martes, 8 de septiembre de 2015

AGUA QUE MIRA EL CIELO / Un cuento breve de José Ignacio Restrepo

YAHIR Y LA OLA NEGRA
por José Ignacio Restrepo

Lo miré reciamente, como miro a las olas cuando llegan a tumbarme, con esa fuerza oblicua y el rostro de iracundas asesinas que no podrás medir o conocer sobre su dulce piel y destino, esas olas oscuras unas veces lentas, perfectas, como damas jóvenes en medio del vals de sus quince años, y otras veces imprevistas como envión de ladrón que está dispuesto a matarte para tomar lo que es tuyo. Él también me miraba, a hurtadillas, seguro haciendo sus propias preguntas sobre quién era yo, de dónde venía. Y si podía ganarle. Bueno, el Torneo proveía esa información a cualquiera en su página web. Yo hacía tiempo le seguía el rastro. Su nombre era Yahir. Era un chico judío de diez y siete años, un poco más alto que yo, con cicatrices en las piernas y pecas en la cara por haber recibido más sol del conveniente. Venía en el circuito desde los diez años y era muy bueno montando olas. Solo por su origen yo lo sentía como alguien indeseable, alguien con quien quisiera pelarme los nudillos a puñetazos. Pero tenía la responsabilidad de competir, y romperle la cabeza de raras trenzas sueltas con el borde de la tabla  significaría el fin de mi carrera deportiva. 

Justo ahora salía del mar con la piel abrillantada. Caminó la playa hasta llegar al porche y mientras subía los peldaños para entrar el joven observador pudo ver que aún traía algo de espuma prendida de los pies, y que tenía casi todas las uñas rotas, moradas y llenas de arena mugrosa. Le pasó por el lado sin determinarlo y colocó la tabla al lado de la nevera. Extrajo una soda de manzana y se tiró al extremo opuesto del camastro a bebérsela, mientras miraba las olas que ya no montaría porque eran casi las cinco y media, y el mar había comenzado a picarse de una manera escalofriante hasta para ellos que eran todos individuos extraños, enamorados de las olas y la libertad, y que no van a la escuela ni al servicio los domingos pues no tienen padres que los obliguen sino padres siempre están preguntándose qué será de ellos.

En dos días comenzará el Campeonato Mundial de Surf y ambos deberán enfrentarse en la categoría Junior. Y aunque pueda entender que cada país está en su derecho de enviar representantes, sería mejor si individuos como éste no fueran por ahí pavoneándose libremente con sus trencitas infelices volándole por la cara como si nada. Su país llevaba más de cuatro generaciones causando conflictos y él parecía no haberse enterado aún. Estaba en este lugar libre como una gaviota, poniendo esa cara de felicidad por no tener más misión que ésta, cuando había millones de personas pobres e infelices gracias a gente como él, tan parecidos a los gringos y sus agencias de mierda. Precisamente por culpa de su país. O era un maldito hipócrita o un perfecto bastardo, tan igual a sus hermanos de raza que de rato en rato y por pura diversión disparaban sobre inocentes a los que habían robado su tierra.

- Es la décima soda que me tomo hoy. Dicen que da cáncer del páncreas, pero solo después del medio siglo de vida. Esa es la época en que pienso retirarme. Y cuando dejé de entrar al mar estaré listo para meterme bajo tierra. Sin esas olas y su movimiento virtuoso la vida no es más que una muerte disfrazada.

Había escuchado bien cada palabra que dijo pero seguí callado como si no lo hubiera escuchado, y a él pareció no importarle. Con un gesto profesional tiró el envase vacío que se metió limpiamente en el cubo de desperdicios. Luego tomó su tabla y se fue para las duchas.

Se me habían acabado algunos utensilios de aseo, así que decidí ir hasta el pueblo para comprarlos. Tomé la bicicleta del asistente y pedaleé durante cinco minutos hasta llegar al almacén donde los administradores del torneo tenían una cuenta para nosotros. Pero al salir del pequeño comercio me di cuenta que el neumático trasero había pinchado y como no sabía donde arreglarlo y ya estaba anocheciendo empecé a caminar para llegar cuanto antes al refugio. En mis pensamientos retomé el tema de Yahir que era realmente mi propio tema. Todo empezaba en mis orígenes pues mi familia había emigrado a Italia y yo solo tenía un año cuando mi padre había obtenido un trabajo mejor en un hotel con vista al Adriático. Pese a mejorar nuestro nivel de vida no olvido a mi padre cuando se hacía en la ventana a orar con su cara en dirección a Siria pedía por toda su familia, por los vivos y por los muertos como suele hacerse. Eran tiempos de relativa paz, no como ahora cuando las explosiones de la guerra civil retumban aunque no las oigamos. Yahir debe ser heredero de alguien acomodado, parece uno de esos benditos que no van a ir a la guerra aunque ésta asolara a todo el mundo. Será su porte arrogante o su belleza a prueba de raspones. O algo que veo porque también lo llevo yo. Debo ser un mal sujeto para gastar el tiempo hablando a solas de alguien.

