jueves, 31 de julio de 2014

CADA GUERRA CERTERA DE ECO CRUEL...

RING
Por José Ignacio Restrepo



Listo...

La cauchera holgada ahora cuelga al lado de su pierna diestra tras agradar a su dueño y a su pulso con el golpe certero de una piedra, justo en la cámara que hace de vigilante panorámico para dos cuadras. Sabe que en razón de la alta hora es poco probable que adviertan el daño; por tanto tiene diez y ocho horas de ventura o licencia para lograr algo de ganancia. Dieciocho horas pueden parecerle a cualquiera gran cosa si tiene todo bajo control y asegurado, si carece de deudas y de achaques, si no va remolcando ocho vidas con solo la fuerza de la suya. Cincuenta y tres kilos delgados y dos ojos tensionando los cauchos japoneses de su experta cauchera de seis tiras. Un pobre armamento en esta guerra de dame y vuelve y dame que es la calle de noche.

Se sienta. Busca la boquilla del tubo de su hatchback, pomposo recuerdo útil de otro pasado que casi ya no existe. Sorbe con fuerza el agua azucarada para restarle sal a su boca de arena, comprometida en todo lo que hace, pero más que nada en su silencio rocoso. Ese que no aguantó la facultad, que le ayudó a no hacer más amigos de los estrictamente necesarios, ese que sin aspaviento sabe negar a la oración el espacio que deben tener las acciones de un hombre, dado sobre todo y gracias a la vida a esa tarea altiva y generosa que pone en alto a los supervivientes. Sorbe de nuevo y cierra el adminiculo. Sabe que vienen horas de sed y hambre, las peores de la madrugada, que queman con las escarchas a las hojas y a los tallos enhiestos de las plantas como si fueran afilados cuchillos de viento...

Cree escuchar pasos y contiene la respiración. En su bolsillo tiene agarrada el arma con la que juega su acción de agresor: es otro caucho igual a los que adornan su honda redentora. Lo usa alrededor del cuello de su víctima solo como herramienta de convencimiento. Nunca ha herido a nadie con algo diferente de su propio miedo y el deseo de no luchar afincado por la educación en la mente de casi todas las personas. Se sitúa en la penumbra contra el muro y en cuanto alguien pasa salta gatunamente como aprendió en el servicio, agarra su caucho sobre la nuca de su presa y aprieta - con un efecto razonablemente convincente, y teatral si se quiere - 

Son días difíciles, muchos llegan en fila, seguidos. Lo último que había en la cajita de su madre se lo ha gastado en las dolencias del niño de su hermana que para las cuentas viene siendo como su propio hijo. El chino lleva tres días sin tomar leche y ella hace rato que no tiene nada en el pecho salvo la tos que en la noche los despierta a todos. Continente de guerra esta vida suya. Cualquiera que cruce estas calles sin la ansiedad suficiente por llegar a donde vaya se las tendrá que ver con él, con su caucho y sus delitos, pues para él estar vivo y llegar con algo a casa es cuestión de sobrevivencia, no hay maldad. Ni rencores. Sus recuerdos de vientos sangrados, atrapados entre dalias y ortigas pueden dar fe de eso. 

Da otra chupada a su agüita azucarada mientras consulta la hora con los cálculos sobre el antes y el después. Van siendo las dos y algo. Es probable que nadie venga y haya perdido la estirada de su experta cauchera. Como si hubiera allanado en barrena el fortín de un duende generoso con su súplica inversa, se da cuenta por una sombra larga que alguien ha cruzado la carrera y viene seguramente a lograr este atajo, acaso presa del sueño o de la prisa por llegar y lograrlo. Si, es un hombre de unos cuarenta años, un poco más alto que él y de más peso. En el ángulo oscuro que lo cubre de la luz, prepara calladamente ese músculo, el del pecho, para poder lanzar su ataque, eficiente y determinado, como lo ha hecho siempre como superviviente superdotado.

