SOLIPSISMO


Marchas contadas, leyendas en la piel de la manzana...

Erramos tanto y tanto que es la verdad la que viene en busca nuestra y se nos echa a los pies, como una amiga ciega que ha encontrado el rumbo, que no tiene llagas, ni péndulos, hecha de tiempo pasado, sucedida, sin máscara blindada o escondida, solo amiga nuestra que llega cuando es llamada, vertiginosamente, arpegios a la salida de la fe que entró con nosotros al circo y salió después de noche en medio de una guerra desatada sin nuestro aval, cuando ya sabía que es el día una espantosa plataforma hecha de solsticios prematuros y olores a frutas, como máquina infernal que suma segundos a diestra y siniestra solamente para que lleguen la noche, y con ella, ateridos, algunos de nuestros sueños con vida...

Por qué tus ojos son claros y no oscuros como este café que me penetra, este tinto hirviente que hago mi cómplice para evitar dormirme. Por qué sueles venir ataviada de celos si afuera y dentro ya estás muerta, por qué me tapas los ojos jugando a las cautas escondidas, cuando pinto en tu nombre las baldosas con mi llanto y pido perdón mil veces para que no estés vagando por ahí, copiando cosas mías que son tuyas, resentida por irte entre congojas sin dar avisos justos, tempraneros...porque nunca fuíste oportuna, lo inicial era postrero para ti, hecha como eras de magias insondables, lo último para ti será, sin poder evitarlo, un bautizo, cerca de un arce o plena entre otro beso mío insospechado bajo la sombra inmensa de un roble o un decaído sicomoro, hechos tú y yo como lo manda Dios, de las goteras perpétuas de una larga tormenta. 

Un bautizo que te traiga inmensa, pura alma sin par mientras todo me dice que aún es tan opaco el afuera, tan seco como una caña sin azúcar ni marca de dientes. Que es probable que hoy te niegues a venir para ser sola conmigo una hermosa sombra inmóvil, como la seña vigorosa de unos dientes en la piel roja y pulida de una manzana. 

Una confrontación, hoy, viva y locuaz de tu espíritu purista y mi silencio avaro, que me deje saber por qué me has dejado a solas en mi cama podrido entre estos versos-sentimientos que salen como ramas de mis manos.

 JOSÉ IGNACIO RESTREPO Copyright ©

miércoles, 19 de agosto de 2015

MAGIA / de José Ignacio Restrepo

CERTERO
 
 
Enhebro diez pensamientos socavados con brillos de agua, traída temprano del manantial que llena el río, los pongo luego a secar para poder atarlos a un níveo fundamento que no tenga del tiempo más que sed, más que tedio, más que memoria común, o fuego alterno o maldito ideal que aún viva en una canción fea y austera, que por algún renglón o tono puro todos viva retienen en su mente y luchan por hacer fuego en la memoria...

Vasteo ese temor de decir mucho con un color rojo e hilo blanco, y sé pues tengo venas similares, que todos retendrán algo de éso, sin saber dónde fue que lo obtuvieron...una suerte de magia mis amigos....me pasa todo el tiempo...Pero, no creáis que es un juego o un albur, el lleno para el vacío de las tardes o una de esas delicadas heredades que llegan sin trabajo o consistencia, como regalo al recio pundonor de quedarse, de permanecer, de no dejar marchar todo lo onírico que un día convertimos en puerto de llegada y de salida. Tampoco es algo que pueda la fe en cuanto se sorprende algo explicar, puede de ello ella misma se alimenta y no puedo nombrar síntesis o mapa que a otro como yo pueda servir. Levitar en mitad de una jornada, convertir el todo de otros en mi nada, ha ocurrido sin condescencia tras meterme de lleno en esta lid, salir con mi pequeña tabla cerrando los ojos rumbo al mar, y en el siguiente instante transmutar, ahí, en la cresta de la ola, en todos los azulverde pensados, ese imperfecto que soy, de un mil defectos, conviértese en un hábil veteador de tonos, de temas, de sencillas preguntas filadas a mi espera...Los diez pensamientos enhebrados toman forma, espíritu, carácter, se convierten en mis interlocutores, a pocos centímetros de mi veo entonces a nuevos compañeros
de viaje.
 
