jueves, 7 de agosto de 2014

LLEGA PRIMERO EL CORAZÓN DEL QUE LA VIDA APUESTA...


HAY UNA LINEA MÁS CORTA DE A HASTA B 
(Fragmento)
por 
José Ignacio Restrepo


EL PUNTO A

Lopera miró el recibo que tenía en la mano. Casi no podía creerlo. Acababa de apostar 7.500 dólares, sus ahorros de los últimos seis meses, a un caballo llamado Elemental, que correría en la sexta manga del Derby de Hialeah, montado por Felipe Sirene, que nunca antes había ganado una válida, y mucho menos la importante prueba hípica anual, que corrían en Miami. El recibo no tenía nada de especial, pero para él constituía algo así como una llave para entrar en otro mundo, uno desconocido y misterioso, el mundo de yo pido y aparece. Las apuestas estaban 30 a 1, lo que significaba que si el caballo ganaba y él cobraba la apuesta, se haría acreedor a una suma cercana a los 215.000 dólares descontados los impuestos. Era un sueño, realmente, pues si tanta gente apostaba contra ese jumento, ¿por qué él pensaba que podía ganar?
Todo había comenzado, dos días antes, el jueves en la mañana…
Lopera entró al billar para entregar un encargo de comida, esperando que alguien, al verlo con su uniforme, le llamara, le silbara, aplaudiera o diera alguna señal de vida. Dio dos vueltas por el negocio, y como no le quedaba otra alternativa, se sentó en la barra para esperar unos minutos. Era un problema regresar sin entregar el pedido, casi siempre te lo sacaban del sueldo; así eran las cosas. Pidió una bebida gaseosa, y se la fue tomando lentamente, mientras sopesaba sus pocas alternativas. La reflexión derivó hacia aspectos más profundos, largos y estructurales, y se aletargó un poco, mientras continuaba a la espera de que alguien se hiciera cargo del pedido y de la cuenta. 
Cuando algo nos detiene, interviniendo de manera abrupta nuestra rutina, y nos obliga de alguna forma a recapitular de manera imprevista nuestra vida, sentimos la carga silenciosa de un proceso en nuestra contra, en el cual somos todo, jurado, juez, y procesado, algo que suele ser desagradable e infructuoso. Un hombre se acercó, y él sonrió, pensando que era el dueño del almuerzo, pero solo venía a usar el teléfono, que estaba justo al lado suyo. El hombre marcó y de inmediato recibió respuesta. 
Al colgar, el tipo se alejó sin parar mientes en su presencia, como lo había hecho mientras hablaba. En cambio él, no había dejado de prestar atención a las palabras que el desconocido había pronunciado. ¿Sería verdad lo que había escuchado? ¿Sucederían así las cosas, y él simplemente no sabía que así funcionaba el mundo? El sujeto había dicho que ya todo estaba listo, que el caballo era el número 9, y se llamaba Elemental. Tenían las apuestas subiendo, y para el sábado ya debían estar más o menos treinta a uno. No habría una competencia real, sino algo arreglado para favorecer a los apostadores que eligieran ese caballo, que al ser tan pocos merced a la oferta de probabilidades, terminarían por ganar una suma pavorosa. Con cinco apostadores que apostaran a Elemental el equivalente al monto de sus ahorros, obtendrían entre todos un millón de dólares de ganancia. De cinco en cinco. De repente, Lopera se imaginó siendo uno de ellos. El hombre aquel, ni siquiera lo había visto. 
Lopera abrió el almuerzo que le habían encargado, y allí mismo, acompañado de una cerveza dio buena cuenta de él. Decidió que ya era hora de tener su propio negocio y Elemental, iba a ayudarle a conseguirlo.
Esa fue la razón de creer. Primero, la Providencia le había puesto cita y hora, no para entregar el almuerzo sino para darle esa gloriosa oportunidad de salir adelante. Segundo, sus actuales condiciones económicas no le permitían avanzar, solo un golpe extraordinario de la suerte podía apalancar sus intenciones de vivir mejor, con su esposa y su bebita de cuatro meses. A veces no juntaban ni para surtirla de pañales. Y tres, nadie sabía que él había escuchado lo suficiente para participar de este negocio chueco, que para él era la llegada a tierra con vida, después de estar por años naufragando en el oscuro mar de la pobreza. Un milagro era lo que necesitaba, uno de ésos que solo pasa un día en la vida de un hombre. Y eso precisamente le estaba ocurriendo, eso le habían puesto hoy entre las manos.
Todo siguió como correspondía…