Al chocar las dos moles se enfrascan en una olímpica lucha, el uno por imponer fuerza en el nudo, y el otro por librarse y a su cuello de la inesperada embestida. Chocan contra todo y contra nada, y es tal la fuerza de ambos, que ruedan por el suelo y se levantan, tomando lo que haya para vencer el duelo...cabellos, solapas, manos, todo parece juntarse en un instintivo esfuerzo sustantivo que todo lo daña pero luego lo corrige, mientras madrazos y maldiciones dan contra lo que hallen, produciendo ecos que parecen rezagos de bestias milenarias que hubieran dado con sus huesos en este sitio por pura coincidencia maldita.

Y luego, así de imperativamente como se inició, todo de un solo golpe se detiene. Los dos hombres están quietos, de bruces, liquidadas las fuerzas, el interés, los juicios, el deseo de vivir incluso. Pasa medio minuto y uno lastimosamente se sienta en el asfalto. Resuella, maldice al que ha quedado tendido, tan quieto como las piedras que duermen a la orilla. Se yergue. Va y revisa al otro, que no espera ya nada. Saca su puñal pequeño del pecho de su antagonista y luego guarda para si la cauchera y el tensor solano que el yacente había puesto al rededor de su cuello para matarlo.

Dios. Es solo un niño, ¡cómo pensó ganarle si él le llevaba en angustia y en presidio! Seguro tenía esa hambre que se afinca adentro, que termina por hablar, por tomar cuentas de todo...por nublar el seso. Como la que él tiene, domada, hace siglos, hablándole a su pecho sarraceno...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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miércoles, 16 de julio de 2014

MIRA LA VENTANA, SEGURO LA VES...


ESA FOTO DESCOLORIDA
por José Ignacio Restrepo


Ese último agosto...Lo perdí todo en cuestión de treinta días. Pero igualmente nací de esas cenizas, de ese fuego que todo lo redujo me levanté, como decirlo, renovado, por no decir completamente nuevo, mira tú lo que hace un adjetivo, al lado de un atristado sustantivo hace años varado. Estoy viendo una caja de recuerdos, tú lo has hecho también alguna vez, no lo niegues. Es común rebuscar los destacados, cualquier noche en soledad, destapar ese resto de vino rojo, que aguardaba por una ocasión como esta, y sentado en el sillón más cómodo con la televisión apagada, empezar a soñar en lo que no pasó, o en lo que aún no acaba y volverá a suceder.

Suena suave la voz de Roberta, matándome de nuevo suavemente, cuando aparece esa foto olvidada, posando contra una verja de color naranja, sonriéndome porque empezaba el verano. Son doce años desde que se la tomé. Ya no existe la cámara, estoy en otra ciudad, no sé nada de ese lugar y tampoco de ella...Y sin embargo, la fotografía luce tan nueva, tan presente, que se trae consigo colgajos completos de ese día, de la conversación que fue centro y eje, de lo bonito que era todo...

- Es una pena que te salgas de la Universidad, solo por seguir ese estúpido sueño...
- Para mi no es estúpido. Es un asunto serio, compromete mis ideales, mi visión del mundo y de la vida. Solamente que lo devalúes te coloca muy mal ante mis ojos, pues se supone que quien te ama debe apoyarte en tus proyectos...
- Mira Gabriela, no sé como apoyarte en una aventura que nos alejará y que significa una inversión de tiempo y esfuerzo, y que no te deparará un solo centavo. ¿Cómo podría festejar que dejaremos de estar juntos? Todo porque un gurú te convenció de que la vida sin un ideal espiritual no tiene sentido...
- Y no lo tiene, Alberto...no lo tiene...

Su voz me llegaba desde el pasado nítida y elocuente, y casi podía tocarla acariciando la vieja fotografía. ¿Dónde se hallaría Gabriela? Ese tránsito impetuoso, esa búsqueda que la llevó al Tibet, la alejó definitivamente de su vida, y no volvió a saber de ella. Bueno, se había dedicado a olvidarla, realmente. Se casó, se divorció, fue y regresó, como muchos. Es probable que ella insistiera hasta llegar a ser algo importante. Ella era no solo terca, sino voluntariosa. No pararía en un simple viaje de averiguación, de eso estaba seguro.