Es esa la magia duradera, ya no es difícil elegir con quien he de pasar esta jornada. Subo al anaquel que está aquí cerca, toco una de esas palabras siniestradas por la llegada antes de una inoportuna pausa, y con mi verbo querer la llamo, quiero...Y ella llega con su tabla y su sonrisa, y su virtud de sembradora y jornalera, a poseer lo que siga, el tiempo del devenir certero, de correr por el cielo tras saltar sin temor de la cornisa....

JOSÉ IGNACIO RESTREPO • Copyright ©

martes, 11 de agosto de 2015

OTRO NACIMIENTO / Un cuento de José Ignacio Restrepo

BOQUERÓN
Un relato de José Ignacio Restrepo


Soy uno de esos especímenes para quienes observar siempre es más que éso. Para mi es un ejercicio construído sobre múltiples y variadas experiencias, que busca dialogar con un interior sazonado cuya capacidad como interlocutor es cada día mejor y más versada y que me acompaña cada que pongo mi observación al servicio de mi pensamiento. Por éso digo que no manejo esa soledad sivergüenza, callada y desnutrida con la cual conviven irresponsablemente muchas personas que no saben lo hermoso que es dialogar consigo mismas, coleccionar temas y mirdas en los cuales descansar nuestros atributos mentales, nuestros conocimientos y ese conjunto de supuestos útiles que a veces sirven como motores para comenzar una reflexión en positivo.
No hace mucho tiempo vi nacer a un comerciante, uno de esos que conocemos y a los cuales recurrimos para negociar alguna cosa que no esté expuesta directamente en un mall o en un supermercado. Generalmente atienden sus propios negocios a los cuales imprimen su particular sello, ya sea en los avisos,  en el estilo o en el trato singular que dispensan a sus clientes.
Vi, como conté arriva, la gestación o nacimiento de uno de estos personajes. Se bajó de un autobús después de vender sus cosas y al parecer lo hace bien pues ha terminado temprano. Puede que no llegue pero es real que tiene dentro de si ese deseo de mercadear, de ganar, de conseguir más barato para vender más caro, características que los distinguen y los hacen ser gente amada o despreciada según la imaginería y la historia de cada quien.
En los fines de semana me dedico al ciclismo recreativo. A veces, según sea el ánimo, lo practico también entre semana. Conozco buena parte de la ciudad de Medellín y también de sus montañas circundantes, que pertenecen a la cordillera central de la gran cadena de los Andes en su paso por Colombia. Montar en bicicleta es para mi una actividad escencialmente vinculada a la capacidad de resistencia, es decir, es un diálogo personal con el dolor y su sublimación pues ese querer llegar a algún lugar solo es posible si soportas el dolor en tus músculos, la sensación de cansancio que te llena cuando vas pedaleando por la carretera ya sea junto a otros o en perfecta soledad.
Hoy salí con unos compañeros con el propósito de llegar hasta aquí, el Alto de Boquerón. He venido muchas veces y nunca he dejado de sentir placer por este ascenso sostenido, que te deja en este lugar donde imperan la belleza, el frío y el viento. Pero, me llené de ganas y los dejé atrás. No tuve en cuenta que venían en el grupo ciclistas de primera vez y por ello me disculpo.
Pero éso me ha permitido hacer ejercicio plácido de mi capacidad de asombro, pues llevo un rato observando lo que pasa en este lugar de descanso para viajeros que llegan y se van, mientras me hidrato y espero que lleguen los demás. Y haciendo ésto he descubierto a un naciente comerciante, un verdadero enamorado del acto simple de comprar y vender sacando una ganancia considerable de semejante ejercicio.
Ahora mismo lo observo, no tendrá más de nueve años. Su sonrisa preciosa después de haber vendido la última existencia de sus galletas indica que lo esperan otros escenarios, pues ha ganado el derecho y el tiempo para ir a jugar o ver tv o simplemente hacer las tareas temprano y después compartir con sus amigos. Va con la caja vacía y da unos saltitos particulares pues en los bolsillos lleva listo el producido del día. Se lo entregará a su padre o a su madre, para colaborar con el gasto de la casa. Por su rsotro sé que está seguro de poder vender cualquier cosa pues si vende galletas en mitad de este verano podría intentar hacerlo con lo que fuera.
Van llegando con la lengua afuera mis compañeros. Algunos son más jóvenes que yo y me prodigan cierta clase de respeto que en nada amplía esa amistad sincera que a mi mismo me brindo, hecha de surcar mares de problemas y regresar con vida a algún lugar amable y conocido...Les pasó una botella de agua y les brindo mi mejor sonrisa. En cuanto descansen iniciaremos la bajada...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
• Copyright ©


viernes, 24 de julio de 2015

JUMP... / Un cuento de José Ignacio Restrepo





SI UN ESPÍRITU BURLÓN...