Lopera llegó al hipódromo, y de inmediato fue a las taquillas de apuesta. Hizo su transacción, después de confirmar el número de la carrera y su participante, Elemental, que estaba como pensaba 30 a 1. Lucía como todo un apostador de aguante, a pesar de que no visitaba este sitio desde que era un chico. Luego subió a la tribuna central, desde donde miraría la carrera. Se sentó en una de las butacas libres, con la intención de prepararse para el evento central, que era el Derby. Estaba comenzando la cuarta carrera, ajustaban a los caballos en el partidor, y en un minuto bajaría la grilla para que corrieran por sus vidas. Era una forma de decirlo, claro. Estaba muy nervioso, casi como si él mismo fuera a correr, a competir. Y era así, de  algún modo. Había puesto en manos del destino todos sus ahorros, la plata que había negado tener cuando Raquel le preguntó si le quedaba algo de sus ahorros, y de la que sacaba algo, cuando sentían la violenta presencia de algún mal insoslayable. Él le decía que había pedido prestado, pero era de ese poquito ahorrado, de ese pequeño seguro que sacaba. Ahora, iba ver devueltos todos sus honrosos esfuerzos, por este cambio positivo que iba a sacarlos por fin de ese bote medio roto, que eran sus vidas.
Pasó la cuarta, la quinta, y comenzó a prepararse la carrera central de la tarde, el Derby. Al llegar los caballos a la pista, Lopera, que sudaba copiosamente y ya había mojado completamente la camisa, divisó al caballo de sus sueños, Elemental. Era alto, y grande, de verdad parecía algo desgarbado y un poco cojeante incluso. Pero desde allí, Lopera percibía alrededor de su cabeza grande y bonita un brillo cuaresmal, una promesa que le colgaba ondeante de su número azul, y él lo veía todo como uno de esos cuadros, que antes de comprarlo ya sabes que te llevarás para la casa, y que será el motivo de conversación de la siguiente fiesta, la prueba rigurosa de que por fin comienzas a salir del anonimato de la pobreza insulsa, que lleva años obligándote a posar de estatua silenciosa ante los demás…
Los caballos estaban listos en la verja de partida. Lopera no escuchó el tiro, pero supo que había sonado y duro, pues los cuadrúpedos arrancaron como almas que tuvieran al diablo entre las patas. El primer tercio se acompañó de polvo, a pesar de que era tierra mojada lo que cubría la pista de carrera. Vio cuatro caballos liderando el lote, y aguzó la vista al tope para intentar distinguir a Elemental entre ellos. No estaba. Los animales estaban cascándole duro y el corazón de Lopera parecía querer alcanzar la misma velocidad. Repentinamente, Elemental surgió en la segunda fila de los reclamantes, y su bonita cabeza se perfiló contra el viento empolvado que se movía, empujado por las coces y los bufidos roncos, de los más adelantados, que luchaban por ganar como fuera.
Lopera se mordía el labio inferior sin darse cuenta, y ya se estaba haciendo una leve herida, tanta era la emoción de ver a su elegido batiéndose como una fiera, en el tierrero de la pista. Los caballos también tenían sangre en las patas herradas, allí donde los pernos ajustaban su calzado, para que pudieran correr aferrándose a la tierra, pero nadie desde las terrazas y menos quienes pagaban poco, para tratar de verlo todo desde las tribunas, podía percibir lo que realmente ocurría en la carrera. 
Los caballos corrían por su vida. El entrenamiento diario les formaba en la necesidad de la competencia, y los reconocimientos por ganar o perder eran tan distintos, que hasta un pobre animal de éstos reconocía, lo que obtenía o dejaba de ganar, terminada la carrera. Casi como les pasa a los seres humanos, con la diferencia de que nosotros olvidamos muy fácil, la memoria de los equinos parece ser dependiente del estímulo, y cuando se acostumbran a ganar lo ganan todo. Igual, cuando aprenden a perder. Lopera, había agarrado su gorra de beisbol como si fuera una botella de oxígeno a la que le estuviera sacando el átomo postrero, del cual de pendía su vida. Tenso y dislocado sobre la baranda como estaba, era una estampa desdoblada del sujeto que había entrado más temprano al hipódromo. Y no era solo él. Todas las personas parecían haberse atrancado en el mismo renglón desierto de la hoja de cuento, que dejaba la historia de sus vidas ranciamente suspendida antes de llegar a un final dispuesto para el gozo. O el martirio.
