miércoles, 16 de julio de 2014

MIRA LA VENTANA, SEGURO LA VES...


ESA FOTO DESCOLORIDA
por José Ignacio Restrepo


Ese último agosto...Lo perdí todo en cuestión de treinta días. Pero igualmente nací de esas cenizas, de ese fuego que todo lo redujo me levanté, como decirlo, renovado, por no decir completamente nuevo, mira tú lo que hace un adjetivo, al lado de un atristado sustantivo hace años varado. Estoy viendo una caja de recuerdos, tú lo has hecho también alguna vez, no lo niegues. Es común rebuscar los destacados, cualquier noche en soledad, destapar ese resto de vino rojo, que aguardaba por una ocasión como esta, y sentado en el sillón más cómodo con la televisión apagada, empezar a soñar en lo que no pasó, o en lo que aún no acaba y volverá a suceder.

Suena suave la voz de Roberta, matándome de nuevo suavemente, cuando aparece esa foto olvidada, posando contra una verja de color naranja, sonriéndome porque empezaba el verano. Son doce años desde que se la tomé. Ya no existe la cámara, estoy en otra ciudad, no sé nada de ese lugar y tampoco de ella...Y sin embargo, la fotografía luce tan nueva, tan presente, que se trae consigo colgajos completos de ese día, de la conversación que fue centro y eje, de lo bonito que era todo...

- Es una pena que te salgas de la Universidad, solo por seguir ese estúpido sueño...
- Para mi no es estúpido. Es un asunto serio, compromete mis ideales, mi visión del mundo y de la vida. Solamente que lo devalúes te coloca muy mal ante mis ojos, pues se supone que quien te ama debe apoyarte en tus proyectos...
- Mira Gabriela, no sé como apoyarte en una aventura que nos alejará y que significa una inversión de tiempo y esfuerzo, y que no te deparará un solo centavo. ¿Cómo podría festejar que dejaremos de estar juntos? Todo porque un gurú te convenció de que la vida sin un ideal espiritual no tiene sentido...
- Y no lo tiene, Alberto...no lo tiene...

Su voz me llegaba desde el pasado nítida y elocuente, y casi podía tocarla acariciando la vieja fotografía. ¿Dónde se hallaría Gabriela? Ese tránsito impetuoso, esa búsqueda que la llevó al Tibet, la alejó definitivamente de su vida, y no volvió a saber de ella. Bueno, se había dedicado a olvidarla, realmente. Se casó, se divorció, fue y regresó, como muchos. Es probable que ella insistiera hasta llegar a ser algo importante. Ella era no solo terca, sino voluntariosa. No pararía en un simple viaje de averiguación, de eso estaba seguro.

De repente tuvo uno luz. Fue hasta la laptop, que siempre estaba encendida, y colocó en el buscador su nombre completo. Nada. Pensó en términos de fechas, dos años después de su partida tendría que haber terminado algo. Colocó el nombre de ese mentor religioso que se la llevó, Swami Bramabupindra y al instante apareció una página que ofrecía la más grande aventura de realización personal, que alguien podía emprender. ¡Dios mío! Allí estaba su rostro, el hermoso rostro de Gabriela Hernández, ofreciendo la salvación budista con las manos extendidas, a la manera en que recordaba lucían los santos de la iconografía cristiana, que sus padres le obligaron a mirar en su infancia, ya casi olvidada por lo lejana.

Tenían un templo, y un lugar de retiro espiritual, aquí mismo. Además, había en la página web un teléfono para consultas. El cerebro me hacía señas, no debía tomar esa vía. Nunca sabes donde puede llevarte una puerta que has abierto innecesariamente. Bueno, pero esas eran palabras de Gabriela, cuyas virtudes para filosofar siempre habían sido notables. Solo quería saludarla, escuchar el timbre cantarino de su voz, acaso ofrecerle una disculpa extemporánea, seguramente para ella innecesaria. 

Marcó el número telefónico, y de inmediato respondió la voz  de una grabadora, ofreciendo una serie de opciones, según la necesidad de quien llamara. Estaba cavilando sobre cómo completar su deseo pueril, y entonces la voz llegó a la última oferta, que era "deje su mensaje y su número, que nosotros lo llamaremos". Dijo su nombre, y lo primero que no pensó. Que quería saludar a Gabriela Hernández a quien había querido mucho, y de quien no sabía nada hacia mucho tiempo. Ya iba a colgar el auricular, cuando al otro lado el clásico clic le avisó que alguien había levantado el teléfono en ese instante.  

- Humberto, ¿eres tú?

Se quedó mudo por la sorpresa. Bueno, solo fue por un instante. Hablaron mucho tiempo, quizá dos horas, y quedaron de seguir haciéndolo al otro día, pues iban a encontrarse, igual que antes. Es decir, nuevamente.

Abrir cajones, una noche cualquiera, para revisar las fotos del ayer, es como poner luces sobre el camino presente, para alumbrarlo, para buscar esa pequeña piedrecilla que lanzábamos a la ventana para que ella asomara, a una hora en que por fuerza debía estar ya dormida...


JOSÉ IGNACIO RESTREPO
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4 comentarios:

  1. Te visualice, viendo las fotos, mirando hacía el ayer, a veces sonrriendo, a veces llorando,...es bello mirar esas viejas fotos...gracias por compartir...abrazo..

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  2. Y despertar a la vida como cofrades del presente eco renacido, mas que Santos, por cierto.... Gracias siempre por tanta belleza... Y sobre todo por no renunciar a los sueños...

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    1. ...que las gracias las tienes, cómo no...si acaricias mi voz cada que vienes...Gracias Isabel, abrazos...

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