por José Ignacio Restrepo





Y ocurrió de la peor manera, justo de la forma en que no hubiera sospechado que le sucedería, regresando del baño del estadio con las manos ocupadas y la visión extraviada en el campo verde donde veintitrés profesionales del fútbol trataban decentemente de ganarse la vida. Por varios minutos estuvo quieto allí en la boca de la escalera, solo escuchando el vocinglerío imparable de casi treinta y cinco mil personas que hinchaban para uno u otro lado, según se diera el flujo desordenado de la bola nike perseguida como un tesoro por los pies de los atléticos futbolistas.

Buscó una caneca y tiró allí la cerveza y los dos bocadillos de pollo que había comprado para comer a la hora del entretiempo. Luego empezó a bajar lentamente como si entendiera que la fractura interna que sentía iba a terminar pr tragarse todo lo que él era. Pero, ¿qué era él?

Mientras conducía de regreso pensó varias veces porqué se encontraba solo, y qué hacía además rodeándose de gente que no le interesaba, asistiendo a un partido solo para no quedarse en casa muerto del aburrimiento. Quedarse solo significaba pensar por obligación en su vida, en sus sueños perdidos, en sus decisiones erradas, que eran muchas. Estar en la casa lo obligaba a tener frente a él miles de recuerdos de personas que había tenido cerca, que había amado y que ya no estaban, pues en su naturaleza tenía el gen de acercar y luego alejar a las personas queridas...Sin el menor esfuerzo, como destapar una gaseosa en una mañana de sol mientras cruzan diez o quince ciclistas sudando la gota gorda.

Miró el tablero. Rebasaba los cien por hora y se llenó de miedo, aunque realmente no había muchos coches por la vía. La mitad de la ciudad debía estar viendo el partido por la tele, nadie quiere perderse una tontería de esas aunque solo sea para tener después un tema común que platicar...Todo el mundo se halla de este lado de la sin razón colectiva. Y él se había salido, como si al hacerlo solucionara su rollo inmundo, y le fuera posible cerrar este boquete despiadado que le estaba pasando la factura justamente hoy en que solo quería una tarde de asueto barata y significativa...

Claro. Era por éso. Haber metido todas las fotos de los dos en esa caja y haberla tirado después a la calle justo cuando pasaba el camión de la basura, era seguramente un detalle imperdonable; no las tenía en la compu, ni en un DVD como hacía mucha gente, simplemente las había tirado al vertedero, como corroborando su filosofía de que lo vivido hace parte de la nada y ese lugar lleno de grava y arena no tiene porqué ser retenido como un bien o una misión. Solo que allí estaba una parte importante de la vida de su ex, y la basura no parecía ser un sitio donde llevar a comulgar eso ya pasado, aunque solo fueran las imágenes virtuales de los momentos más felices. Se detuvo, pensar eso no lo hacía sentir mejor, pues se acordó que Sonia, su exmujer, había dejado definitivamente este mundo hacía justo un año por un cáncer. Había tirado sus fotos para olvidar esa etapa, y ahora la estaba recordando como un hecho sombrío. Debía llegar a casa, necesitaba desesperadamente un trago.

Cuando la botella ya iba por la mitad tuvo el pensamiento insensato de que no lograría terminar vivo el día. Pensó estúpidamente en que un pecho como el suyo expandido al máximo de su capacidad, podía acumular aire suficiente para unos seis minutos de vida, si llegaba a meter la cabeza en una bolsa y la cerraba con un nudo. Eso si por alguna razón su pistola no funcionaba. Fue hasta la cómoda y miró el arma, como si fuera un tesoro recién heredado al cual aún no se le conocen todos los detalles. De un envión lo cerró, pues tuvo miedo de tocarla. El arma parecía estar mirándolo, brillante y liza como si estuviera nueva y feliz de verlo.