Elemental comenzó a acelerar, y su cabeza ya destacaba, hasta el punto que alcanzó a ponerse a lado de los tres que desde un principio llevaban la delantera. Lopera estaba ardiendo de la excitación, pues sentía que era él mismo quien dejaba cuero de sus botas en los hinchados ijares del animal. Y que este corría, cada vez más, porque conocía de sus necesidades, y en su búsqueda por mejorar su vida en la hermosa finca donde vivía, también estaba inscrito de algún modo, el compelido esfuerzo monetario que Lopera había hecho, al apostarle todo, absolutamente todo lo que tenía.
Al pasar por la bandera que mostraba la mitad de la pista, el grupo delantero de caballos iba tan junto en su marcha desesperada, que había un peligro real de que chocaran y terminaran malheridos en la tierra pisada. Pero, esto no iba a pasar, tal era el ansia de los animales por coronarse vencedores, y acaso el estímulo de una multitud que como Lopera, había apostado hasta los calzones por la victoria de uno de ellos. El grito de ¡dale caballo! formaba una seguidilla de extravagantes melodías circuncisas, no terminaban de ganar el ritmo unívoco que mostrara que se había conformado un grueso grupo, seguidor de alguna religión antigua, cuyo ejercicio central era ver matarse los caballos en la pista, mientras en la tribuna todos buscaban halar más sus gargantas, convocando los dioses de la victoria de la mano de los de sus caballos.
-   ¡Dale, Elemental!, ¡tú eres un semental, eres el mejor, vuelas amigo…! Vas a ganar, lo vas a conseguir, muchacho….Dale, un poco más Elemental…
Lopera encuadernaba sus gritos como si fueran lances verbales de guerra, como si el caballo pudiera escucharle, y él corriera con él en pos de la meta, persiguiendo el frenesí de la victoria. Incluso, sus vecinos de la tribuna, le miraban ardidos, pues al parecer habían apostado por otro caballo, que Elemental simplemente había rebasado.
El caballo tomó la delantera, faltando un cuarto de la carrera y ya no la soltó más. Cuando llegó, iba envuelto en una nube de vapor, y bufaba horriblemente, como si fuera el mismísimo equino de Juana de Arco, que regresaba con vida de una lucha fratricida, sin saber dónde había quedado su ama y amiga. Lopera se tomó la cabeza con ambas manos, sin poder dar crédito a sus ojos. Gracias a ese hermoso animal, había saldado todas sus deudas, había cambiado de barrio, colocado su propio negocio, convertido su negro futuro en una cadeneta hermosa de momentos brillantes. Elemental lo había salvado de la ruina, pues de haber perdido, eso justamente sería su vida. 214.000 dólares mal contados. Había quedado forrado en dinero, por ese bendito caballo, elementalmente, tal como se oye.
Diez minutos después, la gente hacía fila para cobrar con sus recibos el dinero de la apuesta. Lopera, que ya se había persignado dos veces,  ahora volvía a hacerlo, como para protegerse de algún requiebro inesperado de la mala fortuna, a la que conocía de vieja data, o mejor, con la que había compartido decenas de amargos momentos, en los cuales la gloria se le salió de las manos, como si no hubiera apretado lo suficiente para poder retenerla. 
La cajera contó el dinero, que venía en billetes de veinte, cincuenta y cien dólares. Retuvo 38.600 dólares, que correspondían al impuesto que el hipódromo debía cancelar al estado, por la ganancia ocasional de los apostadores. El repartidor recibió los fajos contados y los introdujo en una bolsa de papel manila, que a su vez metió en una de plástico con el logo del negocio donde laboraba, el cual siempre llevaba en el bolsillo trasero de su vaquero. Se fue para el servicio sanitario, y allí, más calmado, acomodó todo el dinero contra su abdomen, de manera que quedara casi invisible. Necesitaba llegar con el dinero a casa, cuánto antes. Raquel se iba a desmayar cuando viera ese morro de dinero sobre la cama.