De repente tuvo uno luz. Fue hasta la laptop, que siempre estaba encendida, y colocó en el buscador su nombre completo. Nada. Pensó en términos de fechas, dos años después de su partida tendría que haber terminado algo. Colocó el nombre de ese mentor religioso que se la llevó, Swami Bramabupindra y al instante apareció una página que ofrecía la más grande aventura de realización personal, que alguien podía emprender. ¡Dios mío! Allí estaba su rostro, el hermoso rostro de Gabriela Hernández, ofreciendo la salvación budista con las manos extendidas, a la manera en que recordaba lucían los santos de la iconografía cristiana, que sus padres le obligaron a mirar en su infancia, ya casi olvidada por lo lejana.

Tenían un templo, y un lugar de retiro espiritual, aquí mismo. Además, había en la página web un teléfono para consultas. El cerebro me hacía señas, no debía tomar esa vía. Nunca sabes donde puede llevarte una puerta que has abierto innecesariamente. Bueno, pero esas eran palabras de Gabriela, cuyas virtudes para filosofar siempre habían sido notables. Solo quería saludarla, escuchar el timbre cantarino de su voz, acaso ofrecerle una disculpa extemporánea, seguramente para ella innecesaria. 

Marcó el número telefónico, y de inmediato respondió la voz  de una grabadora, ofreciendo una serie de opciones, según la necesidad de quien llamara. Estaba cavilando sobre cómo completar su deseo pueril, y entonces la voz llegó a la última oferta, que era "deje su mensaje y su número, que nosotros lo llamaremos". Dijo su nombre, y lo primero que no pensó. Que quería saludar a Gabriela Hernández a quien había querido mucho, y de quien no sabía nada hacia mucho tiempo. Ya iba a colgar el auricular, cuando al otro lado el clásico clic le avisó que alguien había levantado el teléfono en ese instante.  

- Humberto, ¿eres tú?

Se quedó mudo por la sorpresa. Bueno, solo fue por un instante. Hablaron mucho tiempo, quizá dos horas, y quedaron de seguir haciéndolo al otro día, pues iban a encontrarse, igual que antes. Es decir, nuevamente.

Abrir cajones, una noche cualquiera, para revisar las fotos del ayer, es como poner luces sobre el camino presente, para alumbrarlo, para buscar esa pequeña piedrecilla que lanzábamos a la ventana para que ella asomara, a una hora en que por fuerza debía estar ya dormida...


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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jueves, 10 de julio de 2014

LA SENDA REVESTIDA DE SECRETOS QUE NO QUIERES SABER...

ESTOY AQUÍ...AÚN NO PASA NADA
por José Ignacio Restrepo


Ya no estaba en la sala de Neonatos, pero seguía berreando con la fuerza de sus dos pequeñísimos pulmones. Como si augurara ese oscuro porvenir, que venía a encontrarla desde los cuatro puntos cardinales. Como si supiera que no tenía a nadie, nadie de su propia sangre, dispuesto a hacerle parte de su prole, a darle un apellido tras ponerle con un cura nombre, a empeñar obtenidas potestades en la salvaguarda de su vida, a enseñarle señales perentorias, y el sentido de lo perenne o fugitivo...a darle sin más su propia vida. Lloraba con la piel encogida y sonrosada, como la primera vez, que fue justo hoy hace seis días. Aún sin nombre, sin cábala, molesta por el orden de los astros que la dejaron acá tan sin consulta, y ella aún sin nada que decir. Solo mostrar sin avaricia alguna, el supremo descontento que la llena por todo esto que pasa.

La enfermera entra, la mira por solo dos segundos. Ella, se dice por fin, esta gente escucha. Pero se va como entró, su fuerte llamada no vasta para poder convencerla. 

Luego, entra una mujer vieja y gorda, pero que habla para sí...

-  A ver, a ver, mi querida niña, lo que tienes es ganas de tu tibio tetero, yo sé, yo sé...A mi también me molestaba que no me tomaran en cuenta. Cuando la gente no llegaba con mi primer gritito, yo les daba cien más, de los mismos pero multiplicados, hasta que hacían acto de presencia...Y siempre he gritado fuerte.

