sábado, 7 de junio de 2014

NO SIRVE CONTAR OVEJAS...

EL VISITANTE


El reloj de la mesilla señalaba casi las cuatro, cuando Rogelio se despertó creyendo haber escuchado un ruido. Se quedó quieto, esperando, sin saber si quedarse en la cama, o ir a ver que era lo que creía haber oído. Nada. Solo sentía el fuerte  latir de su corazón. Su ronco, entristecido y gastado corazón. Miró el cielo raso de su alcoba, donde estaban las cuatro secciones, que desde hace tiempo recibían la atención profusa de sus pensamientos. Las dos esquinas que lindaban con la ventana, las más alejadas de su cama, eran como los cofres de donde sobresalían las cartas respondidas por Raquel, los deseos virtuosos de su madre para que todo le saliera bien, las sonrisas querendonas y plácidas de su último amor, y los recuerdos de ese pasado feliz, cuando viajó, amó, fue amado y le favoreció la suerte. Las otras dos, que estaban a su derecha e izquierda, eran como altares vacíos, ánforas llenas de un líquido viscoso, que rezumaban dolor y podredumbre, pues en ellas guardaba todo lo que no había hecho o lo hecho mal, los errores sin prédica, aquellos tormentos a los que sometió a quienes iban junto a él porque lo amaban. Largas secuencias de imágenes hechas de terror, hace tiempo vividas para darse al olvido, pero que por su abundancia permanecían allí, asomadas sin posibilidad de pasar a ningún otro sitio del cuarto, mirándolo. 
Cada que su sueño se suspendía en mitad de la noche, Rogelio estaba obligado a elegir qué esquina del techo de su cuarto le tendría como visitante o prisionero, hasta que la luz del día finalmente le recogiera resquebrajado y confundido, incapaz de enfrentar con el carisma de otras épocas, la marcha caprichosa de las horas, que después sobrevendría.
Hoy, sin embargo, Rogelio no quiere posar sus ojos en ninguna de las equinas tórridas, tristes, episódicas que sostienen su vida pasada. Se ha quedado escuchando su corazón, esperando por un ruido que debe repetirse. Cree que alguien o algo ha entrado sin su permiso, a robar, o hacerle daño, quizá. Pero, el maldito ruido no se repite, y él lucha por no mirar alguna de esas esquinas, donde está todo lo suyo, lo ido y lo que está por venir, sobre la pintura azul blancuzco, que a esta hora alcanza a brillar un poco.
Rogelio se pone de pie. Decide ir a la cocina y prepararse algo, pues sospecha que lo que tiene es hambre. Prende la luz, son las cuatro y diez. Será difícil esperar el amanecer, sin pensar en sí mismo. Tarea inédita, pues cada vez que el insomnio le dejó allí, siempre encontró en él mismo los interrogantes medidos, el caprichoso rumbo de unos pasos que ya no parecían los suyos, repasando del cuarto hasta la cocina, hasta dar con el obsequioso final de lo bien logrado. Aunque solo fuera por la limosna de reconocimiento, que todo lo perdona si existes todavía, si hay forma de reivindicar lo que ya se fue, y no puede volver.

-  Ah...Eras tú...

Subido sobre el mesón de la cocina, un pequeño bribón de grandes orejas blancas le miraba, dudoso de seguir comiéndose esas migas de pan, encontradas como dádiva para su hambre feroz. Se observaban, fijamente, pues ambos eran los culpables de interrupciones sucesivas. Primero el ratón por despertarlo, y luego él, por venir a ver qué era lo que se escuchaba, y sin saberlo detener su furtiva colación.
Rogelio sufrió un contrastante estímulo,  mientras miraba en sostenido a su pequeño visitante. De repente supo, porque no era bueno refugiarse en el techo de su alcoba, buscando refugio en lo que ya no tenía remedio. O acaso, observando el porvenir, lleno de dudas o temor. Ese ratón, le había traído la respuesta. Ahora estaba comiendo las últimas sobras de pan, y ya no prestaba importancia a su presencia. 
Eso era. Solo debemos nuestra fe al presente, esas migas de harina eran para él la diferencia entre el hambre y la saciedad, y si yo no era comida, no tenía por qué brindarme su atención...
En un momento, mientras cambiaba el chip de su ánimo sobresaltado por uno nuevo, confiado y dispuesto, el ratón terminó de comer y simplemente se ocultó. No pudo agradecerle, darle una mirada cariñosa, recién hecha en su espíritu, por ese bien que le trajo con su presencia golosa que apenas duró un instante, su mudo discurso sobre el quehacer de los sobrevivientes, ese que como ratón dominaba, y que Rogelio apenas empezaba a probar como un nuevo territorio de vida...

JOSÉ IGNACIO RESTREPO 
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2 comentarios:

  1. Es sorprendente como cosas pequeñas, cosas a las que comunmente no les prestamos atención, pueden es situaciones extremas, convertirse en aliados perfectos. Pueden hasta hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Amo tu casa toda. Pero por sobre todo, amo tus cuartos pequeños, sencillos. El cuarto de huéspedes, por ejemplo. Un abrazo. ♥

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    1. De tus voces amigas guardo en mi corazón ecos perfectos..También de tus abulias, hermanas gemelas de las mías...Gracias por este bello saludo, querida Violeta hermosa...

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