Salió por el lado del parqueadero, donde la gente se veía un poco mejor vestida, con algo de clase, distinta de las puertas frontales que eran ocupadas por la plebe de Miami. Ese presupuesto falaz le daba un poco más de seguridad, pues desde niño le habían enseñado que todas las maldades se ven en las caras y los modos de las personas, igual que la bondad. Siempre le inculcaron que la belleza iba pareja con las buenas costumbres. Así aprendió de la higiene, de vestirse limpio, de ser honesto y siempre mantenerse afeitado. Caminó hasta el paradero y tomó inmediatamente la ruta a casa. Llevaba una fortuna pegada a su corazón, y éste parecía saberlo, pues quería salirse de contento.
Al llegar, Raquel no lo vio entrar, y su sorpresa fue mayúscula cuando le encontró en la pieza de espaldas a la puerta, organizando algo sobre la cama…
-     ¡Amor!, cuando llegues avisa, por favor…Me diste un susto del diablo…
Lopera se fue moviendo de donde estaba, y ante los ojos de ella apareció toda la plata de la apuesta, ordenada en morritos iguales sobre la manta de la cama. Los ojos de ella se  fueron abriendo, hasta alcanzar el máximo que podían, y allí se quedaron suspendidos, como si hubieran sido atados con filamentos invisibles al techo bajo de la alcoba.
-    ¡Por Dios, mi amor! ¡Qué es eso!, de dónde sacaste ese montón de plata…Pero,    venga, no se me quede allí tan callado, explíqueme…
-      Fue en el hipódromo, Raquel, gané una carrera del Derby…Tenía unos ahorros y…
-     ¿Cómo?, tú tenías unos ahorros, cuánto exactamente, dime, pues no recuerdo que me contaras de eso…O será que me estoy volviendo loca, al ver tanto dinero junto…
-     Mi amor, no te había contado…Tú sabes que soy un hombre previsivo y ordenado, que no tengo malas costumbres, ni amigos siquiera. Eran mis ahorros de mucho tiempo, para el sueño de fundar nuestro negocio. Mira, ocurrió así. Fui a llevar un domicilio esta semana a un billar, un bar, y me quedé tomando algo mientras esperaba que llegaran a recibirlo, y cancelar el servicio. Mientras hacía eso, escuché una conversación por teléfono. Un tipo le daba a alguien unos datos sobre un caballo ganador, explicándole que no había forma de que perdiera. El tipo este colgó luego, y se fue sin verme siquiera, pero yo me quedé pensando en todo esto y decidí que eran cosas serias. Hoy aposté al caballo, Elemental, estaba 30 a 1 en las apuestas…Nos ganamos 214.000 dólares, cielo…
Raquel se quedó viéndolo cariacontecida. Miró el cerro de dinero que había sobre la cama, y sin ella desearlo se le devolvieron un mil recuerdos de su infancia lejana, los recuerdos de su padre y su tío, apostadores de oficio, hechos y perdidos en la mafia del juego. Los recuerdos que Lopera tampoco conocía, porque ella nunca le había contado eso, pues le daba vergüenza. Su padre fue asesinado, y su tío Teodoro aun purgaba cárcel en Nueva York. Su madre y ella habían escapado, para salvar la vida. Hacía mucho tiempo no pensaba en esto, pero siempre había temido que su pasado le diera alcance y llegara a cobrarle que no hubiera ayudado a su padre. Pues, su temor se estaba haciendo cierto, era verdad que uno nunca puede dejar de ser lo que ha sido. Ella nunca le había contado a su marido esa parte de su pasado, y ahora él iba a averiguar que ella también se había guardado dos o tres cositas, que no le dijo.
Lopera vio que su esposa se quedaba abruptamente callada. Primero pensó que era la sorpresa, y se quedó colgado entre una sonrisa y la siguiente. Pero, al ver que se quedaba como lela, con cara de ir a llorar pero sin poder hacerlo, se sentó junto a ella, abrazándola por los hombros, como solía hacer cada que alguna tristeza la embargaba.
-   Tranquila mi reina, que todo esto nos va a llenar de vida. Pondré mi negocio de ferretería, como lo he soñado toda mi vida, trabajaré independiente con alguien a sueldo…Verás cómo vamos a progresar, no tendrás que volver a hacer cajas de cartón para nadie, mi amor, ni a coser ropa ajena…
-     Por favor, Heriberto, si nunca nos ha ido mal…Ven, hazte frente a mí, debo contarte algo muy importante. Me vas a escuchar hasta el final, y luego, bueno, luego, dentro de media hora, nos vamos a ir de aquí para siempre.
Ahora fue él quien casi alcanza la línea del pelo, con las pestañas de sus ojos abiertos por completo. Sin embargo, tal como le había pedido que le comprendiese un instante antes, él ofreció de la misma forma, y se hizo frente a ella para escuchar algo que desconocía, una historia que, igual que el dinero que reposaba al lado de ambos, iba a cambiar dramáticamente el curso de sus vidas.

JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
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6 comentarios:

  1. ...empiezo por decirte que pienso que este "fragmanto" bien que podria ser un trecho de principio, medio y fin!!!!
    Después, tu, asi "como quien brinca", vas haciendo de su desarrolo un texto muy profundo, lle introducindo frases que son verdades comuns y imutables para quien lo lé, conceptos indiscutibles o opiniones que dan mucho tejido para mangas.....y todo pasado por la refinadora de la experiencia de la vida haz que los lectores se identifiquen , se cuestionen, reflictan sobre lo cuentado en lo "fragmento" que no son ni más ni menos que pedacitos de la vida de cada uno.....
    ...logras mantener la expectactiva desde las primeras a las ultimas lineas y encendida la llama del interese que no esmorece, mucho por lo contrário va crecendo à la medida que lo texto de lo desarrolando. de lo mismo..
    Sin duda que "LLEGA PRIMERO LO CORAZÓN DEL QUE LA VIDA APUESTA!...
    ...y se se atreve "ver en todas las direcciones....sobretodo hasta dentro"....este escrito podrá lo levar, en lo Inverno, hasta la chimenea de su casa ,en una rueda de familiares y amigos, con una copa de buen vino en una charla hasta lo dia seguinte...... si és Verano, pues que va a su terrazita abrigado por las buganvilias y por lo calor de voces amigas, se quedar hasta que lo galo cante....
    Ya sabes, que tus letras me transportan hasta lo más recôndito lugar .... o séa, dentro de mi!!!
    ....gracias......gracias....gracias....<3

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    1. ...te mereces María, lo más y no lo menos...Espero revises pronto tu correo, pues recibirás una sorpresa...Abrazos querida amiga, gracias por tu delicada lectura

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  2. Me atrapaste poeta. Un cuento en sí mismo, que sin saber de carreras has conseguido que los protagonistas sean cercanos, queribles, muy nuestros. Sin dudas tu talento hace vivenciar cada imagen. Muy agradecida por poder leerte, ultimamente te lo repito porque es cierto Jose Ignacio. Gracias.

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    1. Te regalo el blog amiga...gracias por tan bella devolución, Olga, doy gracias por tener ojos tan cercanos y profundos, que siguen mirando mis juegos con las letras...Abrazos!

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  3. un fragmento de un cuento que aún no termina.....buena evolución....fácil desplazamiento de principio a fin....claridad y elegancia..trama que perturba el ánimo...al grado de hacernos temblar..y cruzar los dedos ...por que se cumpla...lo esperado...que el equino cruce de primero la meta...nos gustan los mensajes morales que nos brinda...durante el recorrido...

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    1. ...y que escribieras por otros, que lo hicieras en plural...Que delicado mensaje para el autor y sus monstruos, que juegan a las escondidas en sus armarios de fuego...Gracias Marcos Pitti...y aún no termina...

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