Pues dicho y hecho, Extrajo de alguna parte el bonito biberón rosado, y lo puso con maña entre mi boca, sin apretarlo, solo esperando que yo comenzara a mamar igual que si fuera el pecho hinchado de mi madre. Se quedó conmigo hasta que logré extraer toda la leche que traía, y mientras me contó dos cuentos y medio, sobre su bello Portugal, que era de  donde ella venía.  Me secó la boca, me limpió un poco los ojitos, y por último me revisó el pañal, que seguía limpio. Se fue al terminar, entonando una canción de cuna sobre un mar que no tenía playa alguna.

Era rico verla, con su gordura redonda, sus manitos cuajadas y sus ojos siempre sonrientes. Quisiera que viniera más frecuentemente, tal vez ella supiera mejor qué era este  lugar, donde estaban los otros niños, por qué no venía su mamá.

A ella quizás podría confiarle que comprendía todo, que no podía hablar pero captaba en los demás esos actos de lenguaje, y podía aceptar lo que le dijeran, fuera lo que fuera.

Un poco más allá, en el cuarto diagonal a este sobre el mismo pasillo, estaban todas las respuestas a su llanto y su queja. ¿Porqué no estaba aquí su madre? porque estaba en el hospital, ¿dónde estaban los demás bebés?...estaban en el pabellón de Recién Nacidos, aquí se extraen órganos, o Médula Ósea, para ponerla en otros, para que otros puedan vivir un poco más.

Nadie le iba a decir que era un bebé de prueba, que había llegado aquí pero no viviría mucho tiempo, a pesar de estar completamente sano, o precisamente por éso.

Duérmete bebé de prueba, busca en sueños la salida, de esta tierra dantesca.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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miércoles, 2 de julio de 2014

EL PRIMER MINUTO DEL DÍA

ESE ÚLTIMO TRAGO
por José Ignacio Restrepo


Pasaron unos cinco minutos entre el instante en que desperté y el momento en que finalmente tomé la decisión de abrir los ojos. Al mirar el cielo raso de imitación tablilla de pino, supe que algo muy malo había pasado. Los hechos de la noche anterior tomaron cuerpo poco a poco, hasta formar un conjunto claro, con sustancia.

Si, había empezado a tomar whiskey justo al terminar la octava cerveza, cuando aquel famoso ex futbolista apareció como salido de una fotografía de un álbum de Pannini llamado “Héroes Inmortales de los Estadios”, y vino a sentarse en la barra exactamente a mí lado. Hubo una empatía inmediata, que se transformó en conversación ruidosa, llena de chistes y risas estruendosas, a las que luego medio bar vino a sumarse. Así se provocó esa algarabía de todos conocida, ese enardecimiento incontrolable que sienten los fanáticos de los deportes que arrastran multitudes, de uno de los cuales el bienvenido personaje era un digno y renombrado representante, aunque ya no compitiera profesionalmente. El momento era tan infantilmente perfecto que olvidé el qué, el cómo y el cuándo del día. Olvidé la razón y el equívoco que me habían llevado hasta allí. Aquel tipo, había yo recordado mientras seguía conversando con él, me había reportado en el corto lapso de una entrada la no despreciable adición de dieciséis mil  barras a mi cuenta bancaria, motivo más que justo para apreciarlo y razón suficiente para aceptarle unos inocentes traguitos aunque técnicamente fuera un desconocido, unos drinks EN DONDE AHOGAR LOS CELOS INCONFESABLES QUE SE ME HABÍAN DESPERTADO NO SE SABE CÓMO POR MI EX ESPOSA, que simplemente había aparecido por aquí para finiquitar conmigo como buenos amigos un negocio de bienes raíces. 

Me había emborrachado como un idiota, había pasado la noche en un motel desconocido... y una mujer desnuda de piel un tanto oscura y de cabello cortado al rape, se encontraba profundamente dormida del lado opuesto de la cama. Sentía que las horas de sueño no habían sido suficientes, vaya uno a saber en qué actividad más o menos improductiva las había yo invertido. Pensé que debía comenzar a preocuparme, porque normalmente no actúo de ese modo tan emocional e irresponsable. Además, era imperativo averiguar que estaba originando esta transformación, ojalá momentánea, de mi comportamiento.

