martes, 3 de marzo de 2015

TRÍPTICO / Un cuento de José Ignacio Restrepo

EL PUERTO


Parece un animal moribundo puesto acá por ideas juveniles, que ahora está pasando su larga ancianidad ante los profusos embates de las olas que no logran conmoverlo ni lo abaten. Es una construcción llena de recuerdos tambaleantes, que son tantos y tan antiguos como los que transitamos aún por él, es decir, pocos para no faltar a la verdad. En días cómodos, cuando el verano no hace del sol una cosa infame que quema las cabezas calvas e impide ordenar el más simple pensamiento, suelo ir a medirlo nuevamente, a demostrar cómo cambia la fuerza y la salud contando los pasos sobre él. Últimamente no hago ni eso, me falla la memoria, el seso, y siento rabia por no cumplirle trayéndole recuerdos menoscabados e incompletos hasta la estúpida baranda de la conciencia.
Hubo aquí mucho ferroníquel. Dijeron que no acabaría nunca, pero el deseo de tener casi siempre inspira en algunos la mentira, piadosamente a lo ancho y tontamente a lo largo. Se terminó y con ello se fueron casi todos. Lo intentaron algunos turistas, pues el coloniaje en nuestro pueblo dejó construcciones hermosas que sin embargo los años han ido destruyendo, hasta los relojes que lo miden saben que el tiempo todo lo marchita. Y el largo muelle junto con los edificios del puerto se fue quedando a solas, para que los domingos los que ya éramos abuelos lleváramos a los críos que nos dejaron nuestros hijos fugitivos, y así ensayar allí esas historias de riquezas perdidas, de barcos hundidos, de piratas y famosas tormentas.
Hasta que los nietos también quisieron irse, para hacer sus propias tentativas...Por eso la memoria fascinada ha ido perdiendo sal y empuje, no hay a quien para versar de cosas tontas, ni parientes que compartan el beneficio de lo vivido. Solo retóricas largas, incesantes, sobre las cosas marchitadas, las perfidias que no merecimos, el sepulcro del mar que poco a poco lo está derribando todo, como el tiempo a mí, a mi deseo de levantarme, de caminarlo una que otra vez, de perderme entre nostalgias vaciadas y referendos que no tienen sentido.

EL ABUELO

Cada que vengo a verlo está más desgastado, aunque no puedo decir que se halle enfermo. Los primeros dos días siempre son de quejas sobre mi partida, remilgados comentarios que yo respondo con la narración de mis hechos vivos, que demuestran el desarrollo en los negocios y en otros ámbitos. Él dice que todos los jóvenes decimos lo mismo, pero que la verdad hemos abandonado lo que fue de padres y abuelos, la herencia verdadera, la cultura de la que comimos y bebimos, que como el puerto se quedó sola y abandonada. El tercer día ya está diciéndome que me vaya, que no me necesita ni yo a él, que es feo hacer de cuenta que somos algo cuando ambos sabemos que ya no somos nada...Uno no puede prenderse de los recuerdos para justificar la voluntad de hacer o no hacer, para darle sentido al sin sentido del mundo. Me dice que somos dos hombres adultos, dolorosamente hechos en la trivialidad de cosas antiguas que no significan nada, que solo compartimos un apellido y tres o cuatro recuerdos deserenados, fatigosos, revestidos de tedio y de nostalgia. Cuando vienes, me dice, me siento como el abuelo bobo, sin más temas que compartir que los que traes, dos o tres. Y me provoca salir para no tener que verte. Porque tienes esa dulzura allí en los ojos, y sé que quisieras llevarme contigo a seguir juntos la cuesta. El tramo más horrible para quien ya solo tiene sus recuerdos mal ordenados e indispuestos, pero no puedo faltarles de ese modo al respeto dejando este triste pueblo costero de una vez y para siempre...Me repites, sin usar palabras...No voy a ir a la capital, donde todos los bobos como tú se encuentran envarados en el destino crucial y diario de tentar a la suerte...Y no puedo siquiera responderle...

EL PUEBLO

La larga calle los ve sobre todo por su larga sombra. El polvo se levanta en un juego de dos o tres ordenanzas mal entendidas y hace que las muchachas se aseguren las faldas y que la gente escasa que camina por ahí se tape los ojos y se detenga. Ellos dos siguen con su paso gemelo, que deja ver que han caminado juntos muchas veces antes de esta. El más joven lleva una maleta, no tan grande como para pensar que se marcha por ver primera. Llegan al borde de la calle y se quedan allí, en silencio, esperando a que llegue el bus que va a la capital. El joven mira para arriba de la calle, y ve la iglesia y el edificio de la alcaldía donde hace unos años trabajó como secretario. Piensa que si aquella chica le hubiera tomado la palabra, todavía estaría aquí, midiendo el puerto con su abuelo y tragando polvo salino de estas calles. Pero no hacemos lo que queremos, sino lo que podemos. A veces ni siquiera éso.
El viejo mira para abajo solo un instante y luego cierra los ojos. Mira para adentro. Está sentado en una silla de mimbre viendo un alcaraván que va de aquí para allá, contrario a sus hábitos nocturnos. Debe estar enceguecido por el sol o quizá ciego del todo. El ave tropieza y casi cae, y él decide espantarlo de allí, pero el deseo de recordar es tan fuerte que permanece mirando, incluso mientras su nieto se despide y se monta al bus, dejándolo allí de pie observando para atrás, donde no hay nada, ni hay nadie...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO Copyright ©

4 comentarios:

  1. Los recuerdos deberían ser guardados en baúles enormes, clasificados para que algún día todos pudiésemos conocer las vivas y ricas vivencias de los nuestros. Escribir para dejar la huella de tu vista al paso de todo es algo así como contenerlo en un enorme baúl. Un fuerte abrazo Maestro!

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    1. Compartir con vista ansiosa en el mejor momento, el oportuno, es meter el rostro en aguas frescas y sacarlo después húmedo y puro, para mirar la luna y musitar: que bello recuerdo, que bonito...no recordaba de ayer tanta belleza, con la palabra vivaz y un solo tono...compartir con quien llega, pero más si es de antes un amigo que a pesar de silencios y distancias viene de el a beber y se encuentra consigo mismo...un beso mi querida Silvia Egea y un abrazo también, que vale la pena conmoverse al abrir a los ojos de un amigo algún viejo baúl convertido en lámpara de augurios, en bello celofán, en gran vitral, en ungüente para el alma y para los ojos...

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  2. Incluso si no manejamos el arte de escribir bellas historias, debemos, cada quien a su manera, dejar un legado a nuestros seres queridos, de nuestra propia historia. Esa que tal vez no les contamos- siempre son demasiado jóvenes para nosotros- y, cuando crecen, ya no quieren escuchar. Una mirada larga antes de irse. Un dejar atras. Y quien sabe, cuando nos hayamos ido del todo, algún día, los que vengan, diran ah!!! mirá, por eso el/ella.. ahora entiendo. Es una posibilidad que no podemos negarles ni negarnos. Te abrazo amigo.

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    1. ...es mi álbum de fotos para poder mirar cuando llegue el alemán, sí es que llega...Es tan bueno cuando vienes querida Violeta, pero sabes que este sitio y los demás son tu casa...siempre...Abrazos amiga...

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