Bajó de nuevo y decidió escuchar a Sinatra, que había sido siempre el cantante favorito de su padre. Por alguna razón el reproductor no quiso funcionar y entonces simplemente colocó una estación, una emisora cultural que hacía tiempo no escuchaba. Había un programa con un médico y los oyentes podían llamar para hacerle preguntas relacionadas con el tema, que era justamente "Porqué motivos las personas deciden suicidarse" Era inaudito. Como uno de esos eccemas que a veces dan en el cuero cabelludo, que no podemos ver ni siquiera con un espejo y que debemos invariablemente rascarnos aunque no nos estén picando en el momento. Al rato ya solo sentimos una rasquiña irrefrenable que deja su rojo martirio entre las uñas y el pensamiento lógico de que es el comienzo de una calvicie que pudo haberse evitado, simplemente con no hundir las uñas por primera vez.

Suena el teléfono y pienso, al fín, como si se tratara de una competencia que no quiero jugar y alguien viniera por el cable a salvarme. Nadie contesta a mi saludo y cuelgo el auricular con fuerza. Pero el aparato repica de nuevo casi inmediatamente. Me demoro unos segundos para contestar pero simplemente nadie responde. Cuelgo para devolver la llamada y así averiguar quién está del otro lado, pero al hacerlo una grabación me responde que ese número lleva ya un tiempo desconectado. Tal como lo sospechaba vuelve a repicar y yo solamente voy hasta el enchufe y desconecto el aparato.

Tomo un trago largo, tan largo que me quema la garganta y la deja así hasta que el líquido aterriza con ternura en el estómago. Abro los ojos y un sin fín de estrellitas llenan el aire de la habitación y se van ordenando hasta que conforman las cinco letras del nombre de mi difunta exesposa, hasta hacerme parpadear ochenta veces como si no supiera que es una fantasía indómita de mi cerebro que ha comenzado a sentir los vapores del alcohol. Me pongo de pie y golpeo la S mayúscula, que estaba más acá de lo que había pensado. Y al tomarme la frente veo que el golpe ha dejado una herida de alguna consideración pues tengo sangre en los dedos. Voy hasta el baño para mirar de qué se trata olvidándome del hecho incontrovertible de que las letras imaginarias no pueden golpearnos y mucho menos hacernos daño. Allí está, la sangre mana de una herrida pequeña pero profunda, la S estaba hecha seguramente de un material pesado y poco poroso. Abro el gabinete para sacar alcohol y gasa y cuando cierro de nuevo veo a mis espaldas a Sonia, vestida con un pullover rojo que en alguna navidad me pidió que le regalara y se lo dí. Tiene el cabello rubio suelto y luce fenomenal. Cuando me estoy preguntando por dónde diablos habrá entrado recuerdo que ella está muerta. Miro otra vez y confirmo que sigue allí. Tomo las cosas con calma y continúo en lo mío pues recuerdo haber leído que ante un espíritu lo mejor es hacer de cuenta que no lo hemos visto. Generalmente se van en unos momentos.

- Eres un verdadero imbécil, ¿cómo se te ocurrió que no sabría lo de las fotos? Tengo entrada libre a tu cochino subconciente y duermo en él mirando todo lo que piensas cada vez que te duermes embriagado.

Me quedé mirándola entre incrédulo y agradecido, por saber que compartía conmigo ese momento absurdo ya imposible de corregir. Me di cuenta que la podía ver y que escuchaba su voz en mi interior. El miedo se fue aposentando en un lugar sin nombre que quedaba entre el esternón y mi clavícula derecha, allí donde había visto salir el hueso roto el día que me fracturé montando en bicicleta. Era increíble, debía estar perdiendo la razón.

- Vine por ti, me siento horriblemente sola en este limbo de espera donde estoy. En el fondo, yo sé que me extrañas tanto o más que yo, lo comprobaste al botar las fotografías de nuestros momentos felices...

Era verdad...Debía irme, si me quedaba allí perdería la razón buscando la manera de hacerla desaparecer...

Lo que siguió no puede describirse. De ese espíritu burlón que pasa días y noches enteras entrando en nuestra realidad solo para ver lo infelices que somos los humanos no existe testimonio, pues se quedó de una sola y gaseosa pieza cuando este insensato viudo se subió a su auto pretendiendo huir como loco de si mismo. Se fue a más de cien y no lo pudo acompañar pues se llenó de malos pensamientos. Preguntó después a alguna otra alma mirona que pasaba por allí y parece que iba gritándole a su Sonia mientras conducía como un endemoniado. Claro, por la ruta 42 perdió el control y cayó por un desfiladero...Lo de él era puro remordimiento, nadie que tenga motivos para vivir tira a la basura las fotos de sus mejores recuerdos...


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
Copyright ©