Pero no seamos tan mentirosos en la vida, por favor, por Dios y por la virgen como decía mi abuelita. No nombremos cosas que son del infierno como si viniesen del cielo, como decía mi abuelo. No engañemos nuestra tradición de hijos del campo, católicos por formación, nacidos en la grande,  hambrienta y despojada nación americana. Para la lidia de este instante, ellos no dudarían en decirme que hablara claramente con Rita, no fuera que ella también estuviera sintiendo cosas semejantes, embarcada en el mismo buque pero en camarote diferente al mío. Mi abuela ya le habría dicho a mí mamá, que me exigiera buena conducta en todo lo tocante a una nueva relación. Nada de probaditas de aquello, después de una salidita a comer o una idita al cine, como si todos no fuéramos en el fondo unos colegiales inexpertos que debieran ensayar pedacitos del diálogo de su obra juvenil, para decidirse a actuar en ella. Mi abuelo le pediría a mi papá que me estimulara a tomar iniciativas, pues está probado y comprobado que a mí todo me daba en la cara, en ocasiones hasta dos veces antes de que yo me diera cuenta.

Pero la vida suele ser distinta de como la deseamos. Mis abuelos, que todavía cosechan café en un trozo de tierra situado en el departamento del Quindío, en medio de los Andes colombianos, no podrían comunicarse con mis padres, puesto que ellos descansan en un bello parque cementerio en la hermosa ciudad de Cartagena de Indias, ciudad elegida por ambos para reposar si la muerte los sorprendía de manera inesperada, como desgraciadamente les ocurrió. Hasta Rita, a quien siempre había visto perfecta, toda ella bajo control, perdió toda su estructurada compostura tras aquel fatal accidente aéreo, debido, pienso ahora, al hecho de ser una usuaria frecuente de las aerolíneas. Consumió un frasco de sedantes cada tercer día, por cerca de tres meses. Yo solamente huí, soy un experto en el tema. Encontré un trabajo aquí, en la Madre patria y llegué con mis huesos y mi intelecto, a poner problema donde todos veían las cosas perfectamente.

Empero, no ocurrió nada de eso. Nadie intervino, todo el mundo se ha comportado inesperadamente adulto, imprevistamente respetuoso y creo que para mí como para Rita esto ha determinado el rumbo de nuestra historia, es decir, su rumbo ausente. 

Mientras cierro suavemente la puerta del cuarto, hecho un último vistazo a la mujer de cabello corto solo para comprobar que continúa profundamente dormida. Pienso en los momentos como estos, que han debido dejarnos recuerdos contrahechos, indisponentes para nuestro ser hace tiempo supuestamente reflexivo, maduro y equilibrado. Pero es una condición de este carácter ser autocrítico pero no perverso, así que convengo en que olvidaré dentro de un tiempo prudente aquel bello cuerpo aceitunado, un cuerpo hermoso que no llegó a musitar palabra, y con el cual compartí una noche de ebriedad y erotismo, sin que quedara para mi infortunio, creo, ninguna imagen, nada de nada en mi disco duro. Tras abatir la puerta sobre su cerradura, los hechos deshilvanados de la noche han empezado ha diluirse como por encanto, y en su lugar el rostro de Rita, nuevamente, toma forma sin solicitar ningún permiso como concediéndome un perdón no demandado por el tiempo extraviado en otras cosas. Mientras desciendo de dos en dos la escalera exterior de aquel lugar, no puedo dejar de recordar las muchas veces que visitamos ella y yo lugares como este, como planeábamos después de amarnos la forma de hacernos a una casa, como inventábamos el futuro en el tiempo libre que separaba a un beso de otro, a una caricia de otra. Nunca proyectamos la partición de lo que logramos construir, quizá por el secreto temor que tiene todo ser humano de llegar a conseguir todo aquello que se propone.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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