Tan ensimismado iba que no vio esa raíz sobresalida que parecía un cuchillo, esperándolo para cortarle la carne. Y entonces sucedió. El filoso trozo de madera lo cortó el zapato deportivo y con una pieza adventicia aún más pulida le entró por el tobillo partiéndole el tendón en dos partes. Cuando se miró desde el suelo brotaba mucha sangre de su pie y no pudo contener las lágrimas...¡Qué maldito deseo de hacer todo por si mismo para poder ser notado por lo bueno y así hacer que se vean los demás, los que no se le parecen, los que acaso no son tan buenos como él, tan inteligentes, de méritos sencillos y cuidados modales!...Qué mal habida artimaña que lo acompaña desde siempre, que hace que califique el alto de sus montañas para hacer ver lo plano de los ajenos llanos. Brotaba la sangre y el dolor se le iba de las manos. No podría competir, eso era seguro. Ya no podría demostrar como saltaba un ángel sobre el agua, cómo podía leer en esos azules intranquilos toda su vida futura y pasada...ya no. Esa pierna estaba mala, se le estaba yendo la sangre por ahí...Y la noche ya cerraba como un perfecto broche.

Con una de las bolsas plásticas hizo un torniquete primitivo y al tratar de ponerse en pie el dolor lo tumbó de nuevo sobre el terreno irregular. Hacía mucho tiempo que no sollozaba pero esta vez él mismo se perdonó. Estaba solo, no le había comentado a nadie para donde iba, y su misión de  competir y conquistar una presea era ya cosa del pasado. Las lágrimas rodaban por su rostro lleno de tierra y el dolor comenzó de veras a resentirlo.

De repente creyó vislumbrar una luz que venía por el camino, oteándolo de lado a lado. Tal vez alguien lo había echado en falta y había salido a buscarlo. Luego vio otras luces que dividían el oscuro bosque y no le quedó duda. Seguro era el muchacho dueño de la bici que la había extrañado, y como él era el único que faltaba...Si, éso debía ser. Pero, llegaban. Trató de erguirse, le daba pena que lo vieran así, él que montaba olas más grandes que una casa...Sin embargo el llanto lo venció y verse rescatado era algo superior a su orgullo.

- Hey...David...¿Qué te pasó? qué haces por aquí amigo...ven, déjame verte...

Era él, Yahir. De veinte que pudieron buscarlo y encontrarlo precisamente él llegó a mirar su vergüenza, su pena de caer sin que hubiera enemigo, para luego contar cómo se descolgaban las lágrimas de su cara, ese pequeño fortín. Lo cargó como si fuera una pluma, un libro de poemas, una liebre herida. Lo llevó hasta la casa sin hacerle preguntas, se portó como un maldito boy scout, como un amigo sin tacha. Este muchacho judío fue el que le echó en falta y salió a buscarlo preocupado por lo que le pudiera pasar.

No tengo que narrarles que ese año no gané nada...bueno, si. Me hice amigo para siempre de un muchacho mayor que yo, un hombre del agua, donde no hay fronteras ni pasados fijos. Solo fervor por la vida, por todo lo que late. Ahora tengo una medalla que llevo tatuada entre mi pecho como el mejor latido,  que nace y muere conmigo cada mañana y cada noche, cuando entro al mar y me baño con su agua...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
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2 comentarios:

  1. Si sublimes son tus poemas tu prosa es maravillosa, nos matine pendientes de que sucedera de nuevo y ese cuento es una faceta más de la vida, los trofeos solo no dan el triunfo con el coraje que nos enfrentamos a las situaciones y vencemos es la mejor presea, maravillosa narrativa y una bella lección, gracias querido José Ignacio te admiro mucho, un abrazo.

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    1. Siempre un gusto es mayor cuando implica la presencia de lealtad y afecto...en tu caso es mayor, pues somos amigos ya hace tiempo...Leal como nadie, amorosa y tranquila...gracias por venir a leer y por dejar tu precioso